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Javier Somalo

Gruñón ante el espejo

Lo harían bien si quisieran: sacudiendo en el Congreso con Cayetana y el propio Casado y ganando votos y popularidad en Madrid y alrededores con Ayuso.

Foto publicada por Pablo Casado en su Instagram. | @pablocasadoblanco

El think tank del PSOE, su fábrica de ideas felices, es ahora el PP de Casado. En Génova 13 están los mejores guionistas de la izquierda contra una derecha, la de Ayuso, que despierta más simpatías que nunca.

Se pudo comprobar en la sesión de la Asamblea de Madrid del pasado jueves. Después del "¡qué coño tiene que pasar!" tan berreado por la bancada popular —con la campaña anti-cenas aún en cartelera— vino el aquelarre izquierdista contra Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Poco falta para que la presidenta madrileña cargue con la culpa de cualquier ingreso hospitalario, sea o no por Covid. La izquierda, encantada: miles de niños sin luz en la Cañada Real y UCI atestadas mientras hordas de fascistas cenan con frenesí, brindando con cuernos de buey y propagando la peste por doquier. He ahí el PP de Madrid, usurpado por la montaraz liberal que no se aviene a las normas que sólo rigen en Madrid, no en Galicia ni en Murcia ni en Castilla y León... Otra Cayetana indolente e indómita. Y otros tantos años de socialismo como Dios manda.

¡Qué coño tiene que pasar! Es la frase más escuchada pero referida a Casado, Teodoro y Almeida. Los del "cáspita", el "mecachis" y hasta el temido "jopetas" ahora dicen "coño" en el Congreso causando un furor indescriptible en algunos bisoños diputados. Van a acabar fumando porros. Y eso que echaron a Cayetana por irritar un poco a Pablo Iglesias al leerle frases escritas por él sobre su padre. Y eso que ahora confiesan sin rubor su guerra abierta contra la que consigue votos. ¿Y preguntan ellos —la frase es de diseño— qué coño tiene que pasar para que pase algo?

Al PP de Génova sólo le duele la alusión personal, el "desequilibrado" de Nadia Calviño, la antaño socialista preferida de la derecha mediática casadista, que no aprenden. Por cierto, el que escucha la alusión y lo chiva a la prensa es José Luis Martínez-Almeida, que quizá no da puntada sin hilo.

Han insultado al jefe por sacar los escándalos del gobierno mostrenco, desde el niño de Canet a las niñas de Mallorca. Lo harían bien si quisieran: sacudiendo en el Congreso con Cayetana y el propio Casado y ganando votos y popularidad en Madrid y alrededores con Ayuso. Pero el jefe ha de serlo todo: el guapo, el simpático, el listo, el 'popu'. Por encima, nadie nunca. Espejo, espejito…

La pregunta es si Nadia Calviño sería hoy todo lo mala que parece y sería hija de quien es —que según Casado no viene al caso aunque sea él quien nos ha traído por un momento al guerrista José María Calviño— si no le hubiera llamado "desequilibrado".

"Yo sabía de Calviño que es una defraudora fiscal. Lo sabe toda España. Utilizó una sociedad instrumental con dos testaferros, una de ellas heredada de la sociedad de su padre, famoso líder socialista también conocido por algunas cuestiones que no vienen al caso".

Bien. Pero lo del niño de Canet, aunque no tuviera todavía nombre y apellidos, sucedía ya cuando Casado concedió la amable y entregada entrevista a RAC1, la del arrepentimiento por la actuación policial en el 1-O. ¿Ahora otra vez hablando del 155 por el caso de la Colina del Drágón? ¿Es acaso nuevo el terrorismo supremacista en Cataluña? Lo siento, no cuela. Uno no se puede indignar sólo cuando le apetece y entrar en cólera sólo si le sacan la lengua.

En política debe primar el interés general sobre el particular. Es cierto que el predecesor de Casado no dejó un buen ejemplo a juzgar por su última reflexión política, la del adiós. ¿Cuáles eran las razones y en qué orden?: "Es lo mejor para mí y para el PP. Es lo mejor para el PP y para mí. Y creo que también para España". Pero si el servicio es lo primero para un servidor público, no se puede recurrir a las descalificaciones sólo como respuesta a un ataque personal. Hay que hacerlo siempre que se pueda y que sea cierto, si es que se dispone de principios que defender. Pero Casado ha explotado para defenderse a sí mismo, porque le han despeinado. Y es una pena, porque el tono no es del todo malo si lo usara con sinceridad y coraje, como parecía cuando brillaba como alternativa y sin vigilar si Ayuso o Cayetana le llegaban al hombro o le pasaban de la coronilla.

Alberto Núñez Feijóo, presidente autonómico y de su partido, como todos los presidentes autonómicos y de su partido que le quedan al PP salvo Ayuso, cree que Casado se ha desmadrado un poco con lo de Calviño. Le ha faltado regalarle el consejo gallego que Franco propinó a Sabino Alonso Fueyo: "Haga usted como yo, no se meta en política". Le pide Feijóo a su jefe "tomar como ejemplo la política gallega para llevar la responsabilidad, la serenidad y el sosiego" a su quehacer diario. "Caaalma", que diría Cristiano después de un golazo en tiempos de crisis. Con mayoría absoluta —extraño fenómeno— se crispa uno menos.

La semana previa a la Navidad ha terminado con los tres minutos (y medio) de Miguel Ángel Rodríguez con Teodoro García Egea propiciados por Raúl del Pozo y que permiten múltiples interpretaciones, casi infinitas. Me quedo con dos: que es poca cosa y con tres minutos y medio basta para recomponer relaciones y pelillos a la mar o que al de Valladolid le basta con lo que dura un asalto para tumbar al de Murcia. Ambas podrían ser ciertas aunque tiendo a creerme más la segunda. Porque la recomposición es imposible desde hace tiempo y porque, de hecho, la remota posibilidad de paz —aunque la sobremesa superara a las de Rajoy— pasaría por que el secretario general no lo fuera. Si eso puede suceder en tres minutos y medio, pues quedarían esperanzas. Algunos creen que este es el "coño" que tiene que pasar, que se tomen unas copas MAR y Teo en sobremesas anochecidas como la del Arahy aquel de la moción. Y que luego se una Gruñón, última versión en pruebas de Casado, y todo vuelva a empezar. Como si nada.

De lo que no cabe duda alguna, como le dijo Yolanda Díaz a Macarena Olona —y vale como norma—, es que la izquierda tratará siempre de impedir que gobierne la derecha aunque gane. El PP de Casado, según parece, también.

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