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Eduardo Goligorsky

Lo parió la inmersión

Sin proponérselo, el Rufián ha dicho una verdad como la copa de un pino.

Gabriel Rufián. | EFE

Temo que perdamos el tiempo y erremos el quid de la cuestión cuando, al debatir el tema de la inmersión lingüística en Cataluña con sus partidarios y ejecutores, utilizamos argumentos relacionados con las virtudes pedagógicas del bilingüismo y con las ventajas de las que disfrutarían, en su vida social, laboral y económica futura, tanto en España como en el resto del mundo, quienes todavía se están formando en la enseñanza primaria, media y universitaria, si dominaran perfectamente el uso oral y escrito de la lengua castellana. Todo esto les importa un rábano a los mandamases supremacistas, cuyo único objetivo es la fundación contra natura de una republiqueta autocrática, de la que ellos serán dueños y señores en el peor estilo chavista. Con súbditos preferentemente iletrados, como ellos, pues así podrán manejarlos mejor.

La gran contradicción

Aquí es donde aflora la gran contradicción: proscriben el castellano en los medios de comunicación públicos, en la Administración, en el aula y el patio de las escuelas, en los carteles de los comercios y en el área cultural subvencionada, y los responsables de la represión implacable nos dicen que el catalán, única lengua oficial… ¡está en crisis! "La interacción en catalán en la escuela baja del 68% al 21% en 15 años", clama un titular (LV, 5/11).

Este comportamiento no es producto de una conspiración tramada en Madrid o en la sede de Netflix. Lo que sucede es que, a medida que pasa el tiempo, las nuevas generaciones –tanto si provienen de familias castellanohablantes como de familias catalanohablantes– toman conciencia, en su vida cotidiana, de que las autoridades las están obligando a concentrar todos sus esfuerzos en el aprendizaje de una lengua tribal, que coarta su progreso futuro, y optan por practicar, fuera del aula-cárcel, la que hablan quinientos millones de sus semejantes.

Familias valientes

Por supuesto, el aprendizaje exclusivamente lúdico del castellano dejará a estos jóvenes en inferioridad de condiciones respecto de quienes lo estudian disciplinadamente, pero estarán mejor preparados que si se sometieran a la inmersión permanente en catalán. Razón por la cual es aconsejable que las familias procuren darles una educación equilibradamente bilingüe y, si son valientes, que se sumen a la lucha por la aplicación estricta de las resoluciones judiciales sobre el empleo del castellano como lengua vehicular. Digo si son valientes porque los talibanes del régimen utilizan todos los recursos de presión e intimidación contra las familias acogidas a la ley. No es extraño que sean solo 80 ("superminoritarias", rebuznó el asno Rufián), como alardean los inquisidores. Están tan hostigadas como lo habría estado una familia que hubiera pedido la enseñanza en hebreo en la Alemania de Hitler.

La estrategia que planean emplear los comisarios de la lengua Josep Gonzàlez-Cambray (ojo al tilde identitario), conseller d´Educació, y Natàlia Garriga, consellera de Cultura, para meter en vereda a los escolares insumisos es la típica de todos los regímenes totalitarios, ya sean fascistas o comunistas. Aquí, a los espías, delatores y matones equivalentes a los SA nazis, los guardias rojos maoístas o los jefes de manzana castristas, los llaman "grupos impulsores". Empezarán a actuar en 200 centros escolares y sumarán 1.000 cada año, hasta llegar al total de 3.500. "Además, se dará formación a todo el profesorado", añade la noticia.

Ejemplo del éxito

Los capos de la Generaltat se jactan de que no obecederán la sentencia del Tribunal Supremo sobre la obligación de dictar por lo menos un 25% de asignaturas en castellano. Quien se hizo eco de este desplante en el Congreso de los Diputados fue, faltaría más, el bufón Gabriel Rufián, portavoz de ERC. Después de citar, sin desenmascararlos, a los miembros del Gobierno sanchicomunista que opinan que la inmersión lingüística es un "éxito", un sistema que "ha cohesionado a la sociedad catalana en los últimos 40 años" (LV, 26/11), el renegado de su cuna española se puso a sí mismo como ejemplo de ese éxito: "Yo soy hijo de la inmersión y hablo perfectamente castellano", afirmó.

Sin proponérselo, el Rufián ha dicho una verdad como la copa de un pino. Él es un ejemplo del éxito de la inmersión. No desde el punto de vista lingüístico, que es el que menos importa a los supremacistas incultos, sino desde el que concierne al lavado de cerebros: al Rufián lo parió la inmersión. A diferencia de los chavales avispados que, según la estadística citada más arriba, no se dejan engatusar por los adoctrinadores hispanófobos, el Rufián incorporó a su idiosincrasia todo el veneno que los predicadores del odio le inculcaron en la lengua del gueto.

Efecto teratogénico

La inmersión tuvo un efecto teratogénico (creador de monstruos) y moldeó un mamarracho que, burla burlando, presta servicios a la casta etnocentrista que lo utiliza al mismo tiempo que lo desprecia por no ser un auténtico pura sangre. Pura sangre catalana, se entiende. En cuanto a la cohesión social que, según el Rufián, sería fruto de la inmersión, él es la prueba de lo contrario. Representa a un partido cuyo proyecto secesionista se sitúa en las antípodas de más de la mitad de la ciudadanía catalana que se siente española y, además, es el muñeco del ventrílocuo maquiavélico Oriol Junqueras, cuyas tácticas oportunistas lo enfrentan visceralmente con los belicosos adictos al prófugo ensoberbecido Carles Puigdemont que los acusan a ambos –el ventrílocuo y el muñeco– de traición. ¿Cohesión social? Más fragmentación, imposible. Todos contra todos, con la bomba de relojería de la inmersión en la trastienda.

Cohesión social

La cohesión social sí es posible. Se cimentó durante la Transición en torno a la Constitución y la Monarquía parlamentaria. Hoy existen las fuerzas civiles y políticas capaces de recuperarla. Solo falta que se pongan en marcha encolumnadas en un gran frente de salvación nacional antes de que los buitres carroñeros enemigos de España nos devoren a todos.

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