Rebeldes de medio pelo
Cuando llega la hora de rendir cuentas ante la Justicia, se rajan.
Estos podemitas no dejan de empequeñecerse. Se suponía que eran los revolucionarios, que iban al asalto y que no renegarían de sus actos violentos cuando los cometieran. Hicieron por labrarse esa leyenda. Tenía verosimilitud. Sus amistades políticas, las que cultivaban antes del lavado de cara para la salida electoral, estaban muy experimentadas en esas prácticas. Ellos mismos hacían escraches en la universidad. En lo que atañe a agredir a policías, Iglesias, cuando arengaba desde La Tuerka, lo justificaba como "expresión de una rabia que está creciendo", le parecía emocionante y decía que las fuerzas de seguridad eran "matones al servicio de los ricos", esbirros, en fin, del capital.
Con la querencia de los podemitas de primera generación por el mito de la época de luchas de la Transición, se hubiera dicho que atacar a un policía era, para ellos, un sustitutivo de las carreras delante de los grises, mitología que tuvo gran éxito al calor de la memoria histórica, cuando todo el mundo se inventó un pasado antifranquista. Daba incluso la impresión de que, en su mundillo, golpear a un policía era una especie de prueba iniciática, algo que había que hacer para demostrar que se estaba contra el sistema.
Resulta, sin embargo, que cuando llega la hora de rendir cuentas ante la Justicia se rajan. A dos miembros destacados de Podemos se les ha juzgado por agredir a policías en sendas manifestaciones, y ninguno quiso reivindicar esas acciones, que los tribunales consideraron probadas. Al contrario, dijeron que no habían hecho nada, que no estaban allí, que se portaron como santitos. Igual que lo haría cualquier acusado de un delito, cierto; pero cuando vas de radical antisistema, la cosa cambia. No se puede renegar de la agresión por la que a uno le puede caer una condena y justificar o alentar actos violentos para que los cometan otros. Tratar de irse de rositas es opción de pusilánimes. Así no se templa el acero.
Perder un acta de diputado puede ser un dramón, y es buen motivo para hacerse pasar por corderito inocente. Pero no es que se hayan aburguesado; es que no han dejado de ser burgueses nunca. Al podemismo le gusta exhibirse como el partido más perseguido y martirizado de la democracia o de la historia, y veremos ahora cómo se ocupa de sus mártires. A unos cuantos les han dado puestos en un ministerio, pero Alberto Rodríguez, el rastas, aún no ha tenido esa suerte. Si todo lo que se lleva es la ovación que le dieron en el Congreso, es que estaba en el bando equivocado.
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