El presidente gagá, culpable del caos afgano
Su presidencia sólo puede ir a peor.
Donald Trump amagó con hacer en Siria algo similar a lo de Biden ahora. Igual no se acuerdan porque es historia antigua, es decir, de hace un par de años. Tras derrotar al Estado Islámico, concluyó que los Estados Unidos no tenían ya intereses que defender allí y anunció que retiraría las tropas por completo, dejando a sus aliados kurdos solos frente a una previsible invasión turca y facilitando un posible retorno del ISIS. Sin embargo, tras escuchar a aliados como el senador Lindsey Graham y sus propios consejeros, cambió de idea y decidió dejar cerca de un millar de soldados como elemento de disuasión y allí siguen, tanto los americanos como los kurdos.
Según lo que publican los medios useños, Biden no ha escuchado a nadie. Quería salir de Afganistán desde sus tiempos de vicepresidente y lo ha hecho lo más rápido posible, garantizando que para el vigésimo aniversario de los atentados del 11-S vuelvan al poder los mismos talibanes que acogieron y protegieron a Ben Laden mientras planeaba los atentados, dando de paso una imagen de derrota y decadencia que tendrá efectos aún más duraderos en el resto del mundo. El valor y la determinación de los pasajeros del vuelo 93 de United, en aquella primera derrota del islamismo el mismo 11-S, han abandonado a sus líderes políticos y militares, quienes de nuevo se ven incapaces de ganar una guerra.
Nos vendieron que con Biden volvería el verdadero Estados Unidos, regresarían la diplomacia y las alianzas entre países occidentales; los adultos volvían a estar a cargo del país. En cambio, tenemos un presidente que por no escuchar no escucha ni al Pentágono. Robert Gates, secretario de Defensa bajo las presidencias de Bush y Obama, escribió sobre él en sus memorias que había estado equivocado en casi todos los asuntos de política exterior y defensa durante las últimas cuatro décadas. Y eso era cuando aún tenía todas sus facultades mentales intactas. La degradación psíquica del presidente lleva siendo visible desde antes de su victoria electoral, por más que los mismos medios que ahora le critican su actuación en Afganistán se encargaran de disimularla. Su presidencia sólo puede ir a peor.
Digan lo que quieran de Trump, pero de vez en cuando escuchaba a sus consejeros militares. Además, su imprevisibilidad y una actitud de matón de colegio hacían que los enemigos de Occidente prefirieran no contrariarle demasiado. Además, odiaba tanto perder –no hay más que recordar su ridículo empeño en convencernos de que congregó a más gente que Obama en su investidura– que, por más que quisiera retirarse de Afganistán y no hiciera ascos a pactar con los talibanes, nunca habría permitido un caos como el que estamos viviendo.
Estados Unidos ha tenido que aumentar la presencia militar que permitía tener a raya a los talibanes sólo para garantizar la seguridad del aeropuerto. La vida de miles de extranjeros y de los muchos más que colaboraron con el Gobierno durante estos veinte años depende de la voluntad de los enemigos de Occidente, de la civilización. Al menos, Jimmy Carter tuvo la decencia de esperar tres años a hundir el prestigio de su país en Irán. Si a una Administración se la debe juzgar por cómo gestiona su primera crisis, la de Joe Biden apunta a dejar aquélla como un ejemplo de que todo puede empeorar.
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