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Amando de Miguel

A la búsqueda de una Constitución

Cabría la salida castiza de una nueva guerra civil, pero el horno no está para bollos. Lo más sencillo sería la defenestración (pacífica) del tirano.

Es fácil averiguar cuándo empieza a regir una Constitución. Suele manifestarse en un acto solemne, con las cámaras de la televisión en directo (o equivalentes) y muchos uniformes de gala. Más difícil es determinar el momento en el que se puede dar por concluida la vigencia real de un texto constitucional. Corresponde, más bien, a un sinuoso proceso, visto como una situación de crisis o decadencia, sobre todo, si no aparecen atisbos de una nueva ley fundamental. Este es el caso de la España de hoy. Todo el mundo invoca una Constitución, que, realmente, no rige.

Puestos a buscar un hito, podría valer este momento, en el que se constituye una estrambótica "mesa de diálogo". En ella, se reúnen, de igual a igual, el Gobierno de España y los representantes (de hecho) de una hipotética República de Cataluña. Será algo así como la celebración de las conversaciones, hace cien años, entre el Gobierno británico y las huestes del primate republicano irlandés De Valera. La diferencia es que Cataluña siempre fue una parte del reino de Aragón y, como tal, de España. La Cataluña independiente parece una caprichosa invención, con todos los riesgos que supone imponer nuevas naciones en la Europa del siglo XXI. Por ejemplo, ¿qué hacer con la mitad de los catalanes, que se sienten españoles y no son partidarios de pertenecer a una República independiente? No cabe el equivalente de la salida de los protestantes del Ulster o de los ingentes trasvases de población musulmana en la India para constituir Pakistán.

Lo que, ahora, no se ve es el espíritu de confeccionar una nueva Constitución para (lo que queda de) España. Cabría la salida castiza de una nueva guerra civil, pero, el horno no está para bollos. Quiero decir que nuestros colegas europeos no permitirían el experimento. Tampoco, se apuntarían muchos combatientes. En los militares españoles ya no hay "espadones".

Lo más sencillo sería la defenestración (pacífica) del tirano Sánchez. Habría un cierto acuerdo entre todas las fuerzas no secesionistas, incluyendo una buena parte de los socialistas. Equivaldría a una especie de moción de censura en el Congreso de los Diputados, la misma figura jurídica que dio el poder a Sánchez en 2018. No sé si, tres años después, se podrá alegar que sigue vigente el texto constitucional de 1978. En realidad, ahora, ha saltado por los aires. Lo que no aparece es la pléyade de los posibles redactores de la hipotética nueva Constitución, dispuestos a derrochar "consenso". Cabría la vieja opción de una España federal, pero, la cosa no pasa de un flatus vocis. Si la idea siguiera adelante, el inconveniente mayor sería lograr la igualdad entre todos los Estados que la integrarán. Ni catalanes ni vascos (sus dirigentes) aceptarían tal planteamiento.

Una dificultad ulterior es de índole cultural. La Constitución de 1978 se pudo confeccionar, mal que bien, porque se disponía de un plantel de buenos escritores. Hoy, los que escriben por oficio son los supérstites de una vieja tribu, de cuando la enseñanza era "presencial" en todos sus grados y modalidades.

Cabría la opción de cambiar media docena de artículos de la Constitución de 1978, que es bastante larga. La discusión sería inacabable. No hay un acuerdo básico sobre qué dirección debería tomar el cambio.

El problema no parece tener una solución pacífica. Para empezar, no son pocos los españoles reacios a identificarse con el gentilicio. Y no me refiero a los inmigrantes. No sé si habrá que recordar la broma de Cánovas del Castillo, cuando exponía, en una tertulia con otros historiadores, el proyecto de Constitución. El primer artículo rezaría: "Son españoles los que no pueden ser otra cosa".

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