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Javier Somalo

Marruecos ya ha descubierto a Sánchez

Si Marruecos percibe debilidad, convulsión política o posibles cambios al otro lado del estrecho, suele lanzar algún desafío.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras la rueda de prensa en la que ha presentado el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, en el Palacio de la Moncloa. | EFE

A Pedro Sánchez se le ha estropeado la cuenta atrás que lleva días practicando para presumir de que él y sólo él acabará con la pandemia en España gracias a sus planes de vacunación, que, naturalmente ni son suyos. Marruecos le ha fastidiado el cambio a trajecito de verano, con lo que a él le gusta llamar al turismo y sonreír sin ganas. Toca defender a España, y ahí no hay Redondo que valga.

Marruecos no ataca descontrolando su política migratoria presumiblemente pactada con España, lo hace lanzando lo que en término estrictos sería un indudable casus belli: una invasión en toda regla. No estamos ante una crisis migratoria sino de fronteras. Marruecos ha empujado a seres humanos, una vez más, como avanzadilla a sus pretensiones territoriales.

Que abra puertas y toque la corneta, que cite a los niños por redes sociales diciéndoles que pueden ver a Cristiano Ronaldo en Ceuta o que adelante una mensualidad a las mafias para que hagan horas extra es lo de menos en un régimen que demuestra poco aprecio por la vida ajena. Ellos no se perderán en dilemas morales y para cuando nosotros los hayamos terminado de formular el vecino con el que siempre hay que llevarse bien sin hacerse respetar habrá dado un nuevo paso en su agresiva relación con España, siempre basada en la violación de fronteras y en la manipulación histórica. Conviene recordar, siempre que se pueda, que el Reino de Marruecos ni siquiera existía cuando Ceuta y Melilla, cada una con su particular historia, pertenecían a España. Poca reivindicación puede hacerse de algo que nunca ha sido propio pese a que muchos periodistas españoles hablen, incluso estando en contra, de la "devolución" a Marruecos de las ciudades autónomas. Sólo se pude devolver lo que ha sido propiedad de otro y no es el caso.

Lo peor es que en todo momento han estado claros los términos por parte de Marruecos y así lo dijo, para mayor sonrojo de nuestra diplomacia, la embajadora en España, Karima Benyaich: "Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir". Los actos son la acogida en España al moribundo líder del Frente Polisario Brahim Ghali por no se sabe qué caprichos de la ministra de las gangas chinas. Las consecuencias, una invasión de Ceuta. No hay descuidos, no hay disimulos. Marruecos pone los términos encima de la mesa y en España empiezan a temblar las piernas.

Periódicamente Marruecos evalúa la capacidad de respuesta del vecino y amigo del norte. Puede usar el control del narcotráfico o el del tráfico de personas pero la chispa para encender cada test es territorial: Ceuta, Melilla, los islotes, las Canarias o el Sahara. Si Marruecos percibe debilidad, convulsión política o posibles cambios al otro lado del estrecho, suele lanzar algún desafío. Esta vez se ha pasado al admitir sin ambages que la respuesta a la irregular y opaca acogida de Brahim Ghali es una invasión en toda regla. Sólo la ministra de Defensa ha tenido palabras —y sólo han sido palabras— a la altura de las circunstancias.

Sahara de izquierdas, Sahara de derechas, Sahara español

Con Franco en plena agonía, el 2 de noviembre de 1975, el entonces Príncipe Juan Carlos de Borbón viajó a El Aaiún para decir a las tropas y a los saharauis: "España cumplirá sus compromisos". Claro, no dijo bien cuáles. Además, a Franco no se sabe cuánto le preocupaba ya el Sahara y lo que es seguro es que se avecinaba mucha tormenta después de cuarenta años de dictadura como para andar pensando en qué iba a pasar con una colonia que se iba a quedar Marruecos sin mucho regateo.

Cuatro días después, aunque llevaba un mes preparándose, llegó la Marcha Verde que, según Hassan II le fue directamente inspirada por Alá en un sueño. Lejos de ser un pacífico éxodo de tribus cantarinas, contó con apoyo aéreo y terrestre, armado por supuesto, y hubo muchos tiros. Llenar de gente un territorio es la mejor forma de quedárselo incluso si se empeñan después en un referéndum, que para eso está el censo que también viajó multitudinariamente desde Marruecos.

Después llegaron los llamados Acuerdos de Madrid, un tripartito con Marruecos y Mauritania en los que España no tardó en tomar las de Villadiego contra toda legalidad, porque no le asistía el derecho para hacerlo. No hubo descolonización, España no transfirió la administración de la colonia a Naciones Unidas sino, unilateralmente, al tripartito. Mauritania fue compensada y se retiró dejando el Sahara en manos marroquíes. Es el único caso de descolonización incompleta.

Un año después de la visita del Príncipe, ya rey, y del funesto arranque de los Acuerdos de Madrid, Felipe González dijo en Tinduf, el 14 de noviembre de 1976:

"Hemos querido estar aquí para demostraros, con nuestra presencia, nuestra repulsa y nuestra reprobación por el acuerdo de Madrid de 1975 (…) Nuestro partido está convencido de que el Frente Polisario es el guía recto hacia la victoria final del pueblo saharaui. Y está convencido también de que vuestra república democrática se consolidará sobre vuestro pueblo y podréis volver a vuestros hogares. Sabemos que vuestra experiencia es la de haber recibido muchas promesas nunca cumplidas: yo quiero, por consiguiente, no prometeros algo, sino comprometerme con la Historia: nuestro partido estará con vosotros hasta la victoria final".

De la cuestión saharaui se ha hecho causa en la izquierda y en el nacionalismo antiespañol. Los unos por el apoyo prosoviético de Argelia al Polisario en el refugio argelino de Tinduf y los otros porque todo lo que sea autodeterminación con algún kalashnikov vale para un roto y para un descosido. Los bandazos del PSOE han sido más descarados combinando el entusiasmo de la "victoria final" del Polisario con el servilismo más descarado hacia Marruecos. Pero la derecha también ha reclamado para sí, de muy distinta forma, la cuestión saharaui y la protesta ante el yugo del régimen marroquí.

El 13 de noviembre de 2010 se vio a plena luz en Madrid. Una manifestación en apoyo del pueblo saharaui tras varios episodios de represión policial marroquí llegaba a la Puerta del Sol con la pancarta "Marruecos. Fuera del Sáhara 35 años después". Tras ese lema caminaban el entonces vicesecretario de Comunicación del PP, Esteban González Pons; el que fuera coordinador general de IU, Cayo Lara; la entonces presidenta de UPyD, Rosa Díez y los exsecretarios generales de UGT, Cándido Méndez, y CC OO, Ignacio Fernández Toxo. Con todos ellos, Willy Toledo, Rosa María Sardá o el clan Bardem al completo. Y todos contra el gobierno del PSOE, promarroquí aquella temporada.

Tan extraño resultó el aquelarre que la ministra de Cultura del momento, Ángeles González-Sinde, llamó al orden a los abajofirmantes habituales de la ceja: "Es un tema [el Sahara] lo suficientemente delicado como para que los que no somos expertos no hagamos ese papel de opinar y de contribuir a la confusión en lugar de encontrar soluciones". La "coincidencia" con el PP, añadió confusa, "les debe hacer pensar". Recibió lo suyo la ministra.

El Frente Popular de Liberación de Saguía El Hamra y Río de Oro, el Polisario, presta mucho material a la izquierda para arrojar sobre Israel por Palestina o sobre España por el País Vasco. Tiene, por tanto, ese componente de "lucha armada" que la izquierda maneja con tanta alegría cuando no quiere decir terrorismo. Pero luego están los saharauis que quieren aprender bien el español que hablan y que prefieren ejercitarlo en España antes que en Cuba. Los hay, y muchos están hartos de las vacaciones españolas de cooperación a los campamentos argelinos de Tinduf, hartos de Marruecos y probablemente también del Frente Polisario, al menos de este que representa Brahim Ghali.

Quedan pocos que de veras se acuerden de la no descolonización española que les dejó en manos de Hassan II y no debe de quedar uno solo que espere algo bueno de España. Lo último, la gran aportación, ha sido la de dar refugio sanitario a este secretario general del Polisario que tiene demasiadas cuentas pendientes con la Justicia y que, por ese cargo, es también presidente de la denominada República Árabe Saharaui Democrática. Esté mucho o poco reconocida internacionalmente, esa república haría bien en desvincular su existencia de una organización dirigida por personajes como Ghali.

España hizo mal las cosas hace demasiado tiempo y ningún gobierno ha tratado después de corregirlo en serio. La cuestión saharaui tiene difícil solución y Naciones Unidas ha ido cosechando fracaso tras fracaso para terminar dejando por imposible la elaboración de un censo que pudiera asomar la posibilidad de un referéndum que nada tiene que ver con la mala resaca de Puigdemont.

Pero esos fracasos, que alejan mucho un futuro saharaui en la costa original, no significan que España deba contribuir a que Marruecos se exhiba como el vecino intocable del sur de Europa y que pueda usar como arma disuasoria, esta vez efectiva, la invasión humana de territorio español. Por mucho que EE.UU tenga a Marruecos como aliado estratégico y le haya otorgado un papel de moderador del islamismo radical, debería ser más importante que España —que es Europa— no se vea amenazada periódicamente. Es posible que eso lo entienda hasta Biden y ahora sería el mejor momento para hacérselo saber con autoridad.

Pero si el vecino del norte está gobernado por un tal Pedro Sánchez con la ayuda de comunistas —prosaharauis y promarroquíes como Dina Bousselham— e independentistas, ministras como la de las gangas chinas, con la oposición mirándose de reojo, con la causa saharaui difuminada entre el marxismo y la mala conciencia y con una nula identidad cultural sobre la españolidad Ceuta y Melilla, lo raro es que el Reino de Marruecos no llegue hasta El Ferrol o que Mohamed VI funde partido en España.

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