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Cristina Losada

El Ejército del Estado Emotivo

A tenor de lo visto estos días, no está claro que España quiera un ejército.

EFE

A tenor de lo visto estos días, no está claro que España quiera un ejército. Los que estaban visiblemente incómodos con su despliegue en Ceuta no lo quieren, seguro. Pero es dudoso que lo quieran muchos de los que no se manifestaron en contra. Tampoco está claro, es verdad, qué es lo que quieren unos y otros, pues el Estado Emotivo es un estado que rehuye lo racional, pero lo más próximo a esta querencia actual española, como se ha dicho más de una vez, sería un ejército-ONG. Esto es un imposible. Un ejército, por definición, ni es ni puede ser una organización no gubernamental. Pero lo que quiere decir esa querencia española, que ya tiene años, es que el Ejército ha de comportarse como una ONG que tuviera la ayuda humanitaria como única misión.

Al Ejército se le ha elogiado estos días por ayudar a los que llegaban malamente a nado a la playa de Ceuta, y hasta por jugar con los niños que se lanzaron al mar desde el lado marroquí de la frontera con la aquiescencia de las fuerzas de seguridad de aquel país. Pero prácticamente nada se ha dicho, ni una palabra, sobre el resultado de la principal misión que debían realizar los militares desplegados, y que consistía en disuadir a las autoridades marroquíes de continuar sus acciones contra nuestra frontera. Por decirlo con algo más de realismo: la misión consistía en persuadirlas de que dejaran de recordarnos, tan brutalmente, que la seguridad de nuestra frontera depende mucho más de ellas que de nosotros. Esa ha sido nuestra opción y hay que asumir las consecuencias.

Entre los habitantes del Estado Emotivo ha gustado mucho la afirmación de que lo que distingue a una democracia, frente a regímenes que no lo son, es que en ella el Ejército salva a inmigrantes ilegales en peligro y sus soldados juegan con los niños rescatados del mar. Es una lástima que no se les ocurriera esa idea cuando los soldados americanos estaban en Irak, porque ellos también jugaban, a veces, con los niños iraquíes. Y no, no se les ocurrió. Asistir a personas en peligro y hacer tareas de salvamento es obligado y, al mismo tiempo, muy loable, pero ¿es eso lo que distingue al ejército de una democracia? Los que estamos fuera del Estado emotivo solemos pensar que lo que distingue a una democracia es que las Fuerzas Armadas están subordinadas a las autoridades civiles elegidas democráticamente. Será que nos falta emotividad.

En España, igual que en otras democracias, el Ejército participa en acciones humanitarias y ayuda en desastres y accidentes, pero el rol fundamental de las FFAA es garantizar la soberanía y la independencia de la nación, y defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. Así, con esas mismas palabras, lo establece nuestra Constitución, como lo establecen de forma similar las de otras democracias. Nada de excepcional hay en ello. Es la norma. Y es que si el Ejército no tuviera ese papel, no sería un ejército. Sería otra cosa, esa cosa que quieren pero no acaban de formular con claridad los que viven en el Estado Emotivo. A ver si lo hacen de una vez. Entretanto, hemos de congratularnos de no estar aún del todo ahí, porque el Estado Emotivo puede acabar en Estado fallido.

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