El Polisario tiene que ser nuestra baza
Lo único que funciona con Marruecos es la fuerza. Y como la confrontación directa se antoja impensable, esa fuerza disuasoria debe proceder de terceros.
Que la geografía haya castigado a España situando en su frontera sur no a Suiza o Dinamarca, sino al Reino de Marruecos, qué le vamos a hacer, constituye una de esas desgracias fatales que carecen de remedio. Si bien podría haber sido peor. Y es que esa condena que nos ha tocado en suerte resulta ser un Estado; un Estado de verdad que, a diferencia de Libia u otros territorios africanos carentes siquiera de un poder soberano, se revela capaz de controlar sus fronteras y lo que ocurre dentro de ellas. Y a los Estados se les puede presionar. El rey de Marruecos no dispone de bombas atómicas convencionales, pero está en posesión de una bomba demográfica susceptible de ser lanzada cuando así lo aconsejen los imperativos de su política doméstica. Como ahora mismo, sin ir más lejos, instante de aguda crisis económica a consecuencia del colapso del turismo, una de sus escasas fuentes de divisas. Y, como siempre que tiene problemas internos, problemas que podrían afectar a la precaria legitimación popular de su régimen, el Rey desvía la atención hacia la frontera con la Unión Europea por la siempre efectiva vía de excitar el sentimiento nacionalista de sus súbditos. Un clásico que aprendió de su padre, Hasán II, supremo perito en esas lides.
¿Qué hacer, por lo demás, ante ese eterno chantaje recurrente de los mandatarios marroquíes? Aunque la pregunta retórica sería mejor que se plantease en términos negativos. Porque si algo nos ha enseñado, y de sobras, la experiencia histórica es lo que no hay que hacer. Con Marruecos y su pequeño Maquiavelo con chilaba, las políticas conciliadoras nunca sirven para nada. Lo único que funciona con Marruecos es la fuerza. Y como la confrontación directa se antoja impensable, esa fuerza disuasoria debe proceder de terceros. España tiene una responsabilidad histórica con el Sahara. Pero, incluso si no la tuviera, el Frente Polisario seguiría siendo un importante actor militar en la zona que, en la medida en que su enemigo es Marruecos, estaría llamado a encarnar la discreta baza estratégica que España necesita para confrontar la belicosidad marroquí. Es sabido desde el origen de los tiempos que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Necesitamos al Polisario. Y no por humanitarismo.
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