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Javier Somalo

Ayuso y los ingleses

Con coleta, moño o moldeado, el comunismo, elegido deliberadamente por Sánchez como compañero de Gobierno, ha sido letal para la imagen de España.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en rueda de prensa tras la reunión del Consejo de Gobierno. | EFE

Dice la ministra Arancha González Laya que la culpa de que los británicos hayan puesto semáforo amarillo a España, o sea dudas como destino turístico, es de Isabel Díaz Ayuso por tanto libertinaje tabernario.

"…Una comunidad autónoma con una presidenta a la cabeza que dice que lo que importa es la libertad, irse de cañas, a los toros, que lo que importa es la movilidad cuando le dé la gana y donde le dé la gana".

Lo de los toros le habrá gustado menos a la de los berberechos, otra intelectual del aparato que no soporta perder tanto y que la derecha le gane por tanto. Desde luego, les cuesta de veras esto de la libertad cuando no es la que proponen ellos. La izquierda sólo reclama la libertad desenterrando a Franco pero no acierta a vivir con ella. En libertad, el socialismo soluciona poco y por eso tiene que andar manipulando el pasado y hasta aventurando oscuros futuros. Lo que es el día a día ya lo arreglará algún facha.

No se reponen al chasco: los bares y las cañas ya no son patrimonio o monopolio de la izquierda. Bueno, como que a Tezanos no sé si le dejarán entrar en algún bar después de su consigna, la misma que invocan González Laya y Carmen Calvo y que regaló a Ayuso el cierre perfecto de campaña con la llamada al voto de los tabernarios.

Algo de atractivo sí debe de tener para británicos eso de las cañas y los toros en libertad, que tanto disgustan a la ministra. De hecho, a veces se pasan de entusiasmo y acaban cada verano como las golondrinas de Bécquer, pero si nos ponen un semáforo desfavorable será por el Gobierno de España, no por el de la Comunidad de Madrid. Nadie ha oído a Isabel Díaz Ayuso ni a consejero alguno animar a salir a las calles sin mascarilla, violar una norma, un confinamiento o el sentido común. Pero todos hemos oído hablar por ejemplo, a la propia ministra González Laya, el 27 de marzo de 2020, cuando explicaba de esta forma la compra de test defectuosos para detectar el coronavirus:

"No estamos acostumbrados a comprar en China. Es un mercado que nos es un poquito desconocido (…) Hay muchos intermediarios que se presentan, nos ofrecen gangas y luego evidentemente resulta que no son gangas".

Conviene insistir en que la frase anterior la pronunció una ministra de Asuntos Exteriores de un país europeo en el siglo XXI.

Unos meses más tarde de aquellas gangas, el 27 de julio de 2020, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, el insufrible epidemiólogo Fernando Simón, atajó el asunto del turismo con un argumento indiscutible en términos egoísta incompetencia:

"Agradezco que los belgas decidan no recomendar venir a España. Es un problema que nos quitan. Menos riesgo de importación de casos".

Sin coches no hay accidentes de tráfico y el bueno de Simón puede dedicarse a otras cosas menos estresantes y emergentes como montar en moto, hacer surf o hacerse el gracioso y el simpático con decenas de miles de muertos no reconocidos por el Gobierno.

Seguro que vuelven las golondrinas británicas, y hasta más civilizadas, pero si se resisten será por miedo a que sólo se hable de libertad en la capital de España. Porque con coleta, moño o moldeado, el comunismo, elegido deliberadamente por Sánchez como compañero de Gobierno, ha sido letal también para la imagen de España. Eso sí que es un semáforo, y muy rojo, que desaconseja viajar aun sin pandemia.

Lo dijo Esperanza Aguirre en Es la Mañana de Federico: Felipe González ni se planteó gobernar con Izquierda Unida cuando el PP le ganó en las urnas. Bien es verdad que González no ha tragado nunca al PCE, que sí se jugó el tipo en el franquismo, y torció el gesto cuando Adolfo Suárez decidió legalizar el partido de Santiago Carrillo. Pero se refería la expresidenta al posible sentido común del antiguo PSOE de no abrir paso al comunismo, algo que ha hecho escandalosamente el adolescente político Pedro Sánchez. Lo vemos y sufrimos en España; se ve y se teme desde fuera.

Ayuso, en el estilo que ya ha marcado un hito en la política española, contestó en cuanto pudo, primero a la jefa de nuestra presunta diplomacia:

"Sólo faltaba que tuviéramos que hacer lo que dijera esta mujer; o la izquierda, que es muy dada a decir que tienes que cerrar (…) Lo que no puede ser es que, si vienen muchos turistas franceses, es culpa mía, y si no vienen turistas británicos, es culpa mía (…) Lo que están haciendo es no asumir la derrota electoral".

Y después se refirió a Pablo Iglesias, es decir, al comunismo, antítesis de la libertad que protagonizó su acertada, breve, sencilla y contundente campaña:

"Me parece que ha metido en sus listas electorales a todos los representantes de todos los delitos tipificados en el Código Penal. Creo que no han hecho ninguna propuesta en positivo. Pensaban representar al pueblo cuando ellos han ido triplicando sus patrimonios. Han sido dirigentes cada vez más ricos para ciudadanos o afiliados más empobrecidos (…) Creo que la inmensa mayoría de los ciudadanos respira desde que se ha ido".

Se ha ido Iglesias, que no es poco, pero cuidado con pensar que la coleta es el trofeo definitivo de la batalla de Madrid. Hay cosas que no están del todo claras en su extraña salida de la política y, aunque fuera cierta y definitiva, queda el comunismo de la "madre médica" y del niño Errejón, tan doctrinario y peligroso como el otro.

Ni Pedro Sánchez, ni José Luis Ábalos, ni Fernando Grande-Marlaska, ni, por supuesto, Arancha González Ganga han hecho nada que pueda devolver la tranquilidad a los españoles, paso previo e imprescindible para que la sientan los turistas. Sin ir más lejos, el aeropuerto de Barajas ha sido el piso franco de Sánchez contra Ayuso, contra Madrid. Jamás, en toda la pandemia, ha existido un control como es debido sobre tal coladero irresponsable del virus. Y cada día de estos dos años que quedan por delante veremos un ataque, una trampa contra el Gobierno de Ayuso, que preside una comunidad que es capital de España, sede de las instituciones y del Gobierno central de Sánchez.

No toda la derecha es Ayuso pero todos los partidos de la izquierda —Dios nos libre del fuego amigo y de refundaciones pomposas— están contra ella. Eso revaloriza la importancia de su victoria y el momento político abierto tras las convulsas maniobras de Ciudadanos. En mayo ha quedado demostrado que con las ideas propias también se ganan elecciones, se reconquista terreno perdido y hasta se conquistan nuevas plazas sin pedir perdón. Sólo hay que creer en ellas de verdad y rodearse de personas capaces de bajarlas al suelo. Vendrán a comprobarlo, los ingleses y el mundo entero.

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