Abascal retrata a Marlaska bajo las piedras
Yendo a los lugares donde quiere vetarles la izquierda, Abascal y los suyos nos dan una medida de lo amenazada que está la democracia en España.
La izquierda, toda la izquierda y no solo la ultraizquierda como pretenden algunos para seguir rescatando al PSOE, había preparado convenientemente el terreno. En un manifiesto profundamente totalitario, Más Madrid, el PSOE y Unidas Podemos expresaban su apoyo a las protestas contra el mitin de Vox en Vallecas, uno de esos barrios obreros que el rojerío acaudalado trata como reservas de indios navajos.
Según el manifiesto, de inconfundible inspiración batasuna, Vox no tiene derecho a hacer campaña en lugares como Vallecas. La presencia de los de Abascal allí era por sí misma una provocación. Cualquier incidente violento sería, por tanto, imputable a Vox, si bien los firmantes pedían evitar encontronazos. No porque la defensa del barrio del peligro ultra no mereciera algo de sangre, sino por el rédito electoral que de los desórdenes pudiera sacar Vox.
Decenas, si no centenares, de agitadores hicieron suyo el argumento de los partidos del Gobierno y Más Madrid concentrándose cerca del mitin con una misión clara: que Vox no pudiera celebrar un acto al que amparaban todos los derechos constitucionales. Tras pasarse la tarde amenazando a los vecinos que votan verde con llamamientos guerracivilistas al asesinato (“¡A por ellos, como en Paracuellos!” es un buen ejemplo), estos agitadores itinerantes a los que los medios siguen llamando "antifascistas" pasaron a la acción nada más aparecer Abascal, Monasterio, Olona y Ortega Smith.
A pedradas y botellazos, y con el lanzamiento de otros objetos como latas y palos, las fuerzas de choque del bloque de izquierdas intentaron imponer la ley de exclusividad territorial sobre sus supuestos feudos que, contra todas las leyes y principios del Estado de Derecho, habían declarado sus jefes políticos en el manifiesto. Las imágenes de un policía pateado y de simpatizantes de Vox heridos, entre ellos un diputado, son una prueba del celo con que se emplearon en la labor.
En ese escenario dantesco tomó la palabra Rocío Monasterio. En un discurso vibrante y admirablemente articulado en medio del asedio, la candidata de Vox a la Comunidad llamó “cobardes” a los acosadores y les recordó lo evidente: que en su partido no tienen miedo. “No nos van a quitar el derecho que tenemos a estar también en estas calles, a discrepar, a disentir, a tener una opinión”.
Y después llegó un Abascal tremendamente sincero, como acostumbra, esta vez en su muy justa indignación no ya por el puñado de sectarios criminales o criminógenos al que ha plantado cara toda su vida, sino por la vergonzosa complicidad de Interior con el acoso. Mostrando los objetos que le llovían, y midiendo con pasos la distancia de la turba, un Abascal pletórico de razón y verdad interpeló directamente al ministro Marlaska por haber permitido que los radicales con sus piedras se acercaran a menos de veinte metros de la tribuna de oradores de Vox.
Mostrando el arma del delito, Abascal ilustraba la magnitud del atropello que, por omisión deliberada, estaba cometiendo Marlaska. Pero lo mejor fue su decisión de no seguir hablando hasta que el ministro no ordenara dispersar como habría tenido que hacer desde el primer momento. Abascal anunció entonces que Olona estaba llamando personalmente al ministro para exigirle protección. Marlaska quedaba así retratado en su cinismo potencialmente homicida.
Yo mismo me lo imaginé en su casa, lejos de Vallecas o en el despacho donde se ha instalado la famosa cinta de correr, modulando por teléfono la reacción de la policía a la violencia de los camisas pardas frentepopulistas. Que no se acerquen del todo, que no da bien, pero que estén lo bastante cerca como para que se vea que no son bienvenidos y, sobre todo, que no acuda a aplaudirles más gente. Para eso, exactamente, ha quedado el Ministerio del Interior bajo el mando de quien un día más cercano de lo que parece fue un juez respetado por su servicio a España y al Estado de Derecho.
La respuesta de Abascal a la encerrona fue, a mi juicio, eficacísima, y tendría efectos sísmicos en el electorado de existir en España una clase periodística seria. La que tenemos habla de “tensión” entre bandos y habla de violencia “por un mitin de Vox”, con lo fácil que sería escribir “contra un mitin de Vox”. Lo mismo puede decirse de la reverenciada, y cada vez más desacreditada, Unión Europa (¿han visto el trágala de la feminista Úrsula en Can Erdogan?), abonada a ver la paja en el ojo húngaro mientras ignora las vigas que radicales espoleados desde el Gobierno de España les tiran a la ceja a las diputadas de Vox.
De ellos no podemos esperar nada, pero de nosotros sí. La actitud y el emocionante discurso de libertad y resistencia al matonismo totalitario de la izquierda que ha dado una vez más Vox son un ejemplo y una inspiración para cada vez más gente. Yendo a los lugares donde quiere vetarles la izquierda, Abascal y los suyos nos dan una medida de lo amenazada que está la democracia en España. Y al mismo tiempo nos enseñan qué podemos hacer para salvarla.
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