La falta de agua potable no es una pandemia porque no la padece toda la humanidad, pero sí una parte significativa de ella, la relegada en regiones tropicales o en las áreas semidesérticas. A fecha de hoy es la principal causa de muerte entre los niños de entre cero y cinco años en aquellas latitudes.
Tres de cada diez personas carece en nuestros días de la suficiente cantidad y calidad de agua potable necesaria para su supervivencia, sin embargo siguen siendo algunas ONG las principales encargadas de paliar un problema humano de dimensiones gigantescas.
Desde los primeros asentamientos humanos en colectividades superiores a la tribu, la existencia de agua potable y su correcta canalización y distribución han sido tema de vida o muerte. Como afirma el antropólogo norteamericano Marvin Harris, la primera casta dominante en las civilizaciones primitivas fue la de los ingenieros, que aprendieron a distribuir el agua de manera que llegara en buen estado a la totalidad de sus conciudadanos.
En la actualidad solo las sequías especialmente duraderas o “pertinaces” como antaño se decía pueden plantear problemas serios a los habitantes de las grandes urbes modernas, pero la situación cambia radicalmente en las zonas rurales del llamado “tercer mundo”, África tropical y Amazonia principalmente.
No solo la sequía sino también la contaminación del agua, a veces abundante en determinados parajes, conducen a mortalidades masivas todavía superiores a las debidas a las hambrunas. Sin agua no es posible la vida, pero a esta irrefutable verdad habría que añadir los conceptos de limpieza y potabilidad, y estas virtudes no son demasiado abundantes en los cauces y las charcas de las regiones a que nos referimos.
Mujeres y niños los más afectados
Si el feminismo actual urbanita se moviera por principios verdaderamente ecológicos lo haría impulsando proyectos encaminados a dotar de agua a las colectividades rurales desbastecidas: las mujeres, y también los niños son los principales afectados por estas catástrofes.
Una vez más son los atavismos supuestamente culturales quienes determinan que es la mujer quien va a buscar el agua cuando esta escasea, y buscar el agua puede suponer recorrer decenas de kilómetros hacia los pozos o las charcas asequibles; y una vez localizados, cargar con envases para un mínimo de veinte litros regresando así al hogar lejano.
Como tantos animales son acechados por las fieras cuando acuden a los aguaderos, las pobres mujeres, y en muchas ocasiones las niñas, son objeto de ataques sexuales por parte de facinerosos que las acechan sabiendo su necesidad de acercarse a estas fuentes de vida. Como denuncian las misioneras que tratan de ayudarlas, la mayor parte de las agresiones que sufren las mujeres africanas reconocen esta terrible causa.
No todas las costumbres tribales incluyen las prácticas de hervir el agua que se consigue después de tanto esfuerzo, de manera que en alto porcentaje de casos se termina consumiendo agua contaminada con bacterias patógenas o parásitos, como las amebas o las larvas de gusanos: el agua contaminada se reconoce como primera causa en los países tropicales de esa mortalidad infantil que nuestra civilización afortunadamente ha desterrado.
Las cuatro claves de la supervivencia
Higiene, saneamiento básico, gestión de infraestructuras y tratamiento eficaz
El 21 de Marzo, nada más recibir a la primavera en nuestras latitudes se celebra el Día Mundial del agua y los cuatro conceptos de nuestro encabezado son otros tantos objetivos vitales de primer orden. Dotar de infraestructuras, como pozos artesanos, canalizaciones a distancia y sistemas de irrigación del suelo para fomentar la agricultura son claves para la supervivencia y la sostenibilidad.
Conseguir tales objetivos requiere gran esfuerzo y cantidades fuertes de dinero: los países del tercer mundo no se lo pueden permitir, pero para nosotros, los que hemos tenido la fortuna de nacer en países privilegiados, ayudarlos no debería ser un lujo ni un tema de solidaridad de miembros de Organizaciones no Gubernamentales, sino una obligación ineludible.
No sería justo olvidar en este sentido la labor que viene realizando la Iglesia Católica a través de su organización Manos Unidas. En estos momentos participa en 197 proyectos relacionados con la gestión hidráulica en África y Amazonia, con un montante de inversiones que supera los siete millones anuales y beneficia a más de seiscientas mil personas.
A la vista de las cuentas de resultados de Manos Unidas, y sobre todo valorando el esfuerzo heroico de sus misioneros, mujeres también en proporción dominante, no parece sencillo entender la inquina que la religión católica viene despertando en la izquierda radical: la ayuda al tercer mundo y en definitiva a los más desfavorecidos, que es de justicia agradecer a las religiosas misioneras, debería ser reconocida de manera especial por ellos, pero el sectarismo se pone una vez más de manifiesto.
El Día Mundial del Agua es una fecha para la reflexión y sobre todo para la ayuda.
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