Bordalás está perdido
El técnico alicantino atraviesa su momento más delicado al frente del Getafe.
Sin obviar en absoluto el gran trabajo que hizo en su primera temporada en el club con el ascenso a Primera, desde el fondo de la tabla en Segunda, desahuciado el equipo, penúltimo de la clasificación. Sin olvidar el asentamiento en primera en la 2017-2018, el acariciar la Champions en mayo de 2019 y volver a tocar con los dedos la opción de Europa en 2020. Todo eso se lo lleva José Bordalás en su mochila. Sin nada que reprocharle en esos años, pero con la obligación de ser justos cuando eso se acabó.
Este año Bordalás está haciendo equilibrios con un equipo que no mejoraron tras el verano. El técnico avisó y la plantilla no se reconstruyó. Hacía falta, según el alicantino, tocar algunas cosas porque algo se había gastado. Conviene renovar el vestuario porque si no, todo huele a naftalina. Pero Ángel Torres no le hizo caso. Impuso el presidente, con la connivencia del director deportivo, aquello tan manido en fútbol de que lo que funciona no se toca. Y hombre, esto tiene matices.
Los intentó exponer Bordalás pero ya era tarde, se cerró el mercado y sólo la incorporación de Enes Unal y el Cucho Hernández (que ya son) pudieron satisfacer algo al entrenador, pero no le llenaban demasiado. Bordalás siempre avisó que con esta plantilla iba a ser complejo repetir las temporadas anteriores. Ahora en el mercado invernal Torres le ha regalado a su mister dos cesiones que no acaban de cuajar por lo visto en estos seis partidos. Kubo y Aleñá, suplentes en los tres últimos compromisos ligueros y con apariciones esporádicas en los otros tres, no han hecho aún ninguna aportación vital al equipo. Será cuestión de tiempo.
Todo lo dicho antes no quita para que salga a la luz algo que se está empezando a extender últimamente. El Getafe juega muy mal al fútbol, sin llegada, con una espesura abrumadora. Juega el Getafe al ritmo que marca su técnico, directo, a que no haya mucha miga en el partido, a interrumpir, a gestionar el tiempo. Y hay algunos encuentros que se hacen bola, la mayoría de ellos en el último año. Ver al Getafe se ha convertido esta temporada en sufrimiento, en un potro de tortura frente al televisor. En los últimos seis partidos de Liga el equipo ha tirado tres veces a portería, y en los últimos tres ni siquiera lo ha intentado. Es una estadística que no se puede sostener en un equipo profesional.
Hay una matemática que no perdona. El Getafe es el conjunto que más faltas hace por partido en Europa, el que más tarjetas recibe. Es el Getafe un equipo incómodo, agresivo y eso está bien cuando se usa bien. El equipo madrileño es violento en muchos de sus encuentros y juega al límite. Y eso no se puede mantener en el tiempo. Cuando jugaba intenso se decía, llegó a ser un equipo muy bien trabajado, muy estructurado pero de un tiempo a esta parte ese mismo fútbol ya no sale cuando las cosas no funcionan. Si haces más faltas y llegas menos a portería, juegas peor. Y no se tiene que molestar nadie. Pero parece que sí se molestan por el Alfonso Pérez.
Y se molestan con la excusa de que no se veía tan mal a otros equipos que hacían lo mismo. Incluso hay una frase muy usada estos días “Al Atleti del Cholo no se le decía nada”. Bueno, porque el Atlético del Cholo no jugó nunca tan mal como lo está haciendo este Getafe, porque nunca negoció el argentino con la posibilidad de no acercarse a portería, porque el Atlético basa su éxito en el equilibro atrás y delante y porque el numero de faltas nunca fue tan alto. Y sobre todo porque una cosa es defender y hacer de eso un arte, y otra muy distinta es despreciar el fútbol como manera de vida. Y eso lo está haciendo este año el equipo azulón.
Lo tiene complejo el técnico el año en que se ha desnudado, el año en que ha sido ya claro, sin careta. Cuando nada sale y tu método parece tocado (que no agotado) sales a despejar balones. Que si el club no me apoya, que si hay una cacería, que si he sido insultado, que si no podemos meter la pierna porque nos van a mirar mal. Y así cabalga Bordalás, en el cable, a punto de caerse pero manteniéndose todavía. Haciendo equilibrios. No sabemos hasta cuando.
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