Vox y las calles de Cataluña
Harían bien Ciudadanos y el PP en volver a las calles para que no sólo les partan la cara a los de Vox.
El control del espacio público es uno de los ejes del separatismo. En lo más duro del golpe de Estado, hasta los más irresponsables e imbéciles de entre los directivos de banca salieron a cortar la avenida Diagonal al grito de "Els carrers seran sempre nostres!", banda sonora del cambio de domicilio de miles de empresas, incluida la banca local.
A los observadores menos avezados les puede parecer que la tensión ha bajado en Cataluña, que el proceso separatista está en una fase terminal y que el ambiente pandémico no da para arrebatos independentistas. Que prueben a plantarse con una carpa y una bandera de España en cualquier esquina de la región. No tardarán ni cinco minutos en ser increpados, insultados, amenazados y probablemente agredidos.
Si en vez de ir a visitar La Vanguardia Pablo Casado se pusiera a repartir pasquines sin escolta en la calle Mallorca de Barcelona, le iba a durar dos minutos la idea esa de que el proceso es historia y todos cometimos errores. Pero eso ya lo sabe, aunque parece que se le haya olvidado. Todos los dirigentes regionales de su partido y los nacionales también han sido atacados, antes del proceso, durante el proceso y en esta especie de hibernación del proceso.
Saben muy bien qué es eso Inés Arrimadas y las gentes de su partido, vejadas, escupidas y apedreadas ya fuera en el pueblo de Puigdemont o a las puertas del Parlament. Y lo llevan comprobando los dirigentes, militantes y simpatizantes de Vox desde que comenzaron a tener un cierto protagonismo primero en el resto de España y ahora en Cataluña, donde todas las encuestas predicen su irrupción en la cámara autonómica.
Que Vox vaya a entrar en el Parlament es algo insoportable e intolerable para todos los partidos separatistas y para quienes asumen su marco mental, como los comunes, versión catalana de Podemos, y el PSC de Salvador Illa. De ahí que se les marque el terreno con agresivas manifestaciones de autoproclamados antifascistas, puntas de lanza de los Comités de Defensa de la República (CDR).
En el PP y Ciudadanos, caladeros de votos de Vox, temen que los separatistas les estén haciendo la campaña y alfombrando a base de pedradas la entrada en el Parlament. Puede ser. Lo que no tiene sentido es que sólo Toni Cantó y Cayetana Álvarez de Toledo hayan mostrado su solidaridad con los dirigentes de Vox y condenado los ataques que sufren.
En la deteriorada situación catalana, con la convivencia rota, se entiende perfectamente que los partidos separatistas y quienes aspiran a gobernar con ellos miren para otro lado y actúen como si esos ataques no existieran. Son los partidos separatistas quienes orquestan esas agresiones, quienes han creado el caldo de cultivo para los ataques, quienes dieron las órdenes para tomar el control de las calles y quienes se benefician de ese dominio del espacio público, un dominio que les permite negar la existencia de una parte de la sociedad, la no independentista, que en su gran mayoría y dado el abandono del Estado prefiere no protestar, no meterse en problemas y no significarse.
La manifestación del 8 de octubre de 2017 en Barcelona que reunió a más de un millón de personas con banderas de España fue el factor determinante para sofocar el golpe de Estado. El discurso del Rey del 3 de octubre fue importantísimo y crucial, pero aquella manifestación le demostró al separatismo que las calles podían parecer suyas, pero no lo eran, que había una parte significativa de la población que no se iba a dejar pisotear sin ofrecer resistencia, que no se iba a rendir por las buenas adormecida por la delictiva estulticia del Gobierno de Rajoy y Sáenz de Santamaría. Tras aquella manifestación, a los líderes golpistas no les quedaba más remedio que huir o entregarse, como así fue.
Desde entonces el separatismo no ha hecho otra cosa que reconquistar el control de las calles, que tiñó de amarillo hasta que el coronavirus le hizo apretar el botón de pausa. La reconquista se vio favorecida por varios factores: la traición del PSOE, empeñado en desmontar todos los focos de resistencia del constitucionalismo, como Sociedad Civil Catalana (SCC), la fuga de los principales dirigentes de Ciudadanos a Madrid, hartos del acoso cotidiano en Cataluña, y el hundimiento del PP provocado por la inconsistencia de Rajoy y su equipo.
El principal empeño de los socialistas desde 2018 ha sido destruir todos los resortes que hicieron posible el 8 de Octubre, cosa que han hecho ante la mirada lanar de Ciudadanos y el PP. Vox, que en octubre del 17 no era una formación significativa, es ahora el gran rival del separatismo. De ahí los ataques, los insultos, las amenazas y las agresiones. Harían bien Ciudadanos y el PP en volver a las calles para que no sólo les partan la cara a los de Vox. Así estaría aún más claro quiénes son los fascistas en Cataluña.
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