El 9 de noviembre de 1799 (18 de Brumario del año VIII según el calendario revolucionario) Napoleón acabó con el Directorio que guiaba la Revolución Francesa e inició lo que de facto era una dictadura. En 1851 su descendiente Luis Bonaparte dio otro golpe de Estado que fue analizado por Karl Marx en su célebre El 18 Brumario de Luis Bonaparte. El filósofo alemán recogió el dictum de Hegel según el cual la Historia tiende a repetirse, de un primer modelo que es trágico a su imitación que es una farsa. La tesis de Marx es que Napoleón, por no hablar de Luis Bonaparte, no tenían nada que ver con Julio César y que los análisis que se hacían de las modernas dictaduras personalistas eran superficiales debido a las diferencias sociales de lucha de clases entre la era romana y la decimonónica capitalista.
Sin embargo, Marx se equivocaba (como casi siempre). Ante fenómenos cesaristas de demanda de un poder fuerte y de un soberano absoluto late la misma desconfianza hacia la democracia y la sociedad abierta. Como advirtió Hayek en Derecho, legislación y libertad, la impaciencia a la hora de aplicar rápidamente la agenda globalista liberal –consistente en fronteras abiertas, libre comercio y economía de mercado– es fácil que produzca la reaparición de fuertes sentimientos nacionalistas, proteccionismo económico y populismo político. Lo que estamos viviendo en figuras como Trump u Orbán a la derecha o Maduro y Sánchez/Iglesias a la izquierda.
La pandemia que nos asola no va a ser sino el acelerante de un proceso de pérdida de libertades producido por un incremento del miedo, lo que llevará a una rebelión de unas masas que se echarán en brazos de líderes fuertes. El Príncipe maquiavélico de nuestra época está representado en Xi Jinping y Vladímir Putin, respecto a los cuales en Occidente no tenemos sino versiones entre lo patético y lo ridículo, con los mencionados Trump, Maduro y la dupla Sánchez-Iglesias.
La izquierda antidemocrática española se echa las manos a la cabeza ante el asalto al Capitolio al tiempo que disculpa y justifica las campañas de intimidación y acoso que llevó a cabo la extrema izquierda ante el Congreso español, el PSOE de Susana Díaz ante el Parlamento andaluz y la izquierda y los nacionalistas en Cataluña.
Trump se ve a sí mismo como Napoleón pero no le llega a la altura de los zapatos ni siquiera a Luis Bonaparte. Pablo Iglesias se imagina un nuevo Lenin pero no pasa de dictadorzuelo tropical. Los nacionalistas creen poder acabar con la Monarquía constitucional pero su destino ha sido el mismo que el de Companys, el fracaso y la cárcel.
El destino de Trump, ¿será la cárcel como Junqueras o un Galapagar como el de Iglesias? Pero, sobre todo, ¿cuál será nuestro destino como sociedad de hombres libres en una época en la que el 73% de los chinos piensa que China es una democracia y sólo el 49% de los norteamericanos cree lo mismo de EEUU? Malos tiempos para la democracia liberal.
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