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Carlos Malpartida

De Rhodes a Pitingo

Si no eres de la Nueva España, ojito al parche que te fichan. Piano, piano.

Gtres

“Sé asequible, responde a los tuits y a los mensajes de Facebook, cuenta chistes, sé humano, déjate del rollo ese de artista envuelto en su misteriosa genialidad. Porque si no lo haces o te niegas a ello, si no eres uno de esos talentos de los que surge uno en cada generación, lo vas a pasar mal. Ya no basta con destacar tocando música”. No basta con destacar tocando música, hay que llegar de muy diversas maneras. Palabras de Rhodes que son casi un curso acelerado de presencia online y marca personal. Este, entre otros fragmentos, aparecen en Instrumental, el libro de Don Jaime que deja a las claras que no es ningún tonto y que sabe muy bien lo que hace para poner su mercancía en el mercado. Lo tiene muy medido y me atrevería a decir que obsesivamente estudiado.

El tema con Rhodes es que la música no viene sola y está relacionada, entre varios tormentos y secuelas posteriores que narra con detalle, a abusos infantiles que sufrió de niño. Terreno delicado y peliagudo. Resulta raro verlo convertido en toda una nueva estrella del rock concienciando y haciendo pedagogía sobre el maltrato infantil y la pederastia. Personalmente, me rechinó en su día muchísimo su éxito cuando leí el libro (hay más interrogantes sobre lo que no cuenta que sobre lo que sí). Y me reafirmo cada vez más con la evolución, política y mediática, del personaje Rhodes (a la persona, y más a los artistas y sus egos, difícilmente se la conoce alguna vez) en nuestro país.

Sobre chascarillos con el idioma y situaciones entre La tesis de Nancy y un Michael Robinson musical, viene colando toda una militancia política inusitada, repartiendo carnés de fascista a diestro y siniestro o descojonándose de Martínez Almeida, por ejemplo, al que lo comparó con un enano de la corte. El humor anglo. Chistes. Sé humano. Destaca. Olé la grashia andalusha, pishita. En estos años desde que se hiciese popular por Instrumental, hay una notable evolución donde ya el tema es el propio Rhodes y el contenido que genera. El juego que da en redes y medios de comunicación, que lo han acogido como un tipo muy cachondo y con mucho salero. A lo tonto, y entre pitos y flautas, su caché se dispara (revienta las taquillas donde va), y lo mismo te sale vendiendo embutidos con Campofrío, que tocando los Presupuestos Generales del Estado o insultando a Santiago Abascal en Twitter. Ya saben, recuerden, no basta con destacar tocando música. El perejil de todas las salsas. Una constante en nuestras vidas. Un Chiquito de la Calzada así como estudiadamente despeluchado por Bach y Prokófiev.

Que le den la españolidad de esa manera a Don Jaime no deja de ser una anécdota, bastante patética y acartonada, y una bala más dentro de esa ráfaga inacabable de acciones publicitarias gubernamentales. Se lo está trabajando picando muchísima piedra y mérito no le falta –sin entrar en lo del piano–. Uno de los grandes abanderados de este Gobierno. Pero lo que hace Rhodes es fácil, muy fácil. Terriblemente fácil. De hecho, es sencillísimo, ya que España es el sitio ideal para ser comprometido desde el artisteo. Si gobierna la izquierda, nos dedicamos al intimismo, la introspección, los aplausos, las versiones del "Resistiré" y los conciertos pequeñitos vía Instagram. A la estética y la elevación por y para el A-R-T-E. Aguantar en lo minúsculo de los gestos esperando a que pase el temporal. Ahí, amigo; pero si gobierna la derecha ya pasamos a la acción, levantamos la barricada cultural y nos situamos a la vanguardia de las protestas y las manifestaciones. Nunca máis, la ceja y qué les voy a contar que no sepan. Sujetos activos y no reflexivos. Y esto se elige. Poquísimos kamikazes han alzado la voz contra el Gobierno en estos últimos meses porque seguramente lo estén haciendo todo muy bien y no hay lugar para la crítica. Por eso, cuando uno ve un mirlo blanco pasar, como hace unas semanas el caso de Pitingo criticando abiertamente al Gobierno, no puedes más que hacerte terriblemente fan hasta la lágrima. Legionario de Pitingo si uno no lo era ya (imborrable su versión del tema "Gwendolyne" en la película Cándida). Un unicornio entre tanta mula estratégicamente camuflada. Emociona ver a un artista por derecho defendiendo su verdad a toda costa, porque sabes que se la está jugando, que está yendo contra lo más sagrado. Tabú. Sacrilegio. Corrillos. Miradas. Siseos. Sospechas.

Lo malo, lo preocupante, no es tanto que le den la nacionalidad a un británico, bienvenido Jaime, como que nos la quieran tocar a los que somos así un poco flamencos y muy pitingos. No basta con tocar música, apunten, pero es que ahora, además, hay que ser de la Nueva España que inaugura James Rhodes. Si no eres de la Nueva España, ojito al parche que te fichan. Piano, piano.

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