Lo que Rufián no perdonará nunca a Madrid
Hay que ser muy idiota para creer que subiendo los impuestos a Madrid se revertirá este proceso y las empresas volverán a Barcelona.
Cuatro medidas, sólo cuatro, ha esgrimido Gabriel Rufián como justificación del pacto presupuestario de ERC con el Gobierno. Una de ellas es directamente contra Madrid, lo que supone toda una revolución en el modo que los separatistas negocian acuerdos con el PSOE: de pedir privilegios para ellos han pasado a pedir perjuicios para los demás, un cambio cualitativo.
Y cuidado, que el porcentaje es relevante: una de cuatro, el 25% nada más y nada menos. No lo pueden negar: están obsesionados con Madrid, no lo soportan, no nos soportan.
Otro día hablaremos de este Gobierno dispuesto a vender Madrid, España y a las 11.000 vírgenes si fuese preciso por aguantar en el machito, pero esta columna quiero dedicarla a esa obsesión, al odio a Madrid, una ciudad que no es perfecta y cuyos ciudadanos no somos perfectos, por supuesto, pero que quizá no se merezca esa fijación política.
Pero el caso es que Madrid hace que los separatistas catalanes no puedan olvidar que Barcelona ya no es lo que era y que ahora ha pasado de la costa mediterránea al centro la capitalidad no sólo política, sino también económica y cultural. Mientras "la ciudad que fue", como la llamaba Federico Jiménez Losantos, ha ido derivando en otra urbe provinciana, más grande que las demás, sí, pero también más obtusa y encerrada en sí misma. Mientras Madrid mira al mundo Barcelona se mira el ombligo y así les va.
También hay, por supuesto, un enfado monumental porque Madrid demuestra lo equivocados que están y que lo que se necesita para prosperar no es más y más intervención ni un aparato político que crece sin freno y lo invade todo, hasta las parcelas más íntimas de la vida personal, como la lengua que usa un niño en el recreo. La capital de España es la ciudad más exitosa de las últimas décadas en el sur de Europa y lo es, precisamente, por seguir el camino contrario de Barcelona en tantas cosas, por permitir a los madrileños ser más libres y más independientes del poder político.
Por supuesto, hay que ser muy idiota para creer que subiendo los impuestos a Madrid se revertirá este proceso y las empresas volverán a la Ciudad Condal como si no existiesen los disturbios, como si el peligro de la secesión hubiese desaparecido, como si las empresas multinacionales estuviesen deseando que alguien les diga en qué idioma pueden hablar, rotular o emitir su documentación. Es tan estúpido que yo diría que ni Rufián piensa tal cosa: en realidad solo pretenden fastidiar, llevarse el juguete como niños malcriados que es, casualmente, lo que políticamente son.
Por último, no hay que olvidar la que quizá es la razón principal de ese odio feroz: al fin y al cabo Madrid, esa ciudad abierta que sí es plural de verdad, en la que puedes vivir, trabajar y disfrutar seas de donde seas, es la representación perfecta de por qué España sí es y lleva mucho tiempo siendo lo que sus nacioncitas de tres al cuarto no serán nunca: un proyecto enriquecedor, que vale la pena, en el que los diferentes tienen cabida y que mejora a los que forman parte de él.
En resumen Madrid es la prueba definitiva de que España es mejor que sus països o sus herrias y eso sí que no nos lo perdonarán nunca.
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