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Daniel Rodríguez Herrera

La izquierda me asquea

Resultará difícil volver a la situación anterior a que el comunismo bolivariano decidiera destruir España, pero es imposible si la izquierda no cambia.

EFE

El buenismo me asquea. Pablo Iglesias e Irene Montero sólo recibieron lo que merecen. Crítica e insultos. No les tocaron ni un pelo, ni uno. Cada periodista que use la palabra ‘acoso’ al hablar de los escraches está a sueldo del Gobierno. Para ser exactos, no sólo los justifico, sino que entendería la violencia reactiva. La de verdad. Si la izquierda es capaz de acosar y apedrear a una diputada por su ideología, imagina lo que harían contigo. Te sientas concernido o no.

Esto que leen no lo he escrito yo. Me he limitado a parafrasear lo que el periodista Lacambra por excelencia, Antonio Maestre, ha dejado escrito en Twitter en dos momentos distintos. Al principio, le parecía estupendo que se acosara a Cifuentes, a la que llegaron a exigir a gritos que se fuera a un hospital privado mientras se debatía entre la vida y la muerte en La Paz, y le hubiera parecido justificado incluso que se llegara a la violencia física contra el Gobierno de Rajoy. Porque, claro, si no haces lo que le parece bien a la izquierda, no es que estés equivocado, es que estás ejerciendo la violencia y por tanto está justificada la violencia en tu contra. Sin embargo, gritarle en su casa o en vacaciones a la pareja de sus amores es inadmisible. No es que España se esté arruinando a ojos vista y hayan muerto decenas de miles de personas por el afán propagandístico de celebrar la manifestación del 8-M, no. Eso no es así, si fuera así no es violencia y si fuera violencia no está justificada la violencia reactiva.

Una de las víctimas del acoso en sus vacaciones, Pablo Iglesias, protestó porque "no hay derecho a que mis hijos tengan que sufrir las consecuencias del compromiso y las tareas políticas de sus padres". Sin embargo, nunca le preocupó el hijo recién nacido de Soraya Sáenz de Santamaría, o el que estaba a punto de nacer de Begoña Villacís, o los hijos de Luis de Guindos. A las personas normales a las que nos repugnan los acosos y tenemos un cerebro y una empatía aún no podridos por la ideología, esta doble vara de medir nos parece un caso egregio de hipocresía. Pero lo tenemos claro si pensamos que quizá ahora, cuando ven las consecuencias del conejo que sacaron de la chistera quienes ahora protestan, la extrema izquierda va a recapacitar y condenar los escraches vengan de donde vengan. No. Se buscan excusas para diferenciar entre unos casos y otros para intentar disimular lo que realmente piensan: que unos estaban bien acosados por ser de derechas y por tanto malos y otros en cambio no merecen serlo porque son de izquierdas y por tanto buenos.

Tampoco se engañen. No todo tiempo pasado fue mejor. Sí, es verdad que, antes de aparecer Podemos, fuera de las regiones nacionalistas era noticia que a un político lo abuchearan en la calle, porque sucedía una vez al año, si eso. Sí, era una época en que la vida privada era considerada sagrada, y los familiares debían quedarse al margen de las discrepancias. Pero existía ETA, que mataba, y existían los nacionalismo catalán y vasco, que se ocupaban de hacer la vida imposible a quien no se sometía a su rodillo. Pero fueron Pablo Iglesias y los suyos quienes convirtieron lo inadmisible fuera de las comunidades autónomas sin democratizar en algo razonable y hasta aplaudible, y ahora el juego político es y será así para todos. Resultará difícil en cualquier caso volver a la situación anterior a que el comunismo bolivariano decidiera destruir España, y tenemos Cataluña y País Vasco como ejemplos, pero es imposible si la izquierda no cambia. Y no lo hará porque son eso. No hay nada más. Sin relatos de buenos y malos no tienen nada que ofrecer. Cada vez que llegan al Gobierno dejan el país peor que estaba. Reconocer que es inmoral e ilegítimo escrachar a Cifuentes, Villacís, Abascal, De Meer, Sáenz de Santamaría o cualquier político de derechas significaría concederles el beneficio de convertirlos en seres humanos con los que discrepar, no en las bestias sin alma que hay que destruir.

Y como no cambiarán, Vox seguirá ahí. Porque, con todos sus defectos, algunos abominables, es el único partido que se opone con energía y vehemencia a que sus votantes sean tratados como subhumanos. Que ya hemos visto al PP de Rajoy y Casado inclinando la cerviz y aceptando que sus votantes no sean más que dhimmíes.

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