Puigdemont funda una religión
Muere el PDeCAT, que era un simple partido político, y nace de sus cenizas una obediencia religiosa: los Testigos de Puigdemont.
Leo por ahí, en la prensa local del Moviment por más señas, que uno de los siete hijos del pío pastelero Francesc Puigdemont, el mismo que trabajó en la inmediata posguerra como muy leal y entusiasta proveedor de suministros en el presidio de Burgos, el mismo donde tantos antifranquistas sufrieron cautiverio y martirio, tras haber desertado de la Cataluña fiel a la legalidad republicana, anda estos días muy ocupado en fundar un partido. Otro más. Y ya hemos perdido la cuenta. Uno de los sesgos recurrentes más extraños y contraintuitivos de la psicología colectiva catalana es esa querencia tan suya por los perfiles desequilibrados en la vida pública. Todo lo que los catalanes del montón, los que te cruzas por la calle a diario, tienen de prudente, racional, circunspecto, discreto y comedido en el ámbito estrictamente privado, todo, se convierte casi por norma en histriónico, atolondrado sentimentalismo, con solo dar un paso al otro lado de la divisoria y transitar al ámbito de lo político. De ahí que salvo Cambó, que fue el único caudillo catalanista razonablemente sensato que ha conocido la Historia, los demás fuesen, en mayor o menor medida, una genuina recua de chiflados.
Incluso Artur Mas, que parecía un simple oportunista en extremo calculador y carente de escrúpulos, acabó por demostrar que también él era un loco canónico, como manda la tradición. Y en esto llegó Puigdemont. Hay algo dentro de esa desmedida cabeza de chorlito hiperactivo que recuerda al carácter siempre errático, compulsivo y pueril de Companys, otro célebre extraviado. De Companys escribiría Joan Puig i Ferrater, un dirigente histórico del PSUC: "Era pequeño, voluble, caprichoso, inseguro y fluctuante, sin ningún pensamiento político, intrigante y sobornador. Su ignorancia enciclopédica y la poca profundidad del hombre no daban para más". Todo un retrato avant la lettre de su alter ego contemporáneo, el Payés Errante. Y Xammar, el periodista célebre, añadía por su parte: "Me alejé de Companys con el convencimiento de que Cataluña no tenía un presidente sino un granuja presto a mantenerse en el cargo a costa de la propia dignidad. Dignidad que no recuperó a mi entender hasta que se halló años después ante la picota de Franco". Tal para cual.
Muere, pues, el PDeCAT, que era un simple partido político, y nace de sus cenizas una obediencia religiosa: los Testigos de Puigdemont.
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