El cisne negro
La prueba de que a Isabel Díaz Ayuso las cosas le van bien es que sus adversarios la han señalado como el enemigo a batir.
Vaya la venda antes de la herida: Isabel Díaz Ayuso es, a mi juicio, una de las políticas que más ha crecido en menos tiempo. Llegó a la candidatura del PP para la presidencia madrileña por el walk-over de otros candidatos con mejor ranking en el escalafón y muchos creíamos que el encargo le venía grande. Pero se cobró la pieza, se sacudió la bisoñez y mostró el cisne que llevaba dentro. Su gestión ha superado las expectativas (al menos, las mías) y los pronósticos electorales empiezan a sonreírle. La prueba de que las cosas le van bien es que sus adversarios la han señalado como el enemigo a batir. Casado no gestiona. Ella, sí.
Frente a la horrorosa exhibición de ineficacia de Sánchez en el pescante del mando único, el espejo de un modelo de gestión alternativo —y mejor— que el PP podía mostrar era el de Madrid. El PSOE necesita romper ese espejo si quiere salir vivo de su torpe pelea con el virus de las narices. Por eso no es de extrañar que haya puesto proa a ese objetivo con armas y bagajes. En esa tarea de acoso y derribo, sin embargo, se ha encontrado con dos aliados con los que yo no contaba: la ambición de Aguado y la pájara de la propia víctima.
Me da igual que los voceros oficiales me desmientan. La coalición que gobierna Madrid es un puñetero tatami de lucha libre. Lo digo porque lo sé. Me consta. Todos los días hay alguna pelea. Aguado se niega a ir desvaneciéndose poco a poco, camino de un batacazo electoral que lo relegue a la insignificancia (ABC ya le vaticinó ese destino la semana pasada), y no para de enviar pruebas de vida a la opinión pública para que nadie le dé por muerto antes de hora.
La última oportunidad para chapotear en la prensa se la ha dado la malhadada historia de la solicitud para pasar a la fase uno del plan de atenuación diseñado por el Gobierno. Durante los días previos, Díaz Ayuso había enviado señales inequívocas de que ella no era partidaria de ir tan deprisa. Aguado se perfiló como su antagonista. Sabía que los empresarios madrileños estaban presionando para doblarle el brazo y que algún consejero del PP con muchos galones en la bocamanga estaba por la labor de echarles una mano. Aguado decidió ponerse a la cabeza de esa manifestación y llevó la controversia al consejo de gobierno. En compañía de otros, ganó la pelea.
Las consecuencias fueron funestas. La directora general de Salud Pública dimitió y el consejero de Sanidad tuvo que defender en público una decisión que denostaba en privado. Díaz Ayuso se enfadó más de la cuenta y, mal aconsejada por su guardia de corps, improvisó una penosa aparición en Cuatro en la que despreció a la dimisionaria (negándose incluso a agradecerle los servicios prestados) y vendió como decisión unánime lo que había sido un trágala en toda regla. Y todo, para nada. La petición para acceder a la fase uno fue desestimada por la autoridad fantasma que ulula las directrices en el oído de Sánchez y la presidenta de Madrid se quedó, a la postre, sin fuero y sin huevo.
El mensaje que ha quedado es que en su ánimo puede más la economía que la salud y que, en su modelo de gestión, los criterios de las autoridades sanitarias están subordinadas a los deseos de las autoridades políticas. El PSOE vio el cielo abierto y se lanzó en picado, con la inestimable colaboración de Podemos, a capitalizar el estropicio. Se habla ya de moción de censura. La portavoz del Gobierno, desde su atalaya institucional, tocó a rebato a las fuerzas parlamentarias de la Asamblea de Madrid para que se pongan manos a la obra.
En esa censura hay dos cosas que están muy claras: los términos de la acusación y la aritmética del éxito. Iglesias ya ha formalizado en público el pliego de cargos: "jugar con vidas para hacer política". Aguado es quien tiene la llave. No dejaría de ser una broma pesada que después de haber sido el inductor del desaguisado fuera también el verdugo de su víctima. Pero la política está llena de bromas pesadas y no doy un duro por la sensatez de quienes juegan a la desesperada. Arrimadas ha solemnizado en ABC que no dejará que caiga ninguno de los gobiernos regionales en los que Ciudadanos participa, pero después de haber apoyado a Sánchez en la prórroga del estado de alarma su credibilidad está bajo sospecha.
Ciudadanos ha dejado de ser un partido previsible y eso hace muy difícil cualquier pronóstico. Sobre todo cuando Díaz Ayuso, en una de las bobadas más solemnes de todo su mandato, se deja fotografiar en la portada de El Mundo como si fuera una viuda desconsolada que lleva luto por las víctimas olvidadas por el sanchismo. ¿No es eso ponérselo a huevo a quienes quieren lapidarla por "jugar con vidas para hacer política"? Hay quien dice que en las fotos recuerda a Bernarda Alba. Ojalá. Si fuera así gritaría, como ella, "¡Silencio! Menos gritos y más obras." A mí me recuerda más a un cisne negro.
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