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Nuria Richart

Ramón, Manolo, lo siento. ¡No lo "Resistiré"!

No veo crespones negros en los balcones, ni las imágenes de absoluta desolación que deben estar pasando sus amigos y familiares. España se ha tornado esta vez en un amasijo de bufones, teñido por tributos sensibleros y superficiales.

Seguro que les ha llegado un meme en el que se ve cómo una elegante dama en una fina estancia, años 50, se acerca airada a un tocadiscos y tras un segundo de duda coge el disco y lo parte por la mitad. Lo que sonaba era la canción del Dúo Dinámico, "Resistiré". Si ahora me preguntan qué imagen me viene cuando escucho este maravilloso himno es la de un ratón dando vueltas en una noria de plástico. También esta otra, la de la famosa escena en la que dos pinzas de metal sujetan los ojos del macarra Alexander DeLarge en la película La Naranja Mecánica. Así nos quieren y así nos tienen, sin objetivo y con las mentes aleladas. Lo diré: todo lo que pasa a nuestro alrededor es indignante, tristísimo y extraordinario.

La última sesión para nuestros párpados inmóviles es la comedia Diarios de la cuarentena protagonizada, entre otros, por Carlos Bardem en el prime time de La 1 de TVE. La lección del Bardem, saga al servicio del poder si es de izquierdas y totalitario, es la lección del Gobierno: ¡jo, con la cuarentena! Jo, jo, jo, je, je, je, ja, ja, ja... A reír se ha dicho. Venimos de una semana de casi mil muertos al día, hemos perdido a casi 17.000 españoles y la izquierda hace suyo el lema inglés de la Segunda Guerra Mundial Keep Calm and Carry On (Mantén la calma y sigue como si nada), banalizado en miles de campañas publicitarias hípsters y ahora resumen de una situación perversa.

El socialismo trata las crisis como el vizconde de Valmont a su exvirtuosa amante cuando decide romper con ella, con absoluto desprecio y egoísmo, comportamiento resumido en la frase "no puedo evitarlo". Que las crisis y la izquierda son por principio incompatibles es obvio, no pueden evitarlo. El economista y profesor Carlos Rodríguez Braun lo contaba así en el debate económico que organizó Libertad Digital para celebrar el 20º aniversario de su nacimiento. Decía el doctor, "el liberalismo siempre es juzgado por sus peores resultados y el antiliberalismo, por sus mejores objetivos"; o de otra forma, en este caso frase de Daniel Lacalle, "el comunismo nunca se compara consigo mismo, se compara con la magia". Por tanto, cuando la realidad golpea a los dirigentes de izquierdas, noqueados, su principal reacción es buscar un culpable externo responsable del final del hechizo y por supuesto rechazar la realidad al no coincidir con su mundo ideal. Que una pandemia no me estropee mi socialismo. Y además lo tienen fácil, bendita inconsciencia: que levante la mano el primero que quiere que le amarguen la fiesta... No, todos preferimos escuchar que las cosas son como nos gustarían que fuesen y no como son. Tanto Zapatero y su Pensamiento Alicia (creación de Gustavo Bueno) negando las dificultades de la vida y ahora Sánchez vinieron para gobernar otro mundo, el de los Teletubbies.

En las crisis al socialismo le crecen jardines de ineptitud e incapacidad que intenta podar con propaganda, propaganda estatal. En el escalofriante hospital de IFEMA, a la entrada, grandes pantallas leds destellan con el famoso lema del Gobierno, "Este virus lo paramos entre todos". Para echarnos el muerto a nosotros, está claro. El eslogan para lavarnos sin descanso es "Salvar vidas está en tus manos". En, tus, manos, así que cuidado con la papeleta que sujetas la próxima vez, no te pongas en lo mejor, no confíes que al final el capitalismo nos salvará, que saldremos a pesar del gobierno.

No hace tanto que España se estremeció. Despertó una mañana con un silbido en los oídos que nos dejó sordos. Entonces no hubo ni tregua, ni compresión, ni unión. Pero lloramos a los muertos. Como debe hacer todo bien nacido. Rendir tributo a quien ya no está pero facilitó que nosotros siguiéramos. Fueron casi 200 que dolieron como miles. No quiero comparar cifras ni valorar intenciones, porque un muerto es siempre demasiado. Pero no puedo evitar sentirme mal. Son casi 17.000 los fallecidos en el momento en el que escribo estas desalentadoras líneas y no percibo el pulso de la infinita desgracia. No veo crespones negros en los balcones, ni las imágenes de absoluta desolación que deben estar pasando sus amigos y familiares. Desde fuera podría parecer que una parte de España se ha tornado esta vez en un amasijo de bufones. Pero quizá estamos en el momento de auto inyectarnos optimismo catártico porque nuestra agraciada vida se ha puesto patas arriba y me consta que los tributos sensibleros no son para muchos superficiales. Quizá sea la rabia la que hable por mí. Quizá no merezcan estos calificativos los millones de personas sencillas y sentidas que aplauden puntuales a la caída de la tarde, pero es que no veo que esas mismas personas callen ni siquiera un minuto en señal de respeto. Son casi 17.000, casi 17.000, casi 17.000 y no puedo ni quiero quitármelos de la cabeza. Muchos de ellos, la mayoría, se mataron a trabajar para levantar un país que no tenía ni carreteras, ni banda ancha, ni Europa. Ellos sí lo hicieron todo y son ellos, precisamente, los que llenan los palacios de hielo, que nada tienen que ver con el de Frozen, Sánchez. Sin imágenes, sin entierros, sin honores, sin pena. ¿En este caso quién se está lavando las manos? Allá vamos.

Pero me resisto a que haya paz para los malvados. Malos tiempos para la lírica.

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