Cavilaciones para después de la batalla
El primer efecto político de la pandemia tendría que ser en España la defenestración del Gobierno Sánchez-Iglesias.
Es evidente la analogía entre la pandemia del virus de China y una batalla, una situación bélica. El único fallo de la metáfora es que en las guerras la dirección de las operaciones la llevan a cabo las Fuerzas Armadas, ahora puramente subalternas. Así nos va; los civiles no están preparados para enfrentarse a una situación catastrófica como la actual.
La comparación bélica no se establece por la cantidad de víctimas mortales que ocasiona la pandemia, que son solo una pequeña proporción de todos los fallecidos. La pandemia va a reproducir los efectos de una gran guerra mundial por la profunda alteración de la vida toda. Es posible que la repercusión económica supere la de las anteriores crisis mundiales: 1918, 1929, 1939, 1973 y 2008, como las más conspicuas.
El primer efecto político de la pandemia tendría que ser en España la defenestración del Gobierno Sánchez-Iglesias. Debería acordarse un Gobierno provisional hasta tanto no fuera aprobada una nueva Constitución. El proceso completo implica la necesidad de una serie de grandes reformas perentorias. Por ejemplo, 1) prohibición de los partidos políticos de índole local o regional, los que proponen la secesión de alguna comunidad autónoma o son contrarios a la economía de mercado; 2) reducción de los ocho mil municipios españoles a unos ochocientos, más o menos, según las regiones y la estructura demográfica; 3) reformulación del sistema autonómico con más competencias para el Estado central y para los nuevos municipios; 4) revisión de la ley electoral para acercarla más a la representación proporcional.
Sea cual fuere el nuevo Gobierno que se derivara del nuevo Estado, se impone la discusión de una serie de reformas de acción política. Por ejemplo, a) refuerzo de las grandes empresas con capital español en todos los sectores de la economía; b) reorganización del sistema educativo, basado en el mayor esfuerzo de los alumnos y de los profesores; c) desarrollo a fondo de la investigación científica, adscrita a las universidades; d) fomento de la natalidad; e) contención de las corrientes inmigratorias ilegales; f) simplificación del funcionariado y aumento de la productividad en el sector público.
Hay más capítulos necesitados de reformas, pero basta con los indicados para empezar a pensar. Aunque pueda parecer extraño, la gigantesca crisis económica que se nos avecina puede convertirse en el mejor estímulo para impulsar el necesario espíritu de cambio que se nos impone. En una situación normal, ningún Gobierno se atrevería en España a plantear las reformas dichas (u otras parecidas), por necesarias que ahora puedan parecer. Pero el revulsivo de la pandemia y de la consiguiente desorganización social puede precipitar las voluntades para enfrentarse a los cambios radicales que se avecinan. Es el esquema del challege-response, que se ha aplicado a la caída y surgimiento de las civilizaciones. Es una especie de mentalidad deportiva a lo grande. El proceso funciona, simplificado, a escala individual. Es el clásico estirón que pegan los adolescentes después de una enfermedad larga, o también los nuevos ímpetus que se dan en la biografía de uno después de fuertes reveses.
En contra del triunfalismo oficial, la dichosa pandemia se halla todavía en sus comienzos en casi todo el mundo. También en España, donde nos encontramos a la cabeza de todos los países (con Italia) por la incidencia del número de fallecidos por millón de habitantes.
Las especulaciones sobre el momento en que la curva de los afectados por la enfermedad llega su cenit (no la "punta", como dicen gobernantes y expertos) no sirven de mucho. Suponiendo que estuviéramos cerca de ese cenit, queda el área de la curva hasta que llegue a su nadir (el momento más bajo). Es decir, se va a seguir acumulando bastante tiempo la cifra de fallecidos por el virus chino. No digamos cuando se compruebe que, junto a los efectos letales de la pandemia, aumentan las muertes por otras causas.
Las muertes son tristes, especialmente cuando se habrían podido evitar con una mejor organización social preparada para las catástrofes. Pero luego vienen los desastrosos efectos de la crisis económica. Habrá que prepararse en España para mantener a todo un ejército de millones de parados. Habrá que reintegrar a muchos de ellos en el sistema educativo, como se hizo con los excombatientes después de la II Guerra Mundial.
A la nueva generación de españoles le esperan grandes días.
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