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Federico Jiménez Losantos

El sanchismo-podemismo o el comunismo epiléptico

Esta crisis es una oportunidad de acabar con el totalitarismo comunista en ciernes, antes de que él acabe con nosotros.

Pablo Iglesias, Yolanda Díaz y José Luis Escrivá | EFE

El viernes 27 de marzo de 2020 demostró la deriva abiertamente comunista del gobierno Sánchez-Iglesias, en rigor, Iglesias-Sánchez. La ministra de Empleo Yolanda Díaz, comunista, anunció un decreto-ley, con fecha del mismo día, que prohíbe a todas las empresas el despido, anunciaba una minuciosa revisión de todos los ERTE (Expedientes de Regulación de Empleo Temporal) y, para añadir oprobio al atraco, advirtió, con su carita de vinagre, al empresariado que debía dar pruebas de "sensibilidad social".

Pero después de que Podemos se jactara y hagstara todo el viernes de su #ProhibidoDespedir, paso de gigante hacia la bolivarianización de la economía, el sábado por la mañana llegó al BOE en letra pequeña una pequeña rectificación: no se prohíbe despedir, sólo se encarece aún más: 33 días y sometidos al juez. O sea, que como las empresas cerraban por ruina, sin que les rebajaran ni un euro de impuestos, ahora cerrarán más deprisa. La arbitrariedad y la comunistización son idénticas: leninismo de 1917 o de la NEP, pero leninismo al fin. ¿Qué pasó en una noche para que ese alarde de expropiación de todas las empresas mitigara su letra, que no su música?

La crisis como posibilidad totalitaria

Pasó que los empresarios, algunos medios y los incansables Ayuso y Almeida, por una vez respaldados por el PP, dijeron que eso equivalía a cerrar empresas y crear más paro, una forma de señalar a los culpables de la ruina que ya tenemos encima. Y los tecnócratas monclovitas matizaron la furia bolchevique, aunque sólo en la cantidad, no en su calidad totalitaria.

Pero lo fundamental es entender que tenemos una política comunista epiléptica, un Gobierno que cambia cada día, sin un minuto de explicación ni un segundo de disculpas. Murcia pidió y el Gobierno rechazó la semana pasada lo que ayer anunció Sánchez: el paro de todos los sectores llamados no esenciales. O sea, todos. Hay argumentos, sin duda, pero el Gobierno no los da. La razón es que los tiene de dos clases: unos quieren aprovechar la crisis para ir hacia el modelo de Venezuela y otros se quedarían en México.

Queda prohibido el contrato

Conviene aclarar los conceptos básicos de economía y política que están en juego. Hasta ahora, el decreto-ley del Estado de Alarma suponía, como ya explicamos aquí, la atribución al gobierno de la capacidad legal para expropiar cuanto quisiera para atender la pandemia del coronavirus. Una atribución despótica en el artículo 13/c que la Oposición no discutió.

Pero aquello era aún un estado de posibilidad. La prohibición, luego encarecimiento, del despido nos coloca en un estado de realidad penal. La ley priva a las empresas y a los trabajadores la capacidad de despedir y de contratar. Proscribe así el mercado y la empresa, que se basan justo en eso.

Conviene leer Los enemigos del comercio de Escohotado para ver cómo, en toda la Historia, prohibir la libertad de contrato entre empleador y empleado reduce el mercado de trabajo a un régimen de esclavitud. Si no hay salario, decía Ayn Rand, y mucho antes la Escuela de Salamanca, sólo hay servidumbre, alteración de moneda y precios, seguro de ruina. ¿Y qué salario puede ofrecer una empresa sin capacidad de fijar su plantilla? En los comunistas es natural: buscan el poder absoluto y para ello necesitan hundir el sector privado. Pero que la Oposición se oponga tan poco y que todas las empresas del Ibex-35 sigan financiando el enorme aparato de propaganda del Gobierno, desde Prisa a La Sexta, demuestra que el valor intelectual de la Derecha desaparece ante su histórica inacción ante el Poder político. No les basta someterse al verdugo: buscan la ocasión de ofrecerle el cuello.

La Izquierda nos prefiere parados a todos

Domingo Soriano, con su brillante minuciosidad habitual, explicaba ayer aquí el mecanismo que conduce fatalmente de prohibir (o encarecer) el despido al concurso de acreedores y la desaparición empresarial. Esto no tendría explicación lógica si socialistas y comunistas no hubieran elegido el intervencionismo generalizado en la economía y la aplicación de todas las recetas que el comunismo ha acreditado como letales en su larga y criminal historia. Para Iglesias, como cuento en Memoria del Comunismo, sólo en situaciones de excepcionalidad pueden comunistas y fascistas tomar el Poder. Cuando se produce esa situación excepcional, y la crisis sanitaria lo es, hay que aprovecharla para dar pasos adelante de difícil rectificación.

La Derecha tontuela sueña aún con que Sánchez frene y despida a Iglesias. Lo que estamos viviendo es lo contrario: es Iglesias el que domina a Sánchez. La izquierda quiere una sociedad subsidiada, sometida, sin propiedad ni libertad, con la Ley sometida al poder político sedicentemente demócrata, en realidad plebiscitario, con los medios de comunicación y el Fisco como agentes electorales infalibles. Un gobierno de diseño y plasma, un despotismo basado en el asesinato cívico, para qué físico, del disidente.

¿Qué España habrá "el día después"?

Lo vertiginoso de la situación y las volteretas de este Gobierno, en el que la irresponsabilidad criminal se mezcla con la incompetencia técnica y las sospechas crecientes de corrupción -el timo de los test apesta a Filesa- nos impide ver no el día después de la pandemia, que, sin saber aún con cuántos muertos, llegará, sino la España del día después. ¿Habrá España? ¿Podrá sobrevivir el Estado a la crisis nacional que, sin duda, provocará el Gobierno antes de dejar el Poder por las buenas, o sea, por las urnas?

No es casualidad que los comunistas, chapoteando felices como el cerdo en el cieno, hagan vídeos comparando el coronavirus, que para muchos es el virus del 8M, con el Prestige, Irak y, sobre todo, el 11M. Ahí empezó la liquidación del régimen constitucional, con la manipulación de la masacre por el PSOE, rompiendo todas las reglas democráticas. Desde entonces, la mentira más descarada se impone por la fuerza mediática de la Izquierda y la Derecha la acepta, siempre que su expulsión del Poder sea temporal. Con tal de pisar moqueta de nuevo, traga lo que sea, véase Rajoy.

Casi todo es posible todavía

Pero ahora no afrontamos sólo una intervención de nuestra economía por la UE, como imploró ayer Don Déficit Sánchez, sino una crisis que no padecía España desde la Guerra Civil. Y en uno solo de los bandos: el rojo. El azul tenía claras cuatro cosas: propiedad, familia, nación y, con matices, religión. En nuestra próspera y democrática sociedad, todas están en crisis. Faltaba esta maldición del coronavirus para entender el valor de lo perdido. No todo y no el todo, claro. Pero mucho deberemos cambiar y muy deprisa para que este apocalipsis de salud y de bolsillo no se nos lleve por delante.

Casi todo es posible, todavía. Esta crisis es una oportunidad de acabar con el totalitarismo comunista en ciernes, antes de que él acabe con nosotros.

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