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Santiago Navajas

Globalización y coronavirus

Del mismo modo que la sociedad abierta ha hecho que la epidemia sea más rápida, también hará que la respuesta sea más contundente.

Cordon Press

La pandemia será usada por la extrema derecha y la extrema izquierda para cargar contra la globalización. Pero del mismo modo que la sociedad abierta ha hecho que la epidemia sea más rápida, también hará que la respuesta sea más contundente. Que el parón social no lleve a sociedades cerradas. Va a ser tiempo de los profetas agoreros del apocalipsis. Nos venderán que se presenta ante nosotros el peor de los mundos posibles, lo que llevaría necesariamente al comunismo posmoderno y a reducir las libertades en nombre de la salud pública y la seguridad. Atención a los nuevos Robespierre.

Políticos como Orban exigen poderes absolutos y filósofos como Zizek piden implantar el comunismo urbi et orbi. Tras el Covid-19 vienen los tres jinetes del apocalipsis ideológico: sociedades cerradas, planificación económica y linchamiento social. En España, mientras, tenemos un Gobierno que sigue manifestando su obvia incompetencia, un sistema autonómico que revela su ineficacia y un sector del periodismo más preocupado de respaldar al Gobierno que de cuestionarlo. El virus de la postverdad es el más peligroso.

La globalización es sobre todo un estado de la mente. Es la disposición a mirar más lejos tanto en el tiempo como en el espacio, considerando toda el planeta como nuestro horizonte de pensamiento en el que llevar a cabo transacciones económicas, viajes culturales, experiencias vitales diferentes y también soluciones alternativas a problemas enquistados. En este caso, de Italia y de Suecia nos llegan dos planteamientos para que la pandemia no se convierta en una enfermedad social que derrumbe nuestro sistema económico y nuestra forma de vida.

Varios economistas italianos plantean medidas que no son draconianas para combatir la enfermedad sin tener que parar la actividad económica y social. Para equilibrar el balance sugieren que los menores de cincuenta años se incorporen voluntariamente al trabajo, al tiempo que se separan de los ancianos, se les monitorea con tests y aplicaciones de móvil, además de proveer de incentivos y preferencia sanitaria para ellos. Como me decía un viejo profesor, es mejor morir que perder la vida. Y hay un coste oculto de vidas en el parón social que tiene que ser tenido en cuenta en estos momentos en los que el contador de muertos por la pandemia se hace tan presente ante nuestros ojos.

En países latinos como España e Italia tenemos el problema añadido de que somos muy afectuosos en el trato, lo que ha tenido como efecto colateral un incremento en la propagación del virus. Por el contrario, la frialdad relativa en el trato cotidiano es una de las razones que esgrime el filósofo y economista liberal Johan Norberg para que en Suecia las medidas sociales de cuarentena no hayan llevado a cerrar el país. Además, sostiene Norberg, la población obedece con disciplina las indicaciones gubernamentales para mantener un todavía mayor distanciamiento social.

Sin embargo, tanto en Italia como en España la cuarentena durante este mes habrá hecho concienciar a la mayor parte de la población de la necesidad de medidas como llevar mascarillas y guantes, así como la de evitar una proximidad personal a prueba de virus. Por lo que las medidas propuestas por los economistas italianos podrían llevarse a la práctica para evitar que la lucha contra la pandemia se lleve por delante también nuestra economía. Como nos advertía el Espartero, muy castigado por los toros, "más cornás da el hambre".

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