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Miguel del Pino

Las cotorras. Su carísima matanza

Los madrileños van a pagar más de doscientos euros por cada cotorra argentina y cotorra de Kramer exterminada.

Ejemplar de cotorra argentina | SEO Birdlife

A más de doscientos euros por cotorra muerta nos va a salir a los madrileños la matanza de cotorras que se anuncia ya con carácter inminente. Las dos especies que se han aclimatado a la vida libre: la cotorra argentina y la cotorra de Kramer están a punto de sufrir una campaña de acoso y derribo con cargo a las arcas municipales cuyo presupuesto parece que se ha aumentado hasta superar los tres millones de euros.

Dividiendo el millonario montante del presupuesto entre el número de cotorras que se pretende matar llegamos a la conclusión de que el cotorricidio sale a más de doscientos euros por pieza y eso es un monumental disparate.

Las campañas de exterminio de animales sean invasores o como se les quiera llamar son siempre el resultado final de una gestión desastrosa cuyos responsables suelen salir indemnes de la misma, como si su desidia, cadenas de equivocaciones o simple ineptitud no requirieran explicación alguna.

A comienzos de los años noventa fueron dos naturalistas adolescentes quienes advirtieron a las autoridades sobre el peligro ecológico que podrían suponer los primeros nidos de cotorra argentina que ellos localizaron con verdadero asombro en las inmediaciones del lago de la Casa de Campo: fueron Joaquín de Prada y Ángel Febrero, apenas unos críos llenos de entusiasmo en plena juventud cuando descubrieron la adaptación de las aves escapadas.

La respuesta de las autoridades ambientales del momento fue nula: "dos chiflados que dicen no sé qué de unos loros que se han escapado". Pues bien, aquí están las consecuencias de la ineptitud y la falta de previsión de aquellos gestores.

El primer nido localizado por Joaquín y Ángel se había instalado en un roble viejo que hoy ya no existe: para los que acusan a las cotorras de ser destructoras del arbolado, digamos que no fueron ellas quienes acabaron con el venerable árbol, sino la discutible práctica de la tala por parte de los humanos.

Los que en la época a que nos remontamos eran adolescentes, hoy son naturalistas avezados que han adquirido experiencia y un caudal de conocimientos sobre la naturaleza, rural y urbana, que les debería hacer merecedores al menos de respeto, y por supuesto de no ser mezclados con advenedizos y oportunistas que se aprovechan de la naturaleza para lucrarse o para medrar. Hablamos de ecologistas de verdad con muchas horas de campo en sus zapatillas y mucha ilusión en sus mochilas; a ninguno le falta su cuaderno de campo. Así son los verdaderos naturalistas.

Volviendo a las cotorras parece que la campaña de exterminio está ya decretada y dado el volumen económico que ha adquirido la cuestión parece muy complicado pararla, pero todavía pensamos que se pueda convencer a las autoridades municipales de que no se conviertan en malos de una película cuyo mal guión y peor realización les puede hacer perder muchos miles de votos. No son tiempos aptos para organizar masacres de animales bellos, susceptibles de adaptarse a la compañía del hombre y mucho más inteligentes de lo que muchos creen. Una cotorra, argentina o de Kramer es tan inteligente como un perro y eso debería bastar para recurrir a la sensibilidad para la planificación del control de sus poblaciones.

Hay muchísimos métodos poco o nada cruentos para ir mitigando la proliferación indeseable de cotorras en las ciudades españolas: existen anticonceptivos muy fáciles de administrar a las colonias, que son por otra parte muy fáciles de localizar, se puede recurrir a la captura sin muerte y posteriores campañas de adopción, ya que no debemos olvidar que se trata de encantadores animales domésticos una vez socializados. Todo antes que no hacer nada o recurrir a una matanza que nos haría retroceder muchas décadas en el camino de la protección animal.

Hay muchos tópicos falsos o por lo menos inexactos que equivocan a la opinión pública. El origen de la aparición de cotorras en libertad en nuestras ciudades no se debe en su mayor parte a que algunos ejemplares se escaparan de sus jaulas o sus dueños las liberaran por ruidosas: el tráfico ilegal y las fugas o sueltas masivas en almacenes y aeropuertos fueron la causa principal de la aparición de las primeras bandadas. Fui testigo de ello en su momento.

Señor alcalde: una vez más la izquierda supuestamente ecologista, que ahora permanece muy callada, les va a tachar de "asesinos", ecocidas y otras lindezas en cuanto empiecen a caer las primeras cotorras. Una vez más les van a "comer la merienda" y si no rectifican y emplean el ingenio y los métodos ecológicos de control de especies invasoras en lugar del despilfarro destructivo, les estará bien empleado.

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