Tres niñas asesinadas
Una muerte bajo un desplome no es una muerte en la que no existan culpables. Y los auténticos culpables son los mandamases de ese país comunista.
La cantidad de niños asesinados a manos del castrismo se supone que alcanza ya cifras insoportables. Sin embargo, a ningún experto en criminalidad perpetrada por regímenes totalitarios comunistas le ha dado por sacar la cuenta y exponer claramente la cifra real, que no cesa de aumentar.
Sabido es que la totalidad de los crímenes del castrismo son una enormidad. Desgraciadamente los niños forman parte de sus víctimas predilectas. Conocemos el frío asesinato cometido contra los niños del Remolcador Trece de Marzo, hundiéndolos a manguerazo limpio a ellos y a su familiares en el mar, más los de la masacre del Río Canímar. Sin embargo, se suelen ignorar, puesto que no existe precisamente una lista o un censo al que se le pueda poner rostros y nombres; sencillamente debido a la dejadez e insensibilidad inhumanas que se impone con Cuba. La misma UNICEF, para vergüenza de esa organización, no cesa de publicar mentiras relacionadas con la infancia en la isla. Dan verdadero asco.
Recientemente, otro derrumbe en la destruida y abandonada ciudad de La Habana, que en noviembre cumplió 500 años en el estado más deplorable que se pueda imaginar la capital que otrora fue perla entre perlas, y a cuyo festín ‘gubern-ornamental’ envió Pedro Sánchez a los Reyes de España, mató a tres niñas que se dirigían a la escuela.
Obligatoriamente esas niñas debían pasar por la esquina en peligro de derrumbe, como ya lo han explicado sus familiares y hasta la maestra de la escuela. Murieron aplastadas por un balcón el día en que se cumplía un aniversario más del Natalicio de José Martí, el autor de uno de los libros (editado originalmente en forma de revista) más bellos dedicados a los niños de todo el mundo: La Edad de Oro.
Ustedes me dirán que exagero cuando insisto desde hace tiempo en que un derrumbe es un asesinato perpetrado por la tiranía castrista. Respondería como siempre lo hago: que hasta la fecha no existen balcones asesinos, pero sí responsabilidades de quienes debieron impedir que esos innobles accidentes, cada vez más continuados, sucedan, sin que nadie pague por la culpa. Lo digo con conocimiento de causa porque con diez años y medio sufrí la experiencia de uno de esos derrumbes donde varias familias lo perdimos todo; menos mal que quedamos con vida para, los que hemos podido, contarlo.
Tal como ha manifestado, con el habla entrecortada por las lágrimas, el primo de una de esas inocentes colegialas (mediante un vídeo), las hijas de Miguel Díaz-Canel, el presidente puesto a dedo, nunca irían a pasar por ahí, como tampoco ninguna nieta de Raúl Castro. Esas mucho menos, esas andaban hasta hace poco por las avenidas más concurridas de Nueva York luciendo relojes y bolsos de lujo y de marca.
Sabido es que toda esta nomenklatura comunista, sus hijos y nietos, no viven en la miseria en la que sobreviven la mayoría de los cubanos. No sienten ni padecen los pesares cotidianos con sus respectivas carencias, ni tienen que desenvolver su vida diaria entre ruinas. Familias enteras habitan entre el desmoronamiento real de un país, cada vez más bombardeado por el bloqueo interior del castro-comunismo: el único bloqueo que de verdad ha paralizado el desarrollo normal de mi país durante más de medio siglo, y la desidia.
Hace poco también fallecieron un recién nacido en los brazos de su madre en un solar que se desplomó tras un ciclón, que desde hacía un montón de años había sido declarado inhabitable por las mismas autoridades que no fueron capaces de ni siquiera enviarlos a un albergue decente.
Una muerte bajo un desplome no puede ser considerada una muerte normal, no es una muerte en la que no existan culpables. Y los auténticos culpables son los mandamases de ese país comunista. Los asesinos son ellos y no los escombros ni los balcones. Los asesinos poseen identidades, nombres y apellidos: Raúl Castro y sus esbirros, Miguel Díaz-Canel, Mariela Castro, Alejandro Castro-Espín, Eusebio Leal.
Eusebio Leal es uno de los que más se ha enriquecido con el ‘negocete’ de La Habana. Lo que le ha sacado en ganancias Eusebio Leal a esa ciudad ha significado casi el equivalente de un verdadero Potosí. Con el oro exprimido a cada ladrillo o china pelona, él y sus hijos construyeron un emporio que se extiende de La Habana a Barcelona y Miami, proveniente de cada una de sus lloraderas internacionales en las que prometía y promete que restaurará una ciudad para sus habitantes, cuando en verdad sólo ha remozado trozos de esa Habana para los ricos y para los millonarios de la nomenklatura, para extranjeros, entre los que se encuentran varios socialistas de Hollywood y norteamericanos del Partido Demócrata.
Mientras un edificio se hundía en La Habana y otros muchos amenazan con caer en las cabezas de niños y ancianos, Eusebio Leal ofrecía en la Plaza de la Catedral un banquete por fin de año, celebraba con pompas el nuevo año junto a la flor y la nata de la nueva clase castrista. Cada cubierto costó más de mil dólares. A juzgar por las fotos aquello se llenó hasta la bandera. Cerraron la plaza, como cuando clausuraron La Habana Vieja y Centro Habana para el desfile Chanel. Al pueblo lo dejaron fuera, expuesto a que los pedruscos de un derrumbe les parta la vida. ¿A dónde fue a parar el dinero de esa cena monumental? A los bolsillos de los jerarcas, a sus cuentas en el extranjero. Ese dinero sirvió para aumentar sus riquezas y patrimonios individuales, para que Eusebio Leal siga luciéndose como un príncipe en medio de toda aquella espantosa miseria y sus descendientes continúen haciendo negocios en Miami y en Barcelona, se compren apartamentos de lujo y hasta los remocen con el esfuerzo de los exiliados. Que hasta se ría a carcajadas, y se enorgullezca de ello.
Un amigo me cuenta que el hijo menor de Eusebio Leal llamaba hace poco desde Miami al padre para consultarle algunas decisiones sobre un apartamento que había comprado en la ciudad de la "mafia del exilio cubano" y el que andaba remodelando con todos los lujos posibles. Unos auténticos criminales, sin distinción, todos.
Los Castro se hicieron con el poder a base de puro terrorismo, bombas en los cines con espectadores dentro, en las tiendas abarrotadas, en los portales de concurridas calles, en cualquier restaurante a los que el pueblo tenía libre acceso… Más tarde exportaron su guerra de guerrillas y su terrorismo hacia Sudamérica y hacia la misma Francia y España: movimientos guerrilleros y narco-guerrilleros, Carlos el Chacal, ETA, etcétera. Es un régimen fomentado a base de la destrucción y de la muerte. No han cesado nunca de destrozar y asesinar.
Cada derrumbe en La Habana supone el mismo resultado que una bomba, que un acto terrorista. No ha habido más actos terroristas cometidos contra su propio pueblo que los que han cometido los Castro. No me hablen más de Luis Posada Carriles, no lo definan más como terrorista, para mí es un héroe. Los verdaderos terroristas son los Castro y sus secuaces.
Tres niñas asesinadas, y Miguel Díaz-Canel entretanto enviando condolencias a la familia de Kobe Bryant. Demoró casi una semana en acordarse de las familias de esas niñas. Luego se llena la boca en Twitter para mentir y afirmar de manera cínica que el mejor país del mundo para la infancia es Cuba.
No, infame asesino, el peor país del mundo para la infancia es Cuba; si lo comparamos con Haití ahora mismo y hasta con cualquier país africano, y si observamos la gran historia y desarrollo económico que tuvo ese mismo país, en la que ningún niño en épocas de Batista "el malo" se iba a la escuela sin un vaso de leche. Desde hace casi seis décadas el vaso de leche desapareció de la mesa del desayuno, a partir de la edad de siete años. Sin embargo, los hijos de estos criminales siguieron bebiendo toda la leche que quisieron.
Nadie dice nada, todos callan. El mundo calla. La UNICEF calla cómplice. Cómplices, y por tanto culpables.
En nombre de María Karla Fuentes, Lisvany Valdés Rodríguez, ambas de doce años, y Rocío García Nápoles, de once años, y de tantos otros niños asesinados a manos de los militares castristas y hasta a manos de turistas extranjeros (italianos más específicamente, porque hablan del turista italiano que murió según ellos en un atentado en un hotel, pero no de los italianos que drogaron, violaron y quemaron viva a una adolescente cubana), violados en las escuelas al campo, obligados a prostituirse… En nombre de los niños víctimas del castrismo: yo Zoé Valdés, reclamo al gobierno estadounidense una invasión quirúrgica y ‘ciblé’, sin daños colaterales, como hicieron en la época del narcotraficante Manuel Noriega en Panamá, con el objetivo de acabar con ese régimen de una vez y por todas.
Un dron por cada niña asesinada el 28 de enero del 2020 resolvería de un golpe el monumental problema de toda índole que arrastra Cuba desde más de seis décadas, en el que sus principales responsables han embarcado también a Venezuela, a Nicaragua, y a tantos otros países invadidos por su nefasta ideología totalitaria y criminal.
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