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José García Domínguez

Chernobyl en Casa Nostra

Le podría haber sucedido a cualquiera. Pero resulta que le ha pasado al prodigioso compañero Morlanes, excapo del PSC.

@BOMBERSCAT

La explosión de la central nuclear de Chernobyl quizás podría haber ocurrido en cualquier otro sitio, pero no por casualidad sucedió realmente en un reactor diseñado y gestionado por la corrupta e incompetente tecnoburocracia de la Unión Soviética. Y el gravísimo accidente acontecido hace unos días en el complejo petroquímico de Tarragona, ese en el que ya se llevan contabilizadas tres víctimas mortales a estas horas, acaso también podría haberse producido en otro lugar y en otra empresa, pero tampoco por casualidad fue a suceder justo en una factoría sancionada con anterioridad hasta cuatro veces por la Generalitat (tres por fallos graves de seguridad y una cuarta por irregularidades legales en las condiciones de trabajo de su plantilla de empleados), esa misma cuyo flamante consejero delegado responde por José Luis Morlanes. Morlanes, empresario de deslumbrante éxito y a día de hoy uno de los hombres más ricos de Cataluña, posee, entre otros negocios, 140 plantas industriales de producción fotovoltaica con presencia en 20 países. Todo un imperio. "El otro día estaba en Méjico, la semana que viene me voy a Alemania y en junio estaré en Vietnam. A mí me gusta lo que como y por eso disfruto. Me gustaba lo que comía cuando estaba en la UGT, me encantó lo que comía cuando estaba en Cornellà y me gusta lo que como trabajando en mi empresa", declaró hace unos años el gran magnate a una revista local del Bajo Llobregat. Y es que el propietario de ese imponente conglometrado industrial transnacional, el emprendedor Morlanes, resulta que fue sindicalista profesional, por más señas de la UGT, y político profesional, también por más señas del PSC, durante la mayor parte de su vida adulta. Currículum cuando menos algo chocante para un hombre de su posición actual.

Obrero manual emigrado a Cornellà con su familia desde un pueblo de Ciudad Real allá por la década de los sesenta, el joven Morlanes decidió afiliarse a la UGT en 1977, en concreto a la federación del Bajo Llobregat, la comarca más industrializada de Cataluña, organización en la que no tardaría demasiado en convertirse en jefe supremo. Una vertiginosa carrera, la suya de líder sindical, que sabría compatibilizar con una no menos fulgurante ascensión paralela dentro de las estructuras de poder del PSC, lo que le valió transformarse en la mano derecha de José Montilla dentro del Ayuntamiento de Cornellà. Tan mano derecha del alcalde llegará a ser el polifacético Morlanes que Montilla dejó en sus exclusivas manos el área de gestión más codiciada en cualquier ayuntamiento español, y mucho más en un municipio con las características geográficas de Cornellà, en la práctica una indistinguible extensión de Barcelona. El lector ya habrá adivinado que el concejal de Urbanismo de Montilla, esto es el responsable último de conceder unas licencias de construcción que podían multiplicar por mil el valor de cualquier palmo de suelo en la misma linde del término municipal de la capital de Cataluña, se iba a llamar José Luís Morlanes. De su época como responsable del urbanismo de Cornellà, entre otros muchos, proceden los proyectos de implantación en la ciudad del World Trade Center. "He pasado por varias secciones de los periódicos y eso es poco habitual: laboral, política, economía y deportes. Esa es mi suerte", aseguraba en aquella misma entrevista.

Se le olvidó mencionar, sin embargo, que también llegaría a aparecer, y más de una vez, en la de sucesos. Eso fue cuando, todavía sindicalista de UGT a tiempo completo, el compañero Morlanes se metió de cabeza en una de las guerras empresariales más oscuras y turbias que se recuerdan en Barcelona, la que se desató en su día por el control del consejo de administración de La Seda, S. A. Una batalla que duraría años en los juzgados y en la que los contendientes enfrentados no siempre utilizaron métodos legales y ortodoxos. En el transcurso de una junta general de accionistas, el abogado Jacinto Soler Padró, que poco antes había comprado el consorcio empresarial por una peseta, fue agredido y desnudado por un grupo de sindicalistas, y así, como Dios lo trajo al mundo, tuvo que abandonar la reunión. Por las mismas fechas, una bomba nunca reivindicada estalló en el garaje privado de un miembro del consejo de administración de La Seda. A consecuencia de la deflagración quedó completamente destrozando un Mercedes deportivo que allí se guardaba. Nadie lo denunció. La Barcelona negra de las novelas de Eduardo Mendoza, la de Onofre Bouvila, nunca terminó, ya se sabe, de desaparecer del todo. No obstante, aquella interminable contienda por el control de La Seda concluyó inopinadamente bien para Morlanes: lo acabaron nombrando presidente de la compañía. Sería su primer empleo como alto directivo de una gran empresa. Por lo demás, ya enfrentado a muerte con el todopoderoso Pepe Zaragoza por el control del PSC en el Bajo Llobregat, Morlanes decidió tirar de modo definitivo la toalla en el partido a cambio de la jugosa bicoca empresarial que se le acababa de ofrecer. Y hasta hoy. Lo dicho, le podría haber sucedido a cualquiera. Pero resulta que le ha pasado al prodigioso compañero Morlanes. Cosas de Casa Nostra.

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