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Iván Vélez

España: unidad de destino en lo federal

Lo que está en juego tras esos floridos juegos semánticos es nada menos que la continuidad de la nación española.

Iceta y Sánchez, en un acto reciente | EFE

El pasado 9 de diciembre, Toni Bolaño, periodista del periódico La Razón, formuló la siguiente pregunta a Miquel Iceta: "¿Cuántas naciones hay en España?". La respuesta del presidente del PSC, recientemente reelegido, fue precisa: "Las he contado. Según los Estatutos de Autonomía, ocho, y si sumamos el preámbulo de Navarra, nueve. Los Estatutos de Galicia, Aragón, Valencia, Baleares, Canarias, Andalucía, País Vasco y Cataluña dicen que son nacionalidades, o nacionalidades históricas. Nación y nacionalidad son sinónimos". Días más tarde, el barcelonés dio escala netamente catalana a su afirmación. A su decir, Cataluña, indiscutible nación, debe ser reconocida como un "sujeto político no independiente" dotado de un "autogobierno sin interferencias indebidas del Estado". Una nación que debería ver mejorada su financiación.

Sabido es que la deposición de Iceta pretende ser tan útil para las negociaciones que Pedro Sánchez, en su presidencial ambición, mantiene con las organizaciones facciosas que buscan la secesión de Cataluña, como para las ambiciones de su ego diminuto. Sin embargo, como ocurre a menudo, los finis operantis discurren por veredas alejadas de aquellas por las que transitan los finis operis. O lo que es lo mismo, el burdo argumento icetesco: la consulta de unos textos que utilizan fórmulas como "nacionalidad" o "nacionalidad histórica", nunca el vocablo "nación", no es un ingenuo pretexto sobre el que elevarse para dar cumplimiento a íntimos anhelos. El precio que todos habríamos de pagar para la consecución de esos deseos es inaceptable, por cuanto lo que está en juego tras esos floridos juegos semánticos es nada menos que la continuidad de la nación española, realidad política incompatible con otras de su naturaleza, que no puede estar sujeta a voluntarismos de escala regional ni a pretendidos derechos históricos o singularidades lingüísticas o geográficas. Las manifestaciones de Iceta, que bien pudieran haber suscrito el abad mitrado de Monserrat, Aureli Maria Escarré, son, sin embargo, congruentes con lo que hace dos años dijera Pedro Sánchez a propósito de la cuestión nacional. En efecto, en el curso de un desayuno informativo, el doctor por la Universidad Camilo José Cela afirmó que "al menos en términos históricos hay tres territorios que han manifestado su vocación de ser nación", en referencia a Cataluña, Vascongadas y Galicia, regiones que obtuvieron estatutos de autonomía durante la II República Española, periodo mitificado hasta extremos indecibles desde las filas del partido que antaño se identificaba por un puño -izquierdo- y una rosa. Regiones esas que, desde hace un siglo, han ofrecido material humano y político al proyecto GALEUSCA.

Durante aquella jornada matinal, Sánchez añadió unas palabras en las que apareció la coartada –la "nación de naciones"- con la que trata de plegarse, involucrando a territorios que han actuado estatutariamente de forma mimética, a los dictados de las sectas catalanistas y vasquistas. La ampliación contable obrada por Iceta permitiría que tal sumisión fuera más llevadera en un tiempo en el que la fragmentación partitocrática y particularista ha aumentado notablemente. En concreto, Sánchez pronunció la siguiente frase culminada con una pregunta teñida de reproche y de coloraciones metafísicas: "Aquellos que niegan que España es una nación de naciones... ¿Qué están diciendo, que ser español es la única identidad posible?". Con la única oposición interna, en forma de amagos retóricos, de algunos barones socialistas, gracias a la bien engrasada maquinaria propagandística, el rótulo "nación de naciones" ha comenzado a ganar presencia junto a la fórmula que, pretendidamente, haría posible el genitivo reduplicativo denunciado en su día por Gustavo Bueno: la transformación de España de un Estado federal.

Solo arrojando veladuras federales, tan caras a determinados oídos, se podrían ocultar las enormes contradicciones que entraña la "nación de naciones", que deja en el aire numerosos interrogantes. ¿Acaso sus invocadores perciben a España como una suerte de Bolivia europea en cuyo seno estarían atrapadas un número indeterminado de naciones, al menos nueve, étnicas? De ser así, ¿no cabría añadir una, la gitana, acreedora de una tierra en la cual hacer ondear la bandera en la que flota la rueda de carro, señal de su errabundo devenir?, ¿quizá los creyentes en la "nación de naciones" son irredentos nostálgicos del Antiguo Régimen que añoran la tan histórica como estamental sociedad previa a las revoluciones francesa o española? No parece que sea esto lo que busquen los Iceta, Sánchez & Co., sino la consolidación de una España, administrada por sus marcas electorales, en la cual la diferencia entre españoles quede garantizada en virtud del terruño en el que estos estén avecindados.

La clave de esta maniobra se halla, tal nos parece, en el cultivo de un federalismo siempre de imprecisos perfiles, al que estarían convocadas las susodichas nueve naciones y del que se quedarían fuera, por ejemplo, una o varias Castillas, víctimas de sus austeridad estatutaria. Mediante el taumatúrgico federalismo, las nacionalidades, nacionalidades históricas o naciones –que todo se mezcla en el baile de San Vito terminológico de Iceta- hallarían acomodo tras atravesar el trance autonómico. Se culminaría de este modo la llamada segunda Transición.

La meta federal no es, por supuesto, un invento del tándem compuesto por las cabezas más visibles del PSOE y el PSC. La revitalización de esta idea comenzó a principios de los años 60 del siglo pasado como vía alternativa al influjo comunista y al franquismo más estatalista. Ejemplo de ello es el opúsculo Actualidad de la idea federal, obra de Fernando Valera publicada por el Centro de Estudios Sociales y Económicos de París, que recoge la conferencia pronunciada el 3 de noviembre de 1962, poco después de la celebración del dolarizado Contubernio de Múnich. Valera, que estiró la ficción segundorrepublicana como último presidente del Gobierno en el exilio, acudió a aquel encuentro y se mantuvo en la órbita de las instituciones federalizantes, entre ellas el Consejo Federal Español, fundado en 1944, activas en el extranjero. La idea que de lo federal tenía Valera hace más de medio siglo es muy parecida a la que manejan Sánchez e Iceta en la actualidad, como puede advertirse en estos párrafos:

La república federal, en los estados unitarios, ya constituidos y centralizados, supone rehacer el proceso histórico y reformar la estructura interna de la comunidad política, restaurando la libertad y autonomía de sus elementos: hombres, ciudades, comarcas y países o naciones.

La Federación así concebida no es, por lo tanto, el hecho histórico de agruparse varias regiones, comarcas o estados en una comunidad política más amplia y soberana, sino el proceso viviente de reorganizarse internamente esta comunidad política conforme al módulo de la libertad; es el reajuste y el renacimiento de todas las autonomías ahogadas por siglos de centralismo absoluto, sin que con ello peligre, como veremos luego, la unidad de la patria grande. La Federación es también el pacto perenne y voluntario de una convivencia libre de los pueblos, de manera que la confluencia e interpenetración de esferas de libertad se traduzcan en leyes e instituciones que las garanticen, armonicen e interpreten, desde el individuo, que es el hombre, hasta el universo, que es la humanidad.

Sazonada de una buena dosis de sostenibilidad y una pizca de terminología de género, lo reproducido encaja a la perfección con el producto que tratan de ofrecer Sánchez e Iceta. Una España federal sujeta a un telos muy concreto: su integración, en rigor, su disolución nacional, en Europa. Una España que bien podría calificarse como "Unidad de destino en lo federal".

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