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Jesús Laínz

¿Está Ángela? Que se ponga

Las acciones ante otros gobiernos europeos en busca de apoyos para su traición a España es una arraigada tradición de los dirigentes catalanistas.

Angela Merkel | EFE

Como todo el mundo sabe, nuestros infatigables separatistas llevan cuatro décadas sembrando el mundo entero de propaganda para conseguir apoyos foráneos. La mera existencia de las embajadas catalanas y vascas es la prueba de la naturaleza suicida del Estado de las Autonomías –¿alguien ha visto alguna embajada de Michigan, Jalisco, Baviera, Aquitania, Piamonte o Rajastán?–, que ha permitido la voladura de España desde dentro. Y mientras tanto, los gobiernos, de ambos partidos turnistas, en Babia.

Hace unas semanas se dio a conocer el último descubrimiento policial sobre tan divertido asunto: la carta "confidencial" que Artur Mas, entonces presidente de la Generalidad, envió a la canciller alemana Ángela Merkel solicitando una entrevista "discreta". Fechada el 24 de octubre de 2013 con el título "Solicitud de encuentro confidencial", con ella Mas pretendió conseguir una reunión "de carácter privado" y con la "máxima discreción", es decir, ocultándosela al gobierno español. Tras el guiño adulador de que "nuestro país fue fundado por Carlomagno y comparte valores e historia con los países de habla alemana", la excusa de la carta era, según Mas, que "más del 80% de la población de Cataluña" deseaba "poder decidir sobre su propio futuro como país a través de un referéndum". Y su objetivo consistía en hablar con la canciller alemana "sobre los orígenes de este deseo y las oportunidades que pueden surgir para la Unión Europea". Se ignora la respuesta de Merkel. Según informó la propia Generalidad unos meses después, en diciembre de aquel mismo 2013 se enviaron cartas a los ministros de Exteriores de cuarenta y cinco Estados y se organizaron entrevistas con medios de comunicación de toda Europa para promover el proyecto secesionista catalán.

Las acciones ante otros gobiernos europeos en busca de apoyos para su traición a España es una arraigada tradición de los dirigentes catalanistas. En 1898, por ejemplo, recién perdidas las provincias de ultramar, Prat de la Riba escribió una nota para explicar a periodistas y gobiernos extranjeros que la causa de la derrota había sido la preponderancia política de los castellanos. Y como entre ellos y los catalanes mediaban antitéticas diferencias de "raza, temperamento y carácter", la única solución posible era la secesión de Cataluña. Para ello propuso su anexión a Francia sugiriendo al gobierno del país vecino que

si las corrientes descentralizadoras y federalistas que están naciendo hoy en Francia se desarrollan rápidamente y se traducen en reformas de la actual constitución unitaria y centralista de la República francesa, la idea anexionista tendrá muchas oportunidades de triunfar. Una situación, un momento propicio de la política internacional europea, y la anexión será un hecho.

Veinte años más tarde, una delegación catalanista se presentó en Versalles con la intención de sumarse al carro de las autodeterminaciones que los aliados se habían inventado para desmembrar el Imperio Austrohúngaro. Pero se volvieron con las manos vacías. "Pas d’histoires, messieurs!", se cuenta que les soltó un aburrido Clemenceau.

Pero como la historia da muchas vueltas, quince años más tarde la estrella ascendente era la alemana. En marzo de 1934, el periódico La Nació Catalana sostuvo que, dado que el territorio nacional catalán estaba repartido entre tres imperialismos, el español, el francés y el italiano (es de suponer que en este último caso se referían a la minoría catalanohablante de Alguer), y dado que los otros países occitanos (Auvernia, Gascuña, Lemosín, Languedoc y Provenza), "precisamente las tierras hacia las que se inclina nuestro espíritu racial y nuestro interés político", estaban "dominados" por Francia, era forzoso que la amiga natural de la futura Cataluña independiente fuese la Alemania hitleriana: "Con la esperanza (puente de plata que nos une al futuro) de una Cataluña libre, aliemos el Pancatalanismo al Pangermanismo".

Un año más tarde, los de Nosaltres sols!, una de las facciones de Estat Catalá, enviaron a Goebbels un memorándum en el que ofrecieron entregar al III Reich los puertos catalanes y baleares como bases en una futura guerra contra Francia. "Alemania es nuestra amiga por ser rival de Francia, tiranizadora de una parte de nuestro territorio nacional", arguyeron. Y concluyeron afirmando que "una Cataluña libre representaría para Alemania un paso definitivo en el desmoronamiento de Francia".

Pero tres años después, con la victoria de Franco a la vuelta de la esquina gracias en buena medida a la ayuda de Hitler, una comisión de nacionalistas vascos y catalanes propuso a los gobiernos británico y francés convertir unas repúblicas de Euzkadi y Catalanoaragonesa en protectorados de Gran Bretaña y Francia respectivamente. De este modo les ofrecieron, a cambio de la independencia, el control de la España al norte del Ebro –navarros y aragoneses, a obedecer– como territorio amigo entre ellos y la España franquista ante una posible guerra contra Alemania.

Continuando la tradición, en 2013 Jordi Molins, un estratega catalanista, lanzó en TV3 la idea de que, para impedir que una vez conseguida la independencia los franceses y los españoles volvieran a "invadirnos asesinando y violando a miles de catalanes", la Cataluña independiente debía aliarse con alguna gran potencia. Y propuso ofrecer a China los puertos catalanes como base para sus buques y submarinos. Así, ante la posibilidad de tener las armas atómicas chinas a sus puertas, la UE preferiría admitir a Cataluña en su seno incluso contra la voluntad de España y Francia.

Desde el proyecto de Prat de la Riba ha pasado un siglo, y con el han pasado también gobiernos y regímenes. Pero lo que sigue inmutable es la traición de los separatistas, siempre dispuestos a engañar y adular al aliado exterior que les parezca más oportuno en cada momento.

Ahora le ha tocado de nuevo Alemania, y en el futuro les tocará a otros. Pero da igual: con unos u otros, los gobiernos españoles, en el mejor de los casos, seguirán en Babia. Y en el peor, como ahora, colaborando en la destrucción de España.

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