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José García Domínguez

El partido más corrupto del mundo

Solo hay una manera de acabar con la corrupción política, a saber: separar de modo radical administración y política.

Hoy toca escribir, lo sé, que el PSOE es el partido más corrupto del mundo. Igual que cuando lo de la Gürtel había que decir lo propio del Partido Popular. Del mismo modo que tras la inopinada confesión de Ubú procedió reiterar idéntica sentencia a cuenta de los convergentes que usufructuaban el oasis petit. Pero prefiero que lo hagan otros. En los último cuarenta años, la corrupción más o menos institucionalizada ha arraigado en las zonas más pobres y subsidiadas del país, así Andalucía, y en los territorios más prósperos y desarrollados de la Península, verbigracia Cataluña o Madrid. Ha arraigado en el norte cantábrico, en las islas mediterráneas, en la España profunda, en la España menos profunda, en la España llena, en la España vacía, en las zonas agrícolas, en las industriales, en las turísticas, en las muy nacionalistas y en las muy antinacionalistas. La corrupción más o menos sistémica ha arraigado en todos los rincones del país. Y sí, ya sé, ya sé que lo de los ERE constituye el mayor desfalco de recursos públicos en términos numéricos de la historia contemporánea de España. Pero yo no quiero componer hoy un artículo que verse sobre contabilidad delictiva comparada. No quiero saber hoy si son más ladrones los ladrones del PSOE que los ladrones del PP o viceversa.

Lo que me gustaría saber hoy es la causa de que el grueso de la corrupción política en nuestro país se concentre de forma sistemática y crónica en las comunidades autónomas. Porque tiene que haber una explicación racional a esa asimetría tan chocante, la que contrapone una Administración central del Estado en la que resultan en extremo infrecuentes los casos de corrupción, y con independencia además del nombre del partido que en cada momento controle el Ejecutivo, con la retahíla interminable de escándalos que, hoy sí y mañana también, vemos asociados de modo sistemático a los Gobiernos regionales, asimismo con independencia de cuál sea su sesgo ideológico. Por lo demás, la explicación a ese fenómeno existe, si bien resulta algo desoladora para los que defendemos el principio democrático. Y es que la tensión entre el principio rector de toda gestión eficaz, que no es otro que la meritocracia en la selección de los cargos rectores, está siempre en tensión con el principio de la democracia representativa, que es la participación popular. Una tensión permanente en la medida en que la meritocracia solo se puede asentar en criterios de selección elitistas, algo que de modo inevitable tiende a chocar con el igualitarismo que encuentra su base de legitimación en el voto popular.

¿Y qué tienen que ver esas especulaciones filosóficas abstractas con que los socialistas trincaran a calzón quitado en Sevilla, coca y puterío mediante? Pues tiene mucho más que ver de lo que semeja a primera vista. Ocurre que los países que crearon la columna vertebral del Estado, con todo su aparato administrativo asociado, cuando todavía eran regímenes autoritarios (por ejemplo, Austria, Alemania o la propia España), alumbraron cuerpos funcionariales autónomos e independientes del poder político por su proceso objetivo de selección. Y esa tradición decimonónica de autonomía e independencia, mal que bien, sigue existiendo hoy en los altos cuerpos de la Administración del Estado en España. Algo que no ocurre, por ejemplo, en Italia, un país que, a diferencia del nuestro, se democratizó bastante antes de contar con un Estado fuerte, lo que generó el surgimiento paralelo de redes clientelares prestas a repartirse el botín estatal, redes que luego ya fue imposible desmontar. Y de ahí la corrupción crónica del aparato estatal italiano en los últimos 150 años. A diferencia de la Administración central, que hunde sus raíces en la Restauración, las Autonomías españolas son hijas de la democracia y nacieron con ella. Por eso mismo, al igual que en Italia, sus vicios compartidos más arraigados: la corrupción y el nepotismo. Porque solo hay una manera, una sola, de acabar con la corrupción política, a saber: separar de modo radical administración y política. Desengañémonos, no hay otra. Dicho lo cual, hoy toca decir que el PSOE es el partido más corrupto del mundo.

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