Ay España, España
El proceso golpista del nacionalismo catalán aún no ha sido desmantelado. Y, lo que es peor, forma parte clave de la campaña electoral.
El proceso golpista del nacionalismo catalán aún no ha sido desmantelado. Y, lo que es peor, forma parte clave de la campaña electoral. De este asunto dependerá, por desgracia, el mantenimiento de Sánchez en el poder. El famoso discurso del Rey de 2017, junto a las inercias de la nación española, y la aplicación suave del 155 detuvieron el proceso secesionista de Cataluña. Ayudaron un poco los jueces y los partidos constitucionalistas que defienden la unidad de España, aunque algunos lo hacen con la boca chica, por ejemplo el PSOE. Por no decir nada de su partido hermano, el PSC. Sin embargo, ahora, el partido del Gobierno dice y defiende España. ¿Extraño? No. El PSOE siempre fue así. No criticaré yo a este partido por que haga electoralismo. ¿Acaso los otros partidos no hacen populismo electoralista con Cataluña? De este defecto no se salva nadie. Ojalá el electoralismo socialista llevara al Gobierno a tomar medidas serias contra los golpistas y sus cómplices.
El problema no es, pues, el oportunismo de Sánchez, sino que la política nacional dependa de una coyuntura más o menos favorable a un partido. Ésa es la tragedia. Sí, el último hallazgo ideológico de algunos analistas políticos es creer que la determinación de Sánchez, casi siempre ajena a la sutileza del matiz político y dependiente del resultado de las encuestas, podría detener a los golpistas suspendiendo la autonomía de Cataluña. Esto es algo que podría suceder, pero no deja de ser triste que tengamos que esperar la solución de un problema, el mayor y más grave que tiene España, por el humor de un hombre con un único objetivo: mantenerse en el poder. No deja de ser un fracaso político, un fracaso de toda la nación española, que tengamos que resolver la cuestión de la unidad nacional por el carácter, sí, de un hombre y por los cálculos de votos, pues que no es baladí que los muchos votos que conseguiría por intervenir la autonomía catalana, por un lado, podría perderlos por otro en la misma Cataluña.
¿Dónde está la política de Estado que diga cosas sencillas a las que puedan agarrarse los ciudadanos?, ¿dónde están los discursos políticos que levanten acta de que Cataluña no existe, no existió y, seguramente, no existirá sin España?, ¿dónde hay un plan sensato de los partidos constitucionalistas contra los separatismos catalán y vasco? Nunca se abordó con seriedad ninguna de esas cuestiones por el Gobierno de Rajoy y tampoco se consideran ahora por Sánchez, a pesar de su lema electoral. Ante España, ante la gran nación que es España, todo es oportunismo que mata cualquier ocasión de establecer y, a veces, restablecer los grandes asideros y fundamentos nuestra democracia. Ni se aplican las leyes en Cataluña con el rigor que exige un Estado democrático ni se le ofrece al ciudadano un repertorio de ideas civiles para transformar las fuerzas de la historia de España en potencias individuales, ciudadanas. No hay políticas realistas ni repertorios de ideas civiles para enfrentarse al separatismo. Por eso es menester que sigamos preguntando: ¿dónde podemos los ciudadanos hallar relatos, discursos, en fin, resortes intelectuales, morales y políticos para defender España como nación democrática?, ¿cómo crear una cultura española en estas condiciones? No se engañen. Los espacios públicos democráticos que defienden la nación, España, apenas representan nada frente al monstruo de la "nación de naciones".
La cuestión secesionista es sin duda alguna endiablada. Vaya, pues, por delante que soy de los que piensa que no tiene solución sino solo conllevancia (Ortega y Gasset). Aguantar es todo. Pero no nos cansemos de de repetir: si no hay vuelta atrás, ahora solo cabe confiar en que alguien aplique la Ley de Seguridad Nacional para que nuestra democracia se tome en serio su principio: nacionalizar todas las instituciones. El resto es engañarse.
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