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Pedro de Tena

La condena de un idiota

Es difícil comprender qué le pasa por la cabeza a un señor ya mayor, seguramente con hijos y nietos, para hacer lo que hizo Manuel Muñoz.

Teresa Rodríguez. | EFE

Bien condenado está, aunque la sentencia ha sido demasiado benévola. Lo que ha perpetrado el vocal de la Cámara de Comercio de Sevilla, Manuel Muñoz Medina, es merecedor de una condena más dura. No me refiero, claro está, a una pena de prisión que la sentencia ha decidido no aplicarle y doctores tiene la Iglesia. Me refiero a una condena complementaria por idiotez manifiesta. Pero esa es una decisión que no compete a los tribunales de justicia sino a la sociedad española en general y a la andaluza en particular.

Sobre los idiotas se ha escrito mucho. El propio Dostoievski dedicó una de sus mejores novelas a un príncipe que no comprendía por qué la gente lo consideraba idiota cuando él se veía cuerdo. No hablemos ya de los manuales de los perfectos idiotas al que habría que añadir uno sobre lo perfectos idiotas andaluces o, si se me exige concreción, sevillanos que son conocidos como "sevillano grasioso" por la ciudadanía.

Aclaremos que un grasioso es alguien que tratando de hacer una gracieta se pasa dos mil pueblos por su incapacidad para reconocer los límites y fronteras y acaba haciendo daño tanto a los demás como a sí mismo, cuando no provocando broncas y desmanes. En cierto sentido, ese tipo de idiota es como el estúpido de Carlo Cipolla, que causa perjuicio a todo el mundo e incluso a sí mismo.

Es difícil comprender qué le pasa por la cabeza a un señor ya mayor, seguramente con hijos y nietos, para hacer lo que hizo Manuel Muñoz en la Cámara de Comercio. Estaba en una institución sevillana de largo recorrido. Se encontraba celebrando la Navidad con una copa de vino en la mano. Y sabía perfectamente que Teresa Rodríguez era la líder de la extrema izquierda andaluza ligada al grupo Anticapitalistas, en las antípodas de todo lo que la Cámara de Comercio y sus empresarios piensan y defienden.

Y en esto que va y simula un beso a la víctima de su idiotez. Ese tipo de beso, con la mano interpuesta entre los labios no es nuevo en Andalucía y ciertamente muchas veces, entre risas, se estampa de broma en los morros de algún o alguna conocida. Pero aplicarle tal numerito a la primera figura de la izquierda radical andaluza, de la que no era amigo ni siquiera conocido, además de un delito, fue una idiotez.

Ha dañado el prestigio y la reputación de la Cámara de Comercio de Sevilla. Ha herido la imagen del empresariado andaluz, que la izquierda, con Podemos en su seno, trata de desprestigiar sistemáticamente. Ha destrozado su reputación y su nombre estará ligado de por vida a su agresión inopinada. Y, además, le da cancha a su adversaria ideológica para que, esta vez con toda la razón, despotrique contra el comportamiento de un empresario, que es sólo uno y menor, pero que lo tiñe todo desarmando a los propios.

Hablando del peor comunismo, que no es el político-económico sino el de los tópicos tradicionales desgastados en cabezas de majaderos de piedra, Unamuno, ahora tan de moda como siempre, decía que al idiota se le reconoce en que siempre tiene en la boca las palabras: extravagancia, locura, paradoja, chifladura, macana... Pues el nuestro ha tenido en la boca otra cosa, una mano interpuesta y menos mal.

Por eso, a la condena ya dictada habría que añadir esa otra que le corresponde por idiotez consumada.

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