Espantados por el himno
¿Qué respeto pueden pedir los que no respetan la ley, no respetan a sus conciudadanos no separatistas, no respetan al resto de españoles?
Torra y su comitiva fueron a hacer la ofrenda a Rafael de Casanova de cada 11 de septiembre y se encontraron con que empezó a sonar, por encima de Els Segadors, el himno nacional. En los vídeos del acontecimiento, se aprecia desconcierto en las filas de la delegación oficial separatista. Desconcierto incomprensible, porque la gente del separatismo tiene perfectamente entrenada la reacción al himno: en cuanto oyen sus primeros acordes, se ponen a pitarlo. Es verdad que la pitada la tienen asociada, perritos de Pávlov, a las finales de la Copa del Rey y a que esté el Rey en persona. Para que reciba, también en persona, el sonoro insulto. Eso les encanta. A los presidentes de la Generalidad se los ha visto allí, al lado del monarca, sin poder contener la sonrisa de satisfacción. Satisfacción por la demostración de fuerza contra España en directo delante de las cámaras, de los micrófonos, del mundo entero. Satisfacción por la demostración de obediencia de sus hinchas.
El himno nacional está para ser boicoteado. Esto lo tiene claro el separatismo. En todos sus niveles jerárquicos, desde el más bajo hasta el más alto. Pero se acaba de ver este 11 de septiembre que no saben qué hacer cuando el himno suena, sin protocolo, sin previo aviso, en medio de un acto que consideran suyo. Entonces, en lugar de pitarlo a todo pulmón, salen aturdidos y espantados, como ciertos animalitos a los que se ahuyenta con ultrasonidos, aunque, eso sí, llaman a la policía. A la autonómica, naturalmente. Sus agentes, lejos de la pasividad cachazuda que desplegaron el 1-O, lejos de la pachorra con la que han consentido desde cortes de carretera y vías ferroviarias hasta ataques a grupos constitucionalistas, actuaron con celeridad y eficacia. En un pispás tenían identificados el lugar y los autores del delito. No es broma, no. Les comunicaron que van a atribuirles un delito de desórdenes públicos. Antes –hay que contarlo por la belleza– trataron de cortar la electricidad para boicotearles el equipo de sonido.
Y ahora estamos con la matraca del boicot. La consejera Budó, la que no quería hablar en la lengua de las bestias, acusa de falta de respeto y de "intentar un boicot con el himno de España". Pero ¿qué boicot? ¿A quién? A la figura de Rafael Casanova no, porque Casanova no era ningún separatista avant la lettre. Los que carecen de respeto por el personaje –y por los hechos históricos– son quienes lo disfrazan de protoindependentista y le dejan allí ofrenda intoxicada. En realidad, el separatismo va a la estatua de Casanova a hacerse un homenaje a sí mismo. Y ¿qué respeto merecen los que no respetan? ¿Qué respeto pueden pedir los que no respetan la ley, no respetan a sus conciudadanos no separatistas, no respetan al resto de españoles?
En qué duplicidad vive esta gente. Pitar el himno nacional es libertad de expresión. Poner los lazos amarillos en edificios públicos es libertad de expresión. Quitar banderas de España de los mismos edificios es libertad de expresión. Quemar fotos del Rey es libertad de expresión. Agredir a constitucionalistas es libertad. Insultarlos gravemente es más libertad. Boicotear sus actos en la calle, en la universidad o en cualquier sitio es pura libertad. Insultar a España es libertad y obligación. Acosar a jueces y fiscales es libertad. Espiar a los escolares para que no hablen en español es libertad. Sí, estos no son más que algunos de los actos ofensivos y de intimidación y violencia que los separatistas incluyen entre los márgenes de la libertad, pero dan una idea de lo ancha, anchísima, que es la libertad que se toman. Tan ancha la que se toman como estrecha la que dan. Y en su estrechez llegan al supremo ridículo de pretender que hacer sonar el himno nacional sea delito. Venga ya. Delitos fueron los del 1-O.
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