Colabora
Amando de Miguel

Caricaturas, falsedades y mixtificaciones

Para vergüenza de nuestra sociedad organizada, se ha implantado en España un execrable delito de odio, una degeneración más de la tradición autoritaria que nunca muere.

Cuidado que es útil la calificación de "oportuno" que se da a un suceso, sea porque conviene a todo el mundo o porque, por lo menos, resulta ventajoso para el sujeto. Para los griegos, kairós equivalía a lo oportuno, lo que está en sazón o es más conveniente. Por ejemplo, el viento favorable para un barco o la maduración de un fruto. En cambio, maravilla del lenguaje, el oportunista es la caricatura de lo oportuno, su falsificación, sacar una ventaja desproporcionada sin atención a los criterios o principios morales acreditados. Por ejemplo, llegar a ministro del Gobierno sin haber acumulado ninguna calificación profesional para ello.

He escrito miles de páginas sobre la condición de la mujer en España y el impulso de igualdad entre los sexos (ahora dicen "géneros"), pero aborrezco esa impostura del poderoso feminismo que nos atosiga por todas partes. Qué gran contraste entre las egregias feministas de hace un siglo (Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos) y las estantiguas hodiernas que pretenden ser sus herederas. Si, bonitas, sí.

Me interesa mucho la información sobre el llamado "medio ambiente" y su relación con los habitantes de un territorio; es decir, la ecología. Pero me repugna la mixtificación del ecologismo pedante que nos envuelve con sus prédicas progresistas.

He hecho algunos trabajos sobre la orientación sexual de los españoles. Pero abomino esa superchería de la ideología de género y no digamos el orgullo gay, que Dios confunda.

Para vergüenza de nuestra sociedad organizada, se ha implantado en España un execrable delito de odio, una degeneración más de la tradición autoritaria que nunca muere. Pero no creo que sea posible que nadie me pueda castigar los sentimientos de antipatía, aborrecimiento, aversión, inquina, desafecto, abominación, desprecio, malquerencia, repugnancia, prevención, etc. que me suscitan muchos individuos, ciertas ideologías o instituciones de toda calaña. Entiendo que la dimensión de simpatía-antipatía es perfectamente respetable y, sobre todo, resulta inevitable. Ahora se dice mucho "empatía", una importación del inglés, aunque hace un siglo los españoles cultos ya hablaban de "impatía", que parece mejor dicho. Significa ponerse en el lugar del prójimo, un rasgo de persona equilibrada.

Al igual que en el terreno de los productos comerciales, en el intercambio humano hay todo tipo de caracteres; los hay admirables y también granujas. Tampoco hay que creer que al final se impone necesariamente la virtud. Se ven individuos reconocidos por sus buenas cualidades que realmente son en ocasiones auténticos miserables. Lo que ocurre es que los usos morales y jurídicos nos obligan a presumir que todos los demás que nos rodean son dignos de respeto o admiración. El DNI o equivalente nos abre muchas puertas y cajeros automáticos, pero no está dicho que nuestra identidad nos proporcione el derecho a pasar por buenas personas. Eso es algo que habrá que merecer en cada caso.

Una cosa es cierta. Todo el mundo trata de convencer a los demás de que es mejor persona de lo que parece. Pero la bondad generalizada resulta imposible. Lo usual es que unos pocos amigos, parientes y conocidos nos estimen (algunos solo en ocasiones) y para los demás seamos indiferentes o eventualmente maléficos. Las relaciones con unos u otros suelen ser simétricas.

La confusión o el enredo se produce en las personas que aparecen como públicas en su mejor sentido. El hecho de que triunfen en los negocios, las profesiones o la política les hace fácilmente reconocibles, pero eso no equivale a que sean merecedores de aprecio en todos los casos. Se advierte que no se puede salir adelante en la vida y que todos te aprecien. Lo contrario es una creencia tan generalizada como falsa. Lo que sucede más bien es que el éxito o el triunfo dan lugar a todo tipo de envidias y tergiversaciones. Esa es una verdad tan inconcusa como la ley de la gravitación universal. Si, a pesar de lo cual, insistimos en conseguir el éxito o el triunfo (aunque solo sea a través de un premio de la lotería) es porque dar envidia significa un placer maravilloso y con escasas contraindicaciones.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario