Colabora
Amando de Miguel

El verdadero mal del siglo

Está por demostrar que los enunciados estúpidos, al repetirlos, se hacen verdaderos.

Un tipo cargando su teléfono móvil | Pixabay/CC/StockSnap

Del siglo XXI, quiero decir, que ya venía del anterior. Lo podríamos llamar "exhibicionismo", esto es, la obsesión por llamar la atención, hacer alarde uno mismo. También cabría hacer uso de un neologismo, el "ekzesismo", puesto que el exhibicionismo se ha reducido vulgarmente al de los órganos genitales. Poca cosa y muy monótona.

El exhibicionista en su sentido más amplio deja de ser una patología para convertirse en algo general que afecta al conjunto de la población y se cultiva porque es un rasgo muy apreciado. Afecta de forma descarada a lo que podríamos llamar "gente guapa". Incluye los árbitros de la elegancia en el vestir y en distinguirse por las "tendencias" últimas, los deportistas y artistas más destacados, los políticos más entrevistados, las estrellas de los medios de comunicación y diversión masiva, los directivos de algunas empresas más innovadoras, los famosos que salen de cutio en las llamadas revistas del corazón. Todas esas figuras, tocadas del síndrome narcisista, necesitan "chupar cámara" y ser devotos ocasionales del "fotocol" para seguir subsistiendo. Son tan divinos que no necesitan manifestar la figura de su cónyuge o pareja. No es ningún desdoro; al revés, es algo apreciado por la generalidad de la población, el público más o menos amorfo.

La tacha exhibicionista no para ahí, en el reducido elenco de las "celebridades"; contagia a todo el mundo en mayor o menor medida. El grado mínimo es el de todos nosotros, ávidos de posar continuamente para fotos, selfies, vídeos y demás ritos de la iconografía doméstica. Es una forma imitativa y sucedánea de los que salen habitualmente por la tele. En ciertos círculos ha prendido mejor el fervor exhibicionista. Por ejemplo, los moteros; los grafiteros; los homosexuales y derivados; los fieles al gimnasio, la bicicleta que no va a ninguna parte o simplemente los aficionados a correr sin ton ni son; los que llaman regularmente a los medios de comunicación para dejar testimonio de su parecer. Incluso en el ejercicio de la actividad turística lo fundamental no es viajar, sino dar cuenta, verbal o gráfica, de que el sujeto ha emprendido el viaje. El teléfono móvil ha suplido con gran ventaja a la tarjeta postal de antaño.

La pulsión exhibicionista se ha metido tan adentro en nuestros hábitos que, al despedirnos, ya no decimos "adiós" (contracción de "queda con Dios") sino "hasta la vista" o "nos vemos".

Se dirá que exagero, que el afecto, la simpatía o el amor son sentimientos universales, de todos los tiempos. Es cierto, pero en nuestro mundo lo que define la relación afectiva no es tanto el deseo de amar como el que los demás nos quieran y sobre todo lo manifiesten. Ese es el motivo (ahora dicen "motivación") del impulso general a utilizar el móvil a todas horas para emitir y recibir todo tipo de mensajes. No hay cachivache más exitoso en el mundo actual que el teléfono móvil y equivalentes. Se ha convertido en un artículo de primera necesidad.

Otra manifestación de ese impulso de llamar la atención es la forma generalizada de hacer y recibir regalos. Se trata de un detalle que nos infantiliza.

En los periódicos, sobre todo en los llamados digitales, las noticias y comentarios se unen indefectiblemente a una imagen, la del autor o la del protagonista de la noticia o del suceso comentado. Nos resulta raro examinar un periódico de hace más de un siglo, en el que solo había cuerpo de letra, no imágenes. Es otra forma de la infantilización de la vida, en este caso del medio escrito. Se recordará que los libros de texto para los escolares no se conciben sin las correspondientes imágenes. Los niños ya no escriben; dibujan y sobre todo colorean.

Obsérvese que en los letreros que inundan las calles, los edificios y los locales se muestran cada vez más avisos, textos con recomendaciones y prohibiciones. La costumbre es que, junto al texto o muchas veces en su lugar, aparezca un icono, un dibujo. Resulta curioso que, después de varios miles de años de la invención del alfabeto, ahora recuperemos la escritura jeroglífica. Parece que hay que cumplir con ese aforismo de "vale más una imagen que mil palabras". Claro que está por demostrar que los enunciados estúpidos, al repetirlos, se hacen verdaderos.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario