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Javier Somalo

Vox, Ciudadanos y la prevaricación ideológica

Vox tiene menos votos y debe reprimir algunos instintos. Cs tiene que admitirlo como parte necesaria y dejar de levantar la afrancesada barbilla.

David Alonso Rincón

Tras la madrugada de los balcones del 26 de mayo dije aquí que, de momento, sólo cabía respirar con algo de alivio por el hecho de que la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid escaparan al control directo de la izquierda y, por lo tanto, fueran accesibles para el centro derecha. Al día siguiente llegó lo previsible.

"¡Con Rivera no!", le gritaron las huestes socialistas al raquítico presidente en la noche de las elecciones generales. Nadie se quejaba de la compañía de Bildu (ETA) o la de los golpistas. Esas, por lo visto, no molestan y explican la transfusión de votos de Podemos. "¡Con Rivera no!". Y el partido de Rivera, que ya había negado cualquier auxilio al PSOE de Sánchez, lo terminó copiando: Con Vox no. Y Vox se indigna con razón pero se crece sin ella: pues que vuelva Carmena y llegue Gabilondo. Y, a fin de cuentas, que los votantes que respiraron aquella madrugada del 29 de mayo se fastidien y corran con los gastos del gatillazo ajeno.

En términos clásicos de huevos y gallinas siempre se acaba en bloqueo pero es cierto que si Ciudadanos cortara el cordón sanitario contra Vox inauguraría una salida, que es lo que necesita España empezando por Madrid. Pero a lo más que ha alcanzado José Manuel Villegas es a decir que no le importa que le fotografíen en una mesa con Santiago Abascal haciéndole llegar el último folio de los pactos alcanzados con el PP para que lo firme sin rechistar. No es posible ser necesario y prescindible a la vez.

El caso es que los centrófilos o centrópatas de Ciudadanos le están regalando el mismísimo punto medio de la cancha al PP, porque es el PP el que ha sabido situarse, al menos en Madrid, donde mejor puede estar: sin cordones sanitarios y con la mirada puesta en un interés general. Siempre vendrá alguien a estropearlo, eso seguro, pero hasta ahora el partido de Pablo Casado está desempeñando el papel que hizo posible el cambio en Andalucía: no despreciar a nadie pero, sobre todo, no despreciar la oportunidad histórica. Las ebulliciones del neófito suelen calmarse cuando entra en la gestión directa de los problemas y así está sucediendo, hay que insistir, en Andalucía.

Lo urgente ahora es la contención del que debería ser visto como enemigo común y darse cuenta de que negociar no implica asumir contenidos ajenos. Vamos, que no hay riesgo de contagio si eso es lo que preocupa a Ciudadanos. Por supuesto que hay negociaciones indignas que renuncian a la victoria del bien como la que ahora certifica la rendición de Zapatero ante ETA y que en esta casa se denunció desde el principio. No es el caso, por más que en Ciudadanos quieran pintar a Vox fuera de la ley. Y sigo sin entender por qué Rivera sonríe a Pablo Iglesias y esquiva a Santiago Abascal. ¿Complejos? ¿Admiración? Mal endémico español.

Pero la carga de los males que asoman de nuevo por Madrid recae también, y mucho, en las espaldas de Vox. ¿Es malo un Gobierno de Almeida en el Ayuntamiento de Madrid y de Ayuso en la Comunidad? Cuando los tres candidatos municipales en liza debatieron en el programa de Federico se auguraba un entendimiento sencillo en el caso de que los votos lo permitieran. Entonces lo de Vox, ¿es, como dicen hasta sus carpetas, "Por España" o es por Vox? Hacerse notar diciendo ahora ‘pues que vuelva Carmena y se estrene Gabilondo’ es un harakiri estéril porque el daño no lo sufrirá Vox –aunque les castigaran devolviéndoles al megáfono y al banquito de Sevilla con el que amenazan– sino los de siempre, los ciudadanos que miran su futuro y no el de un partido político.

Con 24 diputados nacionales sentados en el Congreso llega el momento de la seriedad. Ya no hacen falta lábiles bengalas, ni vídeos virales. Ahora Vox representa a españoles y eso es mucho más serio que contentar a los fans durante una noche. Ahora es cuando Vox necesita prensa, radio y televisión y no plazas de toros o estadios con reserva del derecho de admisión. Cuando ya se juega en serio hay que visitar el campo contrario y ganar o dejarse la piel por hacerlo.

Son muchos los españoles que han votado con la nariz tapada o por sorteo con tal de echar a Sánchez esperando sensatez en el difuso centro derecha para que ahora Ciudadanos y Vox –y un sector del PP– quieran mantener sus esencias intactas aunque terminen apestando. Pues no es el momento.

En esta casa hemos dado y quitado la razón a los tres partidos del espejismo de Colón porque los tres la tienen y los tres la pierden con asombrosa facilidad en estos tiempos del regate corto, del tuit indocumentado y del tracking absurdo. Para saber lo que quieren muchos españoles no hay que tabular puntitos de colores ni estudiar trasvases efímeros que mañana pueden cambiar de sentido. Aquí hay un problema nacional histórico con un golpe de Estado inconcluso en espera de una sentencia que no supondrá obstáculo alguno para según qué gobierno. Empezar a remontar una democracia segura en comunidades y ayuntamientos es crucial y algunos parece que quieren grabar el desastre sólo para subirlo a Twitter. En Madrid, Ciudadanos y Vox tendrán la culpa.

Vox tiene menos votos y debe reprimir algunos instintos. Ciudadanos tiene que admitirlo como parte necesaria y dejar de levantar la afrancesada barbilla. No se parecen y ya se han distinguido bastante pero ahora hay que evitar un mal inmediato y quizá irreversible.

Todo lo que no se aproxime a esto, además de una irresponsabilidad manifiesta, acuñará una nueva especie de delito político consistente en adoptar una decisión injusta y dañina a sabiendas: la prevaricación ideológica.

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