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Antonio Robles

Caca, pedo, pis… y el juez Marchena

España aprende cada día con el espectáculo. Aunque a veces no lo parezca.

Imagen TV

El juicio a los procesados lazis se está convirtiendo en la mejor estampa de la Cataluña real del s. XXI. La sesión del martes, con testigos del entorno educativo intentando colar a la audiencia lamentos y lloriqueos de un pueblo perseguido por un Estado cruel, acabó con la paciencia del presidente Manuel Marchena. ¡Qué osadía confundir a los jueces del Tribunal Supremo con un grupo de escolares, sumisos a sus homilías diarias!

Como era de prever, el dirigente sindical lazi, la profesora de filosofía lazi, el maestro lazi y el abogado lazi se rompieron la crisma contra la realidad de un juez que no está para niñerías consentidas. ¡Imagínense cómo serán sus clases con unos escolares a merced de sus cuentos! Ahí tienen la naturaleza profunda del adoctrinamiento escolar y sus consecuencias en la percepción de la realidad. Por si aun así no toman conciencia, reparen en que de los 364 representantes sindicales en la enseñanza sólo 32 son constitucionalistas, los restantes 332 son partidarios del derecho a decidir o directamente independentistas.

Si la España de pandereta y sombrero cordobés no existe desde hace lustros, la Cataluña laboriosa, europea, moderna y tolerante es una leyenda que se cae a trozos en cada sesión del juicio, donde una piara de catetos saca de quicio al juez Marchena. El martes casi le hacen perder los nervios. Son tantos tontos arremolinados en torno a su obsesión amarilla, que suponerles equivocados es un error de bulto. No están equivocados, no tienen conciencia de haber obrado mal, se creen a pies juntillas que son la reserva democrática de Occidente, y se sienten injustamente tratados por un Estado opresor. Hasta ahí ha llegado la sugestión colectiva reforzada a diario por TV3.

De esa caverna no se sale con razones ni lecciones. Cuando un colectivo suficientemente numeroso está poseído por el espíritu de la tribu, dialogar es inútil y persuadir, una quimera. Por eso el juez Marchena les recordó la razón del Derecho y les aplicó sin contemplaciones el derecho del poder.

Ver a la profesora de filosofía en el fondo de la caverna alucinada por la luz cegadora de su integrismo da miedo. Da miedo que alguien así dé clases. Da miedo que, en nombre del amor a la sabiduría, imparta doctrina. Da miedo que no dude ni muestre vergüenza alguna ante la obscenidad manifiesta. ¿Qué otra cosa si no puede impartir a la luz de la fe nacionalista mostrada ante el tribunal? Da miedo que lo haga a cientos de adolescentes con entornos condicionados por una niebla amarilla que lo envuelve todo, y lo ciega todo. Da miedo que hayamos reducido las razones, los hechos, la duda como prevención… a clubs integristas donde la única pasión es imponer la tribu a la ciudadanía política y sacrificar la neutralidad al activismo de parte.

Sus comportamientos son tan infantiles que se conforman con montar el numerito, lograr su minuto de gloria ante la peña y envolverse en una épica que en realidad no es más que una performance de ociosas clases medias enganchadas al negocio nacional.

Hasta que chocan con la realidad: "Usted no viene aquí para explicar al tribunal su grado de alucinación, su estado febril... Viene aquí exclusivamente a explicar qué es lo que pasó". La arrogancia humillada de la profesora de filosofía acostumbrada a pontificar en sus clases fue un bofetón a toda esa Cataluña presuntuosa, fatua, engreída, endiosada, pedante, que sigue flotando en su delirio con absoluto desprecio a la realidad y a los derechos de la otra Cataluña.

España aprende cada día con el espectáculo. Aunque a veces no lo parezca.

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