Fraga en la memoria histórica
Lo que molesta de Fraga son sus años de presidente de la Xunta. Hay que entenderlo: sus mayorías absolutas fueron pruebas terribles para la oposición.
A Manuel Fraga quieren retirarle el título de Hijo Adoptivo de la ciudad de La Coruña, y lo mismo en la de Ferrol. La noticia ha aparecido en varios periódicos bajo el epígrafe de las elecciones municipales, lo que da cuenta de la gran actualidad del asunto frente a lo que cabría pensar. Los dos Ayuntamientos, ambos de las Mareas, han esperado al último minuto para iniciar el expediente, que aún tiene por delante una tramitación. Los motivos tienen que ver con el hecho de que Fraga fuera "servidor del franquismo y ministro de una dictadura criminal", pero no con la actividad política que tuvo el mismo Fraga en democracia. Esto lo han explicado los impulsores de la moción, aunque sigue teniendo algo de inexplicable. Donde había un Fraga, resulta que ahora tenemos dos.
Como todo en el antifranquismo retrospectivo, que es el que hace que lucha contra la dictadura décadas después de su desaparición, esta moción tiene su aspecto anacrónico y su punto ridículo. A fin de cuentas, Fraga murió en la cama como Hijo Adoptivo de La Coruña y de Ferrol. Han tenido que pasar años desde su muerte para que la iniciativa antifraguista prospere, aunque hubo un conato en 2009, que se desechó por considerarse que no se ajustaba a la ley. Los impulsores, sin embargo, no creen en el anacronismo. Para ellos, retirarle la distinción de Hijo Adoptivo a Fraga permite corregir una "anomalía" que afecta a España y la distingue de otras democracias europeas. De ahí su pregunta: "¿Algún ministro de los Gobiernos de Hitler o Mussolini conserva hoy la distinción de Hijo Adoptivo en algún ayuntamiento de Alemania o Italia?"
La pregunta es buena, porque muestra hasta qué punto la concesión del título de Hijo Adoptivo define la calidad de una democracia, a los ojos de los impulsores. En cambio, ser presidente de la Xunta de Galicia, que es lo que fue Fraga durante una quincena de años, ha de ser un detalle sin importancia. Pero, claro, eso era el Fraga bueno, el de la democracia. La pregunta que tenían que hacer los impulsores es cuántos ministros o altos cargos de un régimen dictatorial contribuyeron a hacer el tránsito de una dictadura a una democracia. En España, sucedió. Al punto de que el primer presidente de la democracia, el llorado Adolfo Suárez, venía de la dictadura. Como él, muchos más. Fraga, entre ellos. A ver si para esos impulsores, la anomalía de España, la que hay que corregir de una vez por todas, es la Transición.
El ex alcalde socialista de La Coruña, Francisco Vázquez, así lo entiende. Dice que el apoyo del PSOE a la moción significa que ha "roto con lo que ha representado durante toda la Transición", y ha cargado contra la Ley de Memoria Histórica, aprobada por su partido con Zapatero, por romper con la reconciliación nacional y dividir a la sociedad española. Todo esto es cierto, aunque también lo era cuando los socialistas, sin grandes disidencias internas, decidieron que era hora de hacer la oposición a la dictadura que prácticamente no habían hecho en vida del dictador. No obstante, esta póstuma revancha contra Fraga tiene menos que ver con la memoria histórica que con la historia más reciente.
Aún hoy, lo que molesta de Fraga son sus largos, interminables años de presidente de la Xunta de Galicia. Hay que entenderlo: sus mayorías absolutas fueron pruebas terribles para la oposición. Parecía que nada podían hacer contra él. Que hiciera lo que hiciera, ganaba. Los intelectuales orgánicos de la izquierda no lograban entenderlo. Pensaban que los gallegos no tenían remedio. Que eran refractarios a las luces del progresismo. Que se dejaban comprar. Que se hacían trampas en las elecciones. Que era resultado del clientelismo, que claro que lo hay, pero ¿dónde no? Lo de la dictadura es un pretexto. Lo que no se le perdona a Fraga es que ganara las elecciones con tanta facilidad, tanto tiempo.
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