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Amando de Miguel

La miserable pugna por el poder

Lo único que se advierte en el Gobierno en funciones es que continúa con su obsesión de expandir todo lo posible el gasto público. Es la clásica receta del que asó la manteca.

Contrasta la prontitud con la que los españoles votan para elegir un Parlamento y también la celeridad con que se realiza el escrutinio. Todo en el mismo día. En cambio, después de vistos los resultados electorales, el partido con más votos se toma un mes de conciliábulos, consultas, conversaciones, comidas, cenáculos, cabildeos. (Todo empieza con ce). El pretexto es que hay que esperar a otras elecciones; locales, regionales, europeas. Bien es verdad que la fecha de esos segundos comicios la dispuso el mismo Gobierno. Ahí se ve el verdadero interés que acucia a los políticos que van a seguir gobernando. El poder no es para ellos un medio para mejorar el aparato público y las condiciones de vida del pueblo, sino más bien un fin en sí mismo. Da la impresión de que el poder consiste llanamente en repartir favores, prebendas, sinecuras a los amigos y aliados. Por eso hay que tomarse todo el tiempo posible, y de la forma más regalada, para acceder a esa privilegiada estancia.

La cuestión está en que, cuando se insume tanto tiempo en los menesteres de la intendencia, se hace escaso el dedicado a plantear los sustantivos problemas de la sufrida plebe. Véase, por ejemplo, qué poco nos ha dicho el doctor Sánchez sobre las tribulaciones económicas del vecindario. Por cierto, ¿no es acaso el doctor Sánchez profesor de economía? Ya es extraño que no le oigamos casi nunca perorar sobre asuntos resueltamente económicos. Vaya usted a saber qué explicaría en su momento a los estudiantes.

Lo único que se advierte en el Gobierno en funciones es que continúa con su obsesión de expandir todo lo posible el gasto público. Es la clásica receta del que asó la manteca. Tanto es así que el Gobierno no tendrá más remedio que subir los impuestos; más, incluso, de lo que se dice. El resultado es que los paganos seguirán siendo los mismos, los sufridos estratos medios de la población.

La gran ausencia en las cogitaciones del Gobierno in fieri (el que se está cociendo) es el planteamiento de qué hay que hacer para aumentar la productividad de la economía. No recuerdo ninguna medida que hayan propuesto los gobernantes en funciones para resolver este capital problema. Al contrario, se sospecha que van a tomar muchas medidas que harán descender la productividad. Por ejemplo, las admisiones incontroladas de muchos inmigrantes extranjeros. O también la subida por decreto del salario mínimo, y por tanto medio, la reducción de la jornada laboral y la tolerancia con el absentismo en el trabajo y los estudios, la ampliación del permiso de paternidad, la enemiga contra los trabajadores autónomos. No digamos si al final el Gobierno establece "pactos programáticos" con las Unidas Podemos. Nos acercaríamos entonces al extinto régimen chavista de Venezuela ("¡Exprópiese!").

De nada vale que algunas de esas medidas retrógradas se consideren oficialmente como progresistas y formen parte de la propaganda de los viernes sociales, como si fueran una práctica piadosa.

Las infinitas conversaciones para formar Gobierno ofrecen la elegancia política de que el doctor Sánchez haya invitado a platicar con su excelencia a todas las fuerzas del Parlamento; todas menos la Vox. Es lo que se llama ahora "cordón sanitario", el que se establece contra las epidemias. No veo que ningún partido haya protestado ante tamaña desvergüenza. No lo han hecho porque se hallan atascados en el reparto del poder. El resultado paradójico es que, al seguir estigmatizando a la Vox (ya fue excluida de los debates de la televisión), le conceden implícitamente la única plaza de la derecha. Es la que nadie quiere ocupar; el PP porque se considera de centro y los Ciudadanos, antes socialdemócratas, porque ahora prefieren pasar por liberales. Ambas fuerzas se hallan perseguidas por el fantasma de la UCD, que resultó más bien RIP.

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