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José García Domínguez

Olvidad las encuestas

¿Quién se puede tomar todavía en serio las encuestas?

Libertad Digital

¿Quién se puede tomar todavía en serio las encuestas? Según las encuestas, Podemos, ese pequeño partidito testimonial e intrascendente que ahora apenas aspira a conservar, y gracias, una presencia residual en el Parlamento, iba a superar en votos y en escaños al PSOE, convirtiéndose en la nueva gran fuerza electoral de referencia de la izquierda española. Según las encuestas, el iluminado de Junqueras iba a barrer, y con toda seguridad, al iluminado de Puigdemont en las últimas elecciones regionales. Según las encuestas, Vox no pintaría nada de nada en Andalucía. Et caetera. Y aún así, todavía sigue habiendo creyentes en esa falsa religión. Ya lo dijo él clásico: hay gente pa to. De un tiempo a esta parte, las encuestas fallan por norma más, mucho más, muchísimo más que el suministro eléctrico en Venezuela. Y ello es así por culpa de una verdad tan incuestionable e incómoda como políticamente incorrecta, a saber: porque la aparente democratización del acceso a la producción de información, el gran mito de nuestro tiempo presente, se ha revelado una quimera definitivamente incompatible con la calidad. Hacer una encuesta buena no es que sea caro, es que es carísimo.

Es tan caro que, amén de los organismos estatales que disparan con pólvora del rey, casi ninguna empresa periodística privada se puede permitir hoy el lujo en España de financiar su coste prohibitivo. Y, sin embargo, es ya rara la semana del año en la que no se publican media docena de ellas. Una inflación de basura demoscópica, la que nos ha llevado a que cualquier gacetilla provincial de medio pelo presuma, día sí y día también, de su muy particular y exclusiva pesquisa estadística con el dictamen anticipado de las urnas, cuya absurda pervivencia únicamente se puede entender gracias a la credulidad general en el mito de la información barata. Aquí y ahora, solo Tezanos maneja información predictiva precisa y de calidad porque solo Tezanos tiene dinero para hacer lo que hay que hacer si se quiere información predictiva precisa y de calidad. Tezanos al margen, ningún otro augur envía a cientos de encuestadores a varios miles de domicilios para tratar de averiguar qué votarán sus moradores. Lo que después haga o deje de hacer con ella, resulta ocioso decirlo, no es materia de esta columna. Las otras, las encuestas de todo a cien, que son el otro 99,99% de las que se publican en los periódicos, se confeccionan o bien por teléfono, o bien por internet. Hay que ahorrar, ya se sabe.

Así las cosas del muestreo de baratillo, otorgar credibilidad a una encuesta elaborada en base a un universo telemático implica, entre otras ingeniosas fantasías sociológicas, dar por cierto que la inmensa mayoría, si no la totalidad, de los pensionistas y ancianos que forman el grueso del censo poblacional de la ahora célebre España rural y vacía, esa que será tan decisiva el próximo 28, resultan ser usuarios cotidianos de ordenadores, tablets y otros sofisticados dispositivos informáticos conectados a redes inalámbricas. Pero es que confiar en el rigor científico de las otras, las que apelan a los teléfonos fijos (porque las encuestas telefónicas en España aún se siguen realizando con los teléfonos fijos) para seleccionar a sus muestras, es lo mismo que dar crédito a la presunción de que los habitantes de las grandes ciudades siempre renunciamos amablemente a diez o quince minutos de nuestro precioso tiempo, siempre, cada vez que la voz de un comercial de Vodafone nos promete al otro lado del auricular regalarnos un televisor de pantalla plana si atendemos a su oferta para cambiar de compañía. Escopetas de feria. Olvidadlas.

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