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Gabriel Moris

Ni verdad, ni memoria, ni dignidad y, por supuesto, sin justicia

Ni gobiernos, ni los partidos, ni la Justicia, han mostrado hasta hoy otra intención distinta a la de dejar estos horrendos crímenes en la oscuridad.

Hoy, por las fechas que corren, es obligado pensar en el terrorismo y su impacto en las víctimas y en la sociedad. Con frecuencia, utilizamos un lema que hoy nos sirve de título y nos anima -a las víctimas del terrorismo- a luchar por hacer realidad los conceptos que contiene.

No todas las cosas son blancas o negras, ni los objetivos que nos fijamos en nuestra vida se cumplen al cien por cien, pero nos sirven como referencias para buscar la mayor aproximación a la meta.

Transcurridos quince años del mayor atentado terrorista de nuestra reciente historia, el de los Trenes de Cercanías de Madrid, creo que puede constituir un buen ejercicio el analizar el grado de cumplimiento de cada uno de los conceptos del aludido lema.

En el caso del 11-M, la verdad -tan ansiada- es la coincidencia entre lo que realmente nos hicieron y lo que la sentencia del juicio nos dijo que había ocurrido.

Sin pretensión de ser exhaustivos, hemos de recordar en primer lugar, que la sentencia, partiendo de una instrucción tan pobre e incompleta, no podía mejorar el trabajo previo a cualquier juicio. El propio Tribunal de la Casa de Campo tuvo que encargar una Pericial de Explosivos para la que se dispusieron de dos o tres muestras por cada vagón explosionado. Y para colmo, de las 23 muestras recibidas, 22 habían sido manipuladas previamente en el Laboratorio de la Unidad Central de Tedax. Para más información ver el libro Titadyn.

Otro gran fallo, de la Instrucción y del Juicio, fue el omitir la desaparición y desguace -no autorizados- de los vagones afectados; hecho insólito incluso en un accidente ferroviario. Estos dos ejemplos creo que descalifican las actuaciones judiciales y policiales del 11-M. Ver el libro Los Trenes del 11-M.

A estos dos hechos flagrantes añadimos las conocidas pruebas falsas de la furgoneta Renault Kangoo, la mochila de Vallecas sin conexión eléctrica y con metralla (ausente en las víctimas), o los "terroristas suicidas" inexistentes. Parece lógico concluir que con estas evidencias no sabemos la verdad de los hechos.

La memoria es la capacidad para recordar y procesar mentalmente lo ocurrido. Pienso que las víctimas y una parte sensible del pueblo español no podemos olvidar lo inolvidable. Una prueba evidente de ello es que, pasados quince años, mensualmente, seguimos rindiendo homenaje a las víctimas, al menos en cinco ciudades de España y pedimos Verdad y Justicia para ellas y todo el noble pueblo español que desde aquel día vive en lo que los psicólogos denominan indefensión aprendida.

Las Instituciones de nuestro Estado de derecho practican en cambio la total desmemoria y el olvido impuesto sobre el mayor atentado terrorista de Europa, ésta en cambio, nos dio una lección declarando el día 11 de marzo "Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo". Los hechos hablan por sí solos.

La dignidad es consustancial a la naturaleza humana pero algunas personas lo desconocemos y, en ocasiones, lo olvidamos o nos la dejamos arrebatar indignamente. Hay realidades que prueban las afirmaciones anteriores. El hecho de que todas las instituciones del Estado olviden sistemáticamente a las víctimas del terrorismo, mientras elaboran leyes sobre la memoria histórica, deja en evidencia la indignidad de unas víctimas frente a la dignidad selectiva de otras.

Respecto a la justicia, tenemos mucho que decir en general, pero si nos circunscribimos al caso del 11-M, sólo citaremos algunos hechos, que con frecuencia, olvidamos. Suponemos que el Juicio de la Casa de Campo tenía que hacer justicia sobre los autores y los encubridores de la verdad pero los frutos de este juicio, aparte de paupérrimos, también parecen engañosos.

Conviene recordar el número de vidas rotas y truncadas, además de los daños materiales causados: 192 asesinados, 1.856 heridos reconocidos y los daños humanos colaterales, entre muertos y con vidas destrozadas para siempre. Además de mi hijo, mi hermano sufrió un derrame cerebral tres días después; no creo que ello fuera ajeno a los atentados pues gozaba de buena salud. Desgraciadamente la casuística es numerosa y dolorosa.

El juicio, iniciado con la penosa instrucción, comenzó con 115 acusados y terminó con unos pocos, de los que la sentencia sólo dejó un autor material y dos colaboradores necesarios. ¡Ah! Y sin autores intelectuales.

Quince años después, el gran atentado terrorista de nuestro s. XXI, nos quieren convencer de que es un caso cerrado. La deuda de nuestro Estado de derecho para con las víctimas y con el pueblo español, no puede ser más evidente. Ni gobiernos -del signo que sean-, ni los grupos que nos representan en el parlamento, ni la Audiencia Nacional, han mostrado hasta hoy otra intención distinta a la de dejar estos horrendos crímenes en la oscuridad y en la impunidad. Que Dios se lo demande...

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