Trump dinamita el modelo de seguridad mundial
Si Trump continúa cuatro años más en la casa Blanca, o nos ponemos las pilas, o seremos irrelevantes.
El pasado jueves el presidente Trump lanzó un inusual discurso partidista en el Pentágono para presentar la Revisión de la Defensa de Misiles, cuya última adaptación databa de 2010. Uno podría pensar que, cuando apenas queda un año para volver al proceso de primarias para elegir nuevo inquilino de la Casa Blanca en 2020, el presidente ya poco puede hacer; se equivocan. La parálisis de la administración no es un obstáculo para que Trump pueda desarrollar la única política para la que se basta solo: la política exterior y de defensa. Y para los que creen que en tres años las cosas podrán haber cambiado, dados los bajos índices de aceptación que tiene el habitante de la Casa Blanca, no tienen más que ver los que a estas alturas tenían Clinton y Obama, que fueron reelegidos. No subestimen la capacidad del presidente para ser investido de nuevo, visto el desierto demócrata.
En este discurso realizó varios anuncios que debemos leer entre líneas y ponerlos en relación con las actitudes de los últimos meses en el campo de la seguridad internacional.
Estados Unidos aspira a un sistema de defensa cerrado que pueda interceptar cualquier misil nuclear que ataque a su territorio, incluyendo el hipersónico nuevo misil ruso Avangard y el chino DH-17, que alcanzan velocidades de 10.000 kilómetros por hora, invulnerables con los actuales sistemas de defensa. Se pretende blindar el país para no tener que salir lejos de las fronteras a pelear guerras asimétricas que minan la moral del ejército americano y la de la población, ante el número creciente de víctimas a las que no encuentran sentido. Es una nueva versión de la guerra de las galaxias, aunque desconocemos si las tecnologías que la harán posible son reales o viven en la imaginación de científicos despeinados. Pero la nueva directiva es clara: invertir en proteger a los Estados Unidos de posibles ataques nucleares, incluyendo la colocación de interceptores en el espacio para destruir misiles en sus fases iniciales cuando sus motores todavía arden; construir nuevos silos nucleares y continuar modernizando el arsenal balístico. Como parte de esta estrategia que se pretende poner en práctica, los esfuerzos de Trump se dirigirán a reducir la capacidad nuclear de las potencias emergentes como Corea del Norte y de Irán, mediante los embargos y las amenazas; y negociar un equilibrio estratégico con China y Rusia. Es decir, la guerra fría a tres bandas.
Para la nueva política de defensa, ya no importa tener una superioridad militar sobre China, si no llegar a un equilibrado y beneficioso reparto de roles. La negociación comercial con China, la encarnizada oposición al acuerdo con Irán y el acercamiento al tiránico régimen de Corea del Norte son los pilares de esta estrategia en la que Rusia y China se pueden encontrar muy satisfechos y hallar puntos de encuentro.
Contra las amenazas convencionales se proponen soluciones más simples: drones lanzados y dirigidos desde Estados Unidos, operaciones especiales quirúrgicas, cerrar los aeropuertos mediante el control de visitantes, y el muro con México. De esta manera pretende proteger el territorio nacional. Pero la pregunta obvia es ¿Qué pasará con el resto del mundo?
La concepción que tiene de los aliados europeos Trump, no puede ser más negativa. No cree que Europa sea un aliado fiable. Amenaza con devastar a su más importante teórico aliado en Oriente Medio, Turquía, si ataca a los kurdos, a los que ha dejado a los pies de los caballos turcos, para mandar los soldados a casa. Trump cree que conseguirá más con las amenazas comerciales y económicas que con las armas, y por eso, el proceso de repatriación de soldados americanos crecerá de forma exponencial. La retirada de Afganistán devolverá al poder a los talibanes, pero todo eso le importa poco a un presidente que ve California como el extranjero.
Trump ha visto que su país lleva quince años haciendo la misma política que no ha conducido a ninguna victoria concreta, así que, como buen empresario, ha llegado a la conclusión de que seguir haciendo lo mismo no puede conducir a resultados diferentes.
El presidente quiere articular una política exterior y de seguridad basada en la bilateralidad. En una primera fase lo hará respetando la multilateralidad, pero el camino está muy marcado. El Brexit será su primera gran y ansiada oportunidad de meter una cuña en la cada vez mas dividida y euroescéptica Europa. Entre los dos países acumulan más del 80% de la tecnología mundial en la defensa. Polonia y otros países del Este que recelan de las políticas de Junker y de los gigantes europeos, se están echando en manos de Trump, con quién comparten muchas visiones, entre ellas el ostracismo de lo políticamente correcto. Lo mismo hará con Arabia e Israel en Oriente Medio y con sus aliados en Asia y en la ruta de la seda, y en África. Y todo esto sin complejos.
Una vez establecidos estos fuertes vínculos que conllevarán acuerdos de defensa mutuos, bases militares, despliegues etc. se producirá lo inevitable, la liquidación de la Alianza Atlántica.
A pesar de los llamamientos a incrementar el gasto en Europa, la respuesta ha sido muy tibia, sólo ver el presupuesto de defensa español de 2019, para percatarse de la concepción ridícula de la estrategia de seguridad europea. Los continuos enfrentamientos con Europa, están minando la ya escasa confianza norteamericana en este continente como socio estratégico; y Trump en un segundo mandato no va a sostener una organización que acumula burocracia y gastos que sólo recaen en una parte de la supuesta balanza para luchar contra sus supuestos nuevos amigos.
El fin de la OTAN privará a la Europa que no se sume a la bilateralidad de su principal mecanismo de defensa, deviniendo en un actor de reparto, a pesar de su peso económico político y cultural; Europa será irrelevante en el concierto mundial de las próximas décadas. Los europeos en su soberbia nos creemos de una raza superior que hará que prevalezca nuestra visión humanista y racional de la vida solamente poniendo una cara amable; nos equivocamos de plano.
Una Europa resquebrajada en su relación con los países del Este, sin el Reino Unido, no sólo quedará debilitada frente a Rusia y China, sino incluso frente a Estados Unidos, que en un momento dado podría optar por favorecer a socios con los que comparte visión estratégica y no con estos engreídos europeos en su jerga particular.
Pero, aunque la Defensa quedará relegada al corazón de Europa, la cooperación no será posible. En materia de Defensa y a pesar del Brexit, el Canal de la Mancha es más estrecho que el Rin. Si Francia quiere mantener su posición de liderazgo tecnológico en el continente necesita continuar colaborando con el Reino Unido; con Alemania las relaciones son escasas, e incluso Italia tiene vínculos más fuertes con Reino Unido que con Francia o Alemania. Y la puntilla vendrá cuando Francia, cansada de taponar a la derecha populista para evitar supuestos males mayores, se eche en sus manos para nombrar presidente a Marie Le Pen; y ahí ya se acabará todo lo que quede de Europa.
Crear una Europa de la Defensa sin Estados Unidos ni Inglaterra, es retroceder dos décadas en capacidades y quizás siglos en influencia, y en ese entorno quien más tiene que perder es España. Aquí se ha instalado un buenismo que niega que Reino Unido tiene Gibraltar por ser una base militar; que Rusia construye cada mes un misil balístico hipersónico que apunta a nuestras ciudades, que digo yo que no lo hará por capricho; que Irán, Corea del Norte, Pakistán han desarrollado capacidades nucleares para imponer el miedo a la guerra total y chantajear a la humanidad, y que recibimos tres ciberataques mayores organizados por potencias extranjeras cada día. Podemos pensar que nuestros problemas reales son peregrinos, o pequeños, o cercanos; pero no nos equivoquemos hay muchos países que todavía ambicionan destruir a otros, o su modo de vida, sin que obedezcan a ninguna racionalidad. No podemos negar la evidencia de que existen gobiernos irracionales capaces de organizar los mayores desaguisados, y el despotismo democrático sigue creciendo en el mundo libre.
Si Trump continúa cuatro años más en la casa Blanca, o nos ponemos las pilas, o seremos irrelevantes, y eso significa no sólo menos seguridad, sino menos bienestar, menos progreso y menos influencia cultural y política en el mundo, que se dejará imponer por populismos, o radicalismos lejanos de los valores que inspiran lo que todavía hoy llamamos civilización occidental. Estados Unidos ya se ha dado cuenta de que con nosotros a la chepa, esos valores se debilitan y estás más amenazados y ya está moviendo ficha. A ver qué hacemos ahora los demás.
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