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José García Domínguez

Errejón no es comunista

Más allá del corte de pelo, hay una diferencia fundamental, y siempre la ha habido, entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, a saber, Iglesias es comunista y Errejón no.

EFE

Más allá del corte de pelo, hay una diferencia fundamental, y siempre la ha habido, entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, a saber, Iglesias es comunista y Errejón no. El enfrentamiento, ahora abierto y expreso pero siempre latente, entre el uno y el otro tuvo su origen en ese desencuentro ideológico de partida de los dos fundadores de Podemos. Una disparidad doctrinal entre ambos que ha tardado tanto en cristalizar por culpa del recurso de Podemos a la utilización de un concepto como seña de identidad, el de populismo, dotado de un significado novedoso que no se ha acabado de entender fuera del círculo de los iniciados. La gran confusión que aún hoy existe a propósito de la genuina naturaleza política de Podemos tiene que ver con la errónea interpretación de lo que significa la voz populismo en boca de sus dirigentes. Y muy en concreto en boca de Errejón.

Porque descifrar políticamente a Iglesias resulta mucho más sencillo. Al fin y al cabo, Iglesias es un comunista clásico, convencional y previsible. Un comunista que apela, por razones exclusivamente oportunistas y coyunturales, a una estrategia de comunicación populista en el significado convencional del término, o sea a una actitud presidida por el afán deliberado de excitar el resentimiento emocional de las masas contra las élites, élites que cualquier populista al uso identificará en primera instancia con los políticos profesionales. Es lo que hizo Trump, es lo que hicieron los que ahora gobiernan Italia y es lo que hizo hizo Iglesias. Hasta ahí, una simple técnica instrumental de contrastada eficacia práctica. Iglesias utiliza el populismo, pero no es un populista. Y también en eso se conduce como un comunista clásico. Porque los genuinos comunistas siempre tuvieron una concepción elitista y jerárquica de la acción política, algo en las antípodas de los movimientos y partidos populistas, como los populistas agrarios de los que, por cierto, procedía el propio Lenin. Porque el populismo tópico y convencional que practica Iglesias no es mucho más que una vulgar fórmula de agitación.

Nada que ver con el muy intelectualizado populismo post marxista teorizado por Ernesto Laclau y del que se reclama Errejón. Y eso, el sofisticado populismo versión Laclau, ya no se puede identificar, como en el caso de Iglesias, con un simple modus operandi. Bien al contrario, el populismo versión Laclau, el corpus teórico que defiende Errejón, constituye una elaborada herejía del marxismo, tan elaborada y tan herética que para cualquiera familiarizado con el pensamiento de Marx y Engels resulta algo por completamente irreconocible. Irreconocible porque en el marxismo siempre fue dominante la dimensión economicista. A fin de cuentas, Marx era un economista convencido de que las relaciones económicas entre los hombres son el factor determinante y explicativo de la lógica social. Para un comunista, por ejemplo para Pablo Iglesias, la confrontación entre el capital y el trabajo es lo que dota de sentido último a todo. En cambio, para Laclau, o sea para Errejón, lo determinante nada tiene ya que ver con la economía, sino con novísimas confrontaciones de género, de orientación sexual, vinculadas a la ecología o derivadas de identidades grupales alternativas. Nada que ver, en el fondo, con el comunismo. Tenían que chocar.

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