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Carmelo Jordá

España no es el horror que te quieren hacer creer

Nuestra tasa de homicidios es de las menores del mundo, por debajo de la de países que nos parecen civilizadísimos como Reino Unido, Francia o Canadá.

EFE

Pocas noticias puede haber tan tristes como la de muerte –aparentemente se trata de un asesinato– de Laura Luelmo, una mujer joven, bella, en lo mejor de la vida. No puedo ni imaginarme el dolor de los suyos, las vidas rotas y el sufrimiento que va a causar a tantos el final traumático de esta historia que saltó a los medios hace unos días.

Por eso me resulta especialmente indignante lo que está pasando, una vez más, alrededor de este caso: el aprovechamiento absolutamente repugnante que políticos, agitadores y medios de comunicación están haciendo de lo que es un terrible drama particular.

Los hay que acusan a los hombres de ser todos responsables de un crimen del que cuando escribo estas líneas no sabemos prácticamente nada; otros limitan la culpa a los votantes de VOX; algunos hablan de la cuestión como si España fuese uno de esos escenarios postapocalípticos de las películas en los que impera la ley del más fuerte y el crimen es moneda común; y no pocas nos plantean el asunto como un episodio habitual de la realidad de cualquier mujer en España, en lugar de algo excepcional que de hecho es una noticia con tanto impacto precisamente por su excepcionalidad.

Como decía antes, la noticia es terrible y es comprensible que haya quien se sienta muy afectado, e incluso quien entre en una especie de shock que le haga decir tonterías. Pero los que nos dedicamos profesionalmente a opinar y a analizar –e incluso los que no sean profesionales, pero sí activos e influyentes en redes sociales– tenemos la obligación de mantener otra actitud, de conservar otra calma, de decir la verdad más allá de la impresión momentánea y del sobrecogimiento inmediato.

Y la verdad es que España no es un infierno del crimen en el que los asesinatos se suceden, sino lo contrario: nuestra tasa de homicidios es de las menores del mundo, por debajo de la de países que nos parecen civilizadísimos como Reino Unido, Francia o Canadá; más baja que la media del conjunto de Europa, pero también que la del sur de Europa y la de Europa Occidental; y, por supuesto, muy inferior a las tasas históricas de violencia en prácticamente cualquier lugar del mundo.

La verdad es también que, en nuestro país, los hombres son víctimas de casi el doble de asesinatos que las mujeres; y, por último, que España es uno de los mejores lugares del mundo para ser mujer, no sólo por el altísimo nivel de seguridad y la poca violencia, sino por toda una serie de indicadores, como la inclusión, la legislación, el bienestar…

Los datos no sirven de mucho frente a gente en estado de conmoción por una noticia trágica; tampoco frente a los que simplemente se aprovechan de lo que sea –no importa lo bajo que haya que caer– para sembrar el descontento y la división en la sociedad, para crear enfrentamientos allí donde no los hay, para erigirse en buenos y hacernos malos a todos los demás. A todos menos, casualmente, a los malos de verdad, que a esos hay que defenderlos, tiene bemoles la cosa.

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