El diálogo, de Barcelona a Caracas
Pero dialoguen. Y mientras exhuman a un dictador, apuntalen a otro allende los mares y forjen al nuevo en Barcelona.
Resulta repugnante observar cómo acuden al "diálogo" los que quieren enterrar la Transición española –milagro dialogado– desenterrando a Franco e imponiendo la censura. El golpe de Estado perpetrado por el gobierno autonómico de Cataluña en plena democracia va camino de dar al traste con casi todo lo conseguido. Con este diálogo arruinamos el que de veras fue necesario.
Un viernes más, la portavoz del Gobierno ha conseguido empeorar el peor pronóstico. Según Isabel Celaá, el próximo Consejo de Ministros que se celebrará el 21 de diciembre en Barcelona forma parte de la "absoluta normalidad". Por eso, por esa cotidianeidad, se está planteando si intervenir a los Mossos, enviar miles de policías o hacer ambas cosas para escoltar al absolutamente normal presidente del Gobierno que pide por carta a un golpista absolutamente normal si tiene a bien recibirle para dialogar. Porque, según Celaá, en Cataluña hay un "conflicto" que requiere mesa, mantel y mil policías nacionales desplazados por si los de allí fueran desleales al Gobierno de la Nación. Todo normalísimo.
Lo que Celaá llama "conflicto" es la imposición de un comportamiento bajo amenaza sin capucha, señalamiento y persecución. El "conflicto" de Celaá lo sufren hace muchos años los ciudadanos de Cataluña –expresión de Tarradellas tristemente abandonada– pero ella, el Gobierno, dijo este viernes que la única solución posible es "que los catalanes dialoguen entre sí". Supongo que con acreditación previa de ADN y sin injerencias fascistas. Sólo le faltó aconsejar a los no catalanes que no se metan en asuntos ajenos y busquen otras tierras.
Dijo también la portavoz del Gobierno sin urnas que es necesario trabajar en la "materia para un Estatut acordado". ¿Otro? ¿Acordado por quién? Esa "materia" habrá de ser necesariamente más separatista que la que despachó el Tribunal Constitucional y que ya era en la práctica una Constitución catalana con un capítulo propio de derechos, como si no valieran los generales. En definitiva, se está proponiendo trabajar en un texto del todo incompatible con la democracia española. El Estatuto de la República de Cataluña, supongo. Por ese camino nos está llevando un Gobierno que no conoce el voto popular, enquistado ya en las instituciones y sin fecha de elecciones.
En el terreno de los espejismos, esta semana hemos escuchado algunas reacciones de barones socialistas que parecen buscar sitio en la posible sucesión de la Nada y que no son sino arrancada de caballo y parada de burro.
Emiliano García Page (Castilla La Mancha) osa hablar de una posible ilegalización de partidos independentistas para luego decir que antes de llegar al 155 hay que dar más pasos y que "lo que todos deseamos es reconducir el diálogo". Peor aún: "Se tiene que esperar a que haya un quebranto constitucional objetivo demostrado jurídicamente o puede ser un problema de capricho político o de interés electoral". ¿Será algún muerto el quebranto que hemos de esperar? Ni eso. Lo más probable es que fuera un "accidente". Ya lo hemos vivido también.
Si Javier Lambán (Aragón) parece más creíble es porque oye de cerca las intenciones separatistas y el nítido Lebensraum que, por el oeste, aporrea la puerta. "Dudo mucho que pudiera hablar con Torra más de tres minutos seguidos, porque me declaro absolutamente incompatible con este personaje tan estrafalario y fascistoide". A ver lo que tarda en compatibilizar esa verdad con el diálogo y la normalidad. Su jefe lo hizo en poco tiempo.
Siempre sucede lo mismo en el PSOE: José Bono, Juan Carlos Rodríguez Ibarra… En la reserva son todavía más locuaces pero, a la hora de la verdad, Chamberlain siempre creerá que la aviación no tiene capacidad para llegar a la isla. Y lo mantendrá públicamente, en ruinas, mientras la Luftwaffe sobrevuela su discurso.
El diálogo del PSOE consiste en negar la existencia de lo ya concedido y cambiar el nombre de las cosas para seguir cediendo hasta que la independencia de Cataluña sea una realidad negada por el Gobierno dialogante. Este comportamiento no es exclusivo del socialismo; recuérdese que el anterior Gobierno del PP negó que se hubiera celebrado un referéndum y conminó a Puigdemont a negar también que, fruto de aquel referéndum inexistente, hubiera proclamado la república catalana después de firmarla. Afortunadamente, parece que ahora la oposición al golpe se ha frotado los ojos para enfocar.
No es el concepto administrativo de independencia lo que debe impedirse sino el pisoteo de derechos del resto de ciudadanos españoles, de Cataluña y de fuera, que conlleva. Y eso ya ha provocado daños irreversibles. Da igual que no haya independencia formal si un estudiante se siente extranjero en su país, si un comerciante no es libre ni para etiquetar o si un buen médico hace las maletas porque le obligan a no entenderse aunque todos le entiendan. Da igual que no haya independencia formal si el gobierno catalán impone por la fuerza la supremacía de unos sobre otros.
Hay millones de personas que entienden a la primera lo que supone perder la libertad. Por eso, viene al caso hablar de Venezuela mientras miramos a Cataluña. Porque cuando la libertad y los derechos desaparecen no hay diálogo posible. Carlos Trujillo, embajador de Estados Unidos ante la OEA, no ha aguantado más y ha calificado de "fracaso miserable" el papel de José Luis Rodríguez Zapatero en el drama venezolano. También ha lamentado el viaje de Pedro Sánchez a Cuba: "Si eres un país que respeta la democracia y los derechos humanos, tienes que apoyarlos en todo momento y no de forma selectiva". Qué gran verdad.
Carlos Baute aprovechó una intervención en el programa "El Hormiguero" para hablar de Venezuela: 14.000 muertos. Conteniendo la rabia pidió ayuda: "Me dan ganas de decirle de todo al innombrable. Ni siquiera ha abierto el canal para poder ayudar a la gente. Lo que necesita Venezuela es una intervención internacional. Ese es el deseo de todos los venezolanos". Nada de diálogo. Quizá si lo dice un cantante, el público aplauda.
Pero se acostumbra a hablar de "mano dura" sólo para referirse a una eventual reacción. Y contra eso, se esgrime la "proporcionalidad". La perversión del lenguaje político, que ha hecho grandes conquistas contra la libertad, no permite ver que la verdadera mano dura es un golpe de Estado, sea chavista o independentista catalán. Debatimos sobre la dureza de la reacción ante el mal, nunca sobre el mal en sí mismo. La única mano dura que existe es la del supremacismo racista de la Generalidad, la del chavismo asesino en Venezuela. Sólo cabe contundencia ante el delito. Defensa propia. Ley.
El PSOE ya no es un problema sólo en España. También en Europa y hasta en América.
Pero dialoguen. Y mientras exhuman a un dictador, apuntalen a otro allende los mares y forjen al nuevo en Barcelona.
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