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Luis Herrero

El Susanicidio

Susana Díaz y Teresa Rodríguez eran, anoche, la encarnación del K.O.

Susana Díaz tras su comparecencia | EFE

El titular con el que nadie contaba dos horas antes se hizo realidad a las diez y cuarto de la noche, en cuanto se dieran a conocer los primeros datos del escrutinio que había comenzado a las 8: la izquierda, después de 40 años de mangoneo ininterrumpido, abandona el poder en Andalucía tras sufrir una derrota humillante. Mucho más severa de lo que nadie podía imaginar. 17 escaños menos. Una sentencia inapelable que condena a Susana Díaz a la jubilación forzosa y a Teresa Rodríguez a la marginalidad.

Ni la socialista podrá seguir presidiendo la Junta, ni la podemita podrá condicionar la acción del gobierno. Vae victis. No les cabe ni siquiera el honor de una derrota digna. Las dos eran, anoche, la encarnación del K.O. El golpe es más llevadero cuando lo ves venir y te preparas para encajarlo. Sin embargo, a las dos les pilló de sopetón. En el PSOE, a las 8 de la noche, aún hablaban de 39-40 escaños. En podemos, de 20. Aunque les alarmaba la baja participación en sus feudos tradicionales confiaban en que se prorrateara entre el conjunto de las fuerzas políticas y que sus efectos no fueran devastadores. Pero lo fueron. La izquierda, harta de la clase política que les representa, optó por quedarse en su casa y permitir la alternancia.

La derecha sí acudió a votar. Al PP, menos que nunca. A Ciudadanos, más del doble que hace tres años. A Vox –la gran sorpresa– en aluvión. Casi medio millón de andaluces, entre ellos antiguos votantes de la izquierda, apoyaron al partido de Santiago Abascal. Habrá que preguntarse por qué han sido tantos y encontrar la respuestas antes de que las elecciones generales dicten sentencia.

La política es paradójica. El líder más débil del PP, el que ha merecido el respaldo más escuálido y magro de las últimas décadas, se va a convertir en presidente de la Junta de Andalucía. La derrota tiene premio. Si Pablo Casado se ampara en esa circunstancia engañosa y no analiza bien la conducta de los electores –que le han arrebatado de golpe la friolera de siete escaños–, se condenará a sí mismo a seguir desangrándose en beneficio de los dos partidos emergentes que le están vampirizando.

Los resultados electorales andaluces le confieren a Ciudadanos el papel moderador en el ámbito de una derecha que tiende a escorarse en exceso. Lo que aconteció anoche en las urnas sureñas favorece más a Rivera que a Casado de cara al futuro y mediato.

Sánchez ya debe saber a estas horas, si no es tonto, que fiarse de Tezanos es una temeridad que le llevará al camposanto por la vía rápida. El desgaste del PSOE es de tal magnitud que ha dejado en la ruina su principal granero de votos. Si eso es lo que ha ocurrido en el feudo de la lideresa que más ha combatido el devaneo de Sánchez con los independentistas, imaginemos lo que ocurrirá en aquellos otros donde los barones han contemporizado con la almoneda de España.

Sánchez no convocará elecciones en marzo. Ya sabe lo que le espera si lo hace. Tiene que darse un tiempo para rectificar la deriva que le lleva al desastre y tratar de invertir una tendencia de voto que, después de lo ocurrido en Andalucía, ya no es futurología demoscópica. Es posible –probable, diría yo– que no lo consiga aunque lo intente, si es que lo intenta, pero por lo menos ganará tiempo para seguir agarrado a la teta del poder. Si no es lo único, desde luego es lo que más le importa.

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