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Cristina Losada

El separatismo imposible

Ni la globalización ni el siglo XXI ni la Unión Europea garantizan la imposibilidad de ningún proyecto separatista.

EFE

El otro día le preguntaron al historiador John Elliot cuál fue el principal error de los independentistas catalanes. Contestó: "Asumir que la independencia era posible en el mundo del siglo XXI, vivir en una realidad virtual". Elliot no es el único que dice que el gran error de los separatistas es, digamos, querer lo imposible. Al contrario, éste ha sido un argumento común y extendido durante los años del procés. Si traigo aquí la respuesta de Elliot en una entrevista, respuesta que reiteró en otras de estos días, es sólo por su actualidad. Pero es de la misma especie que el mantra que el Gobierno de Rajoy recitó para lidiar con la presión del desafío. "No sigan por ese camino, porque no va a ninguna parte", decían portavoces, ministros, vicepresidenta y presidente una y otra vez. En vano. El separatismo, erre que erre. Si el suyo era un objetivo imposible, actuó como si no lo fuera.

Quienes sostienen la imposibilidad se acogen a los mismos argumentos del hispanista. Estamos en el siglo XXI, vivimos en un mundo globalizado, la interdependencia es mayor que nunca, la creación de un nuevo Estado no sería aceptada por la Unión Europea y algunas otras generalidades e ingenuidades. Esto es como si en las primeras décadas del siglo XX le hubieran dicho a Lenin que era inviable establecer la dictadura del proletariado en la atrasada Rusia, donde apenas había proletarios. En realidad, se lo dijeron. Lo decían los textos sagrados, los de Marx. Desde la ortodoxia marxista, lo que se proponían los bolcheviques era imposible. Sin embargo, lo hicieron. A sangre y fuego, con el terror y la hambruna, pero lo hicieron. No conviene creer ni por un momento en la imposibilidad.

No conviene guarecerse en la imposibilidad. Porque decretar que un proyecto político es irrealizable, pura quimera, es toda una maniobra de evasión. Al declarar inalcanzable el objetivo separatista, el político evitará hacer frente con la energía necesaria a los que, haciendo caso omiso de la imposibilidad teórica, ponen todos los medios para lograr su objetivo. A fin de cuentas, si no lo van a conseguir, ¿para qué molestarse? La ley del mínimo esfuerzo se impone. Con alegría. Pero aún hay algo más cómodo y conveniente: eludir la confrontación con ese proyecto político por lo que es. Se le critica por inviable y no por separatista. No se entra en sus miserias. Se le da al separatismo rango de idea respetable –todas las ideas lo son, dicen los ignaros–, cuyo principal problema, ¡el único!, es que no puede hacerse realidad. Este es un gran escaqueo. El mayor de todos.

El presidente Sánchez acaba de pedir a los independentistas, en el Congreso, que tomen nota del "error histórico" del Brexit. Cree, o así lo dijo, que el Brexit "va en contra del sentido de la Historia". Y cree, o eso parece, que el independentismo catalán también. La analogía no es buena. Salir de la UE es incomparablemente menos dañino que romper un Estado. Tampoco el Reino Unido está hecho un desastre; ya quisiéramos tener aquí sus datos de empleo. Pero Sánchez practica la evasión de la imposibilidad. La practica con la leyenda de que la Historia marcha en el sentido de la globalización, la interdependencia y la Unión Europea, mientras los separatistas, ay, van a contracorriente. Como si el sentido de la Historia, suponiendo que exista tal cosa, no se hubiera torcido tantas veces.

Ni la globalización ni el siglo XXI ni la Unión Europea garantizan la imposibilidad de ningún proyecto separatista. Los únicos que pueden garantizar que los separatistas fracasen son los Estados nación. Sí, esas viejas antiguallas. Pero a Sánchez le resulta más cómodo hacer un desvío por el Brexit para propinar un suave rapapolvo que entrar en materia. Ya se sabe: España es el problema, Europa la solución. Puro escaqueo. Lejos queda cuando se atrevió a denunciar las repulsivas ideas y sentimientos que nutren al separatismo catalán y llamó racista, supremacista y xenófobo a Torra, el presidente de la Generalitat. Tan lejos que sólo fue hace cinco meses. El sentido de la vida, que dirían los Monty Phyton.

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