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Antonio Robles

¿Y si el muerto fueras tú?

La degradación del 'procés' deja cada día muestras más ruines de la condición humana.

La degradación del procés deja cada día muestras más ruines de la condición humana. La última, la del gurú ideológico de Puigdemont, uno de los más cobardes atiza fuegos en la sombra, Agustí Colomines:"Sin muertos, la independencia tardará más".

No lean lo que dice, escuchen cómo lo dice. Hay dos interpretaciones, la que toma el exabrupto como amenaza y la que espera con ansiedad algún muerto en el propio bando para rasgarse las vestiduras. La acertada para quienes hemos sufrido su inclinación patológica a considerarse víctimas mientras actúan como verdugos es la segunda. Pero la primera no deja de servir para amenazar.

Llueve sobre mojado, ya en 2010 reclamó públicamente una "revuelta civil" y arengaba a la tropa con la necesidad de "avanzar hacia la crisis constitucional que hemos de provocar como sea". Y volvía a la carga en la conmemoración del 1-O, llamando cobarde al Gobierno de Torra para culminar el proceso "como sea": "Quien no esté dispuesto a sostener el combate contra el Estado y prefiera el conformismo es mejor que abandone el Govern ahora". El mismo personaje soberbio que el pasado junio en Sevilla largó aquello de "que se joda España".

Este burgués, niño bien, que hizo de comunista en las juventudes del PSUC, es amigo y compartió clase en la escuela con el terrorista Carles Sastre, asesino de J. M. Bultó, y se pasó con armas y bagajes al pujolismo para vivir del negocio nacional (director de Uneascocat, presidente de Linguapax, director de Estudios Nacionales e identitarios del IIP, director de EAH de la UOC, secretario de la EPUF, entró de la mano de Artur Mas en la Fundación Trias Fargas, instrumento del 3% del Palau que cambió el nombre por Fundación CatDem para lavar el atraco…). Su último cargo fue el de director de la Escuela de Administración Pública de la Generalidad, hasta su destitución por el 155. Su responsabilidad era la selección del funcionariado público (¿?). Hoy está detrás de la Crida de Puigdemont.

La apelación a los muertos para lograr acelerar el proceso a la independencia es una perversión de la apología de la violencia. Porque pretende hacer pedagogía con la frialdad de un análisis racional. La obscenidad de los campos de exterminio nazis fue, antes que nada, una planificación racional. Agustí Colomines calcula la eficacia del proceso de la misma manera, racionalmente. Pero si hay algo en él detestable es la utilización de los demás. Pide valentía, evalúa costes y beneficios de la muerte, pero desde la más abyecta cobardía. ¿Cómo se atreve a pedir valentía a los demás, si su vida es una cobardía reiterada, acurrucado siempre tras la sombra de los mesías? ¿Cómo se atreve a pedir coherencia a los otros, si lleva toda una vida sin salir del armario, parapetado, primero tras una mujer encantadora, nieta del general Rojo, y ahora con una novia 21 años menor que él, historiadora como él, para ocultar su condición sexual en una época donde tal condición ya no está penada?

Estos brotes de violencia literaria empiezan a ser absorbidos por el entorno nacionalista con la asiduidad con que agasajan al etarra Otegui en el Parlamento o lo traen a TV3, y la familiaridad con que la entrevistadora Mònica Terribas lo lleva a cenar al finalizar, en plan compis. La misma familiaridad otorgada al terrorista Sastre, presentado como "gran reserva del independentismo", y ocultaron sus 30 años de condena, o al creador de Terra Lliure, Bentanachs. Como la impunidad con que uno de los creadores de la ANC, y talibán lingüístico, Miquel Strubell, se permite decir en 2015: "¿Qué importaría si quien nos hubiese traído la independencia fuese asesino, pedófilo, torturador, etc.?" La misma impunidad de un presidente Torra que anima a los CDR a "apretar" poco antes de asaltar el Parlamento.

La prueba más palpable está en esas manadas de buenos nacionalistas que forcejean entusiasmados en las calles por lograr un selfi con Otegui en días de aquelarre.

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