Todo negativo, nada positivo
El balance no puede ser más demoledor. A esta legislatura, el culo le huele a pólvora.
Todo le salió mal. Primero quiso zafarse del cañón de luz que enfocaba el escándalo de su tesis con el señuelo del fin de los aforamientos. Luego se sacó de la manga la carta marcada de una enmienda fraudulenta para evitar, por la puerta de atrás, el veto del Senado a los Presupuestos. Más tarde escondió a la ministra de Justicia para que la investigación judicial sobre los chanchullos garzonitas en la Audiencia Nacional no lastimara su crédito. Pero todo fue inútil.
Al abrir el melón de la reforma constitucional para suprimir los aforamientos desató una puja de propuestas envenenadas -desde incluir en ella el derecho de autodeterminación hasta liquidar la inviolabilidad del rey- que colocaron el debate en términos imposibles. Nadie salió en su ayuda. Se quedó tan solo que el Consejo de Ministros renunció a aprobar el anteproyecto de ley que el propio Sánchez había anunciado solemnemente durante el acto de autobombo programado para hacer hagiografía de sus cien primeros días de Gobierno. Un incumplimiento más. El enésimo. Suma y sigue.
Tampoco le funcionó como quería la trampa de la enmienda. No solo no está nada claro que pueda lograr el objetivo que pretendía -evitar la bola negra del Senado a su acuerdo con Podemos para gastar seis mil millones más de lo que puede-, sino que ha sentado las bases para que las dos cámaras legislativas, tras el pulso inevitable de dos mayorías parlamentarias de signo opuesto, se enfrenten en un conflicto de competencias, previsto en la ley pero todavía inédito, que exigirá la mediación arbitral del Tribunal Constitucional, obligado por su propia doctrina, y por el criterio mayoritario de los letrados de Las Cortes, a dejar al Gobierno con el culo al aire.
Respecto al futuro de Dolores Delgado, las expectativas no han mejorado. Al revés. Nuevas informaciones periodísticas vuelven a situarla en el ojo del huracán de la trama de tráfico de influencias montada por Baltasar Garzón en la Audiencia Nacional. El exjuez, según parece, invocó su ascendiente sobre la ministra de Justicia para ofrecerle a Sandro Rosell la libertad condicional que hasta ahora se le ha denegado. Delgado guarda silencio. Pero el silencio no basta. El foco de infección descubierto en la Audiencia es, de todas las espadas de Damocles que penden sobre la cabeza del Gobierno, la que tiene el borde más afilado.
Para colmo de sus desdichas, Sánchez ha visto cómo se escapaba Pablo Casado del laberinto judicial de su máster bajo sospecha. Salvo sorpresa mayúscula, los jueces del Tribunal Supremo harán suyo el informe del fiscal en los próximos días y liberarán el brazo que el líder de la Oposición llevaba atado a la espalda durante los debates de la indecente tesis doctoral del presidente del Gobierno. Ahora, quien ocupa el sitio de Casado en el microscopio de la magistrada Rodríguez Medel es la exministra Carmen Montón, cuya conducta fue calificada de ejemplar por la portavoz Celaá. Hay ejemplaridades que las carga el diablo.
Añádase a esta lista de infortunios la incorporación de El País a la lapidación académica del presidente, la falta de acuerdo sobre la revalorización de las pensiones en el Pacto de Toledo, la revelación de Ernest Maragall de que la ministra Batet se había comprometido a teledirigir a los fiscales en la causa del 1-O y la petición de indulto a los cabecillas de la rebelión que acaba de formular la delegada del Gobierno en Cataluña y obtendremos la crónica completa -o casi- de otra semana negra para los intereses del PSOE. El balance no puede ser más demoledor. Como diría Van Gaal: todo negativo, nada positivo.
El panorama político es tan sombrío que, ante el riesgo de derrumbe, Iglesias, Torra y Urkullu, los ingenieros que le abrocharon las tuercas a Frankenstein, han comenzado a distanciarse del pacto que suscribieron con Sánchez por miedo a que los cascotes les aplasten la cabeza. El podemita, que hasta ahora hacía la vista gorda en el asunto del plagio de la tesis, ya pide explicaciones. El presidente catalán vincula el apoyo independentista a los presupuestos a que se permita la celebración de su anhelado referéndum. Y el lehendakari, sabiendo que no cabe en la Constitución, acaba de lanzarse a la conquista de un estado plurinacional que se inspire en el modelo de la Unión Europea: tantos miembros, tantos sujetos de soberanía. Solo falta que alguien pida dos huevos duros más.
A esta legislatura, el culo le huele a pólvora.
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