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Carmelo Jordá

¿De qué sirve reconocer el estado palestino?

Iglesias anuncia un movimiento diplomático que parece obsesionarle, pero al que no es fácil ver verdadero sentido de Estado.

Sánchez y Iglesias a la entrada de Moncloa. | EFE

Pablo Iglesias llegó este jueves a Moncloa, se reunió con el presidente de los 84 escaños y al salir presumió de haber negociado una serie de medidas de esas de ayudar mucho a los de abajo y los desfavorecidos, los pobres del mundo y la famélica legión.

Sorprendentemente, entre todas estas emergencias sociales que felizmente están solucionado estos adalides del progreso se encuentra, pásmense, reconocer el estado palestino, la única medida en política exterior que parece importar a Podemos, con las cosas que están pasando en lugares como Venezuela o Nicaragua, por poner sólo dos ejemplos, o si quieren en Irán, que casualmente está por la misma zona.

Cabe hacerse varias preguntas al respecto, la primera es por qué tanta prisa en reconocer algo que no existe, un presunto estado que no está presente como tal en los foros internacionales, que no tiene unas fronteras reconocidas, que no ejerce la completa soberanía sobre ningún territorio, que ni sabe quiénes son o serían sus ciudadanos. Y lo peor no es que hoy en día el estado palestino sea una ficción, lo peor es que ni siquiera es probable que nazca en los próximos años. ¿Qué agenda sigue Iglesias para necesitar correr tanto? Sólo él lo sabe, aunque los demás lo sospechemos.

Otra cosa que cabe preguntarse aquí es a quién beneficia este gesto, para qué es útil. Mi impresión es que tanto el presidente del Gobierno como el aliado de Irán creen que este es un gesto gratuito, que les va a congraciar con una parte de su electorado y no va a tener ningún coste. No es cierto: tiene costes y los primeros que van a pagarlos son, precisamente, los palestinos.

La verdad que deberían saber tanto Iglesias como Sánchez -y que de hecho probablemente sepan aunque les de igual- es que reconocer este inexistente estado no acerca la creación real de una entidad política que de cauce a las aspiraciones de los palestinos, sino que la aleja: a Israel le da exactamente igual y, en todo caso, probablemente le hace más difícil ante su opinión pública hacer concesiones en la mesa de negociación; a los palestinos les mantiene en una irrealidad en la que creen -o mejor dicho hacen creer a su gente- que la solución a su conflicto puede llegar de una presión internacional que es infinitamente menos importante para los israelíes que la seguridad.

Pero es que además, como bien explicaba Florentino Portero en esRadio este viernes, reconocer el estado palestino es un error diplomático para España: en caso de que se consume la idea dejaremos de ser un interlocutor válido en el proceso de paz porque, evidentemente, no puedes mediar entre dos partes cuando te has puesto del lado de una de ellas. Es evidente que España tampoco tiene una influencia fundamental en la zona, pero conviene no olvidar que el proceso de paz que llevó a los Acuerdos de Oslo empezó en Madrid. ¡Qué tiempos aquellos en los que éramos alguien en la escena internacional y qué empeño en que no vuelvan!

Por último, pero no menos importante, cabe preguntarse también a qué estado palestino estamos reconociendo, no sólo porque en realidad hoy en día Cisjordania y Gaza son dos estaditos independientes entre sí y con unos dirigentes más cerca de la guerra que de la unión, sino porque estamos hablando de una Palestina que o bien es liderada por una organización terrorista o bien por unos políticos sin escrúpulos que gastan nada más y nada menos que el 15% de su presupuesto en pagar sustanciosas sumas a las familias de los terroristas suicidas o los que están en la cárcel; una Palestina que promueve el odio, la guerra y el ‘martirio’ en sus escuelas; en la que no se celebran elecciones democráticas desde 2006, y aquellas fueron las primeras y las últimas, por cierto; una Palestina que, en suma, no cumple con casi ninguno de los estándares éticos que exigimos a cualquier país.

Esa es la Palestina real que queremos reconocer para meter el dedo en el ojo a Israel, la única democracia en Oriente Medio, el mejor aliado de Occidente en la peor zona del planeta. Y todo porque Sánchez quiere seguir correteando por Moncloa y subiendo al Falcon y para dar satisfacción al antisemitismo de Iglesias o, y no sé si esto es peor o mejor, a su chiismo de petrodólar.

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