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EDITORIAL

La derrota de Soraya es la victoria del PP

Casado llega a un partido dividido, con encuestas devastadoras en su contra y sin pulso ideológico interno.

En contra de lo que vaticinaban las encuestas y a pesar de no contar con el apoyo del aparato del partido, Pablo Casado ganó con claridad las primarias del Partido Popular y se convirtió en su nuevo presidente. Los compromisarios asistentes al congreso extraordinario debían elegir entre el continuismo de las políticas recientes del PP que representa Soraya Sáez de Santamaría y la renovación ideológica profunda que propugnaba Casado. Afortunadamente para los votantes del gran partido del centro-derecha español, ganó la opción que prometía toda una renovación programática para devolver al PP sus señas tradicionales de identidad.

La ex vicepresidenta del Gobierno acudió al congreso con el aval de haber obtenido el mayor número de votos de las bases en la primera vuelta de las primarias. Si bien, no llegó ni al 40 por ciento de los votos y su diferencia con Casado eran muy exigua, de apenas un punto porcentual. Más del 60 por ciento de los afiliados habían votado a candidaturas que estaban claramente en contra de Soraya y ella misma había aceptado las reglas de votación a dos vueltas al comenzar el proceso, sin embargo dedicó todos sus esfuerzos en las últimas semanas a presentarse como la candidata que habían votado "la mayoría" de los afiliados e intentó forzar por todos los medios la retirada de Pablo Casado, con quien se negó a mantener un debate. "Soy mujer", esa fue toda su aportación al debate democrático que debe preceder cualquier elección de este tipo. Pocos argumentos más desgranó en su plomizo y triste discurso, leído, al plenario para reclamar su confianza, como corresponde a un personaje que ha hecho de la indefinición ideológica y de la falta de compromiso con los valores de su partido la principal seña de identidad. Un discurso sin la menor emoción, sin apenas desarrollar una sola idea y con momentos que rozaron el ridículo más sonrojante como el desafortunado y fallido gag del abanico, más propio de una competición de debate entre institutos que de un partido político medianamente serio. No se podía esperar más de un personaje tan poco atractivo intelectualmente como nocivo para la derecha y para España.

Frente a esta propuesta vacía de contenido y con dudosos argumentos de puro marketing como eje central se alzó el espléndido discurso de Pablo Casado, en el que abogó por recuperar los principios y valores que siempre caracterizaron al Partido Popular. "Me presento –explicó Casado- para enarbolar los principios que nos han dado sentido, para reivindicar los valores que son nuestra columna vertebral, volver a las ideas que nos han convertido en una fuerza política imparable".

En efecto, Casado ha protagonizado una de las mejores campañas políticas de los últimos lustros en España. Todo empezó en aquella brillante entrevista en Es la mañana de Federico de esRadio el 28 de junio. Nadie daba un duro por su candidatura y aquel día supo transimitir la convicción y el entusiasmo por unos principios que el PP había abandonado en infausto congreso de Valencia. Lo ha repetido hoy en su vibrante intervención en el plenario, minutos antes de que los compromisarios empezasen a votar, donde Casado ofreció sin ningún complejo una encendida defensa de la austeridad del sector público, la reducción de la carga fiscal a todos los españoles o la familia como célula fundamental del orden social a la que hay que proteger, propiciando los aplausos enfervorecidos de una audiencia que llevaba ya demasiado tiempo esperando escuchar a un candidato con tanta claridad. Con sus constantes apelaciones a la defensa España y la libertad como ejes vertebradores de lo que ha de ser el gran partido de la derecha española puso en pie al abarrotado auditorio en cinco ocasiones por ninguna de Soraya.

Pero con su victoria, Casado no ha llegado a ninguna meta. Muy al contrario, es a partir de ahora cuando comienza la verdadera tarea del flamante presidente popular. Casado llega a un partido dividido, con encuestas devastadoras en su contra y sin pulso ideológico. Del éxito de su labor al frente del PP dependerá no solo la recuperación de un partido que ha sido fundamental en nuestra historia democrática, sino también el destino futuro de España, que hasta ahora estaba dominado en el terreno ideológico por la izquierda más radical.

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